Veinte años no es nada, pero Google ya no pide permiso
En ocasiones tenemos la sensación de que las décadas pasan volando. Que fue ayer nomás. Hasta que tratás de hacer memoria de quién y cómo eras en septiembre de 1998, cuando nació Google, y tenés la sensación de que todo eso ocurrió en otra vida. Pondré un poco de contexto.
Un mes antes, en agosto de 1998, llevaba ya tres años usando Internet en casa. Sí, ya sé, no suena raro. Pero en esa época era muy raro. Estas tecnologías avanzan tan rápido (por lo menos en ciertos aspectos) que cuando les contás a los chicos que hoy tienen 20 años cómo eran los dispositivos e Internet en 1998 parece que hablaras de lo bueno que estuvo el Renacimiento.
La Argentina se había conectado a Internet de la mano de Jorge Amodio el 17 de mayo de 1990, pero sólo en agosto de 1995 la Red estuvo al alcance del resto de nosotros. Obviamente, contraté un proveedor ese mismo mes. El ancho de banda (o velocidad, como se le suele decir) era patético, para los estándares actuales. Se me ha olvidado qué usaba para entrar en Internet, pero casi seguramente andaba entre 9600 y 14.400 bits por segundo (bps); fuimos felices cuando llegamos a los 56.000 bps. Pero eso era casi 360 veces más lento que una conexión de 20 Mbps actual. Y costaba 300 dólares por mes. Como, además, la telefonía era medida, sólo podías pasarte un par de horas online.
Big Bang Web
Tres años después, en 1998, las cosas habían mejorado un poco, aunque la banda ancha todavía tardaría otro par de años en empezar a popularizarse (lentamente) en la Argentina. En ese escenario, apareció Google. La pregunta es: ¿qué hicieron para catapultarse tan rápidamente a la cima, destronar a Yahoo!, que en ese momento era omnipotente y hoy ya no existe, y convertirse en un monopolio que hace empalidecer al de Microsoft en la década del '90?
Ocurrió que el número de sitios Web estaba escalando a una velocidad incomprensible. Los directorios creados a mano, como Yahoo!, empezaban fallar catastróficamente. En 1994, cuando nació Yahoo!, había algo menos de 3000 sitios en la Web. En 1998 esa cifra superaría los 2 millones. Entonces, Larry Page y Sergey Brin diseñaron un algoritmo que automatizaba las búsquedas y arrojaba resultados basados no sólo en la popularidad de los sitios, sino también en su reputación. Con ese algoritmo conquistarían el mundo.
Hoy se calcula que hay casi 2000 millones de sitios Web. En todo caso, Page y Brin la pegaron, y fueron lo bastante astutos para diversificarse e ir adaptándose a los cambios. Pero el papel que jugó y juega Google en Internet y en la economía mundial no es tan dichoso, benevolente y amigable como la compañía pretende mostrar. No porque sí, el excelente sitio inglés de noticias tecno The Register se refiere sarcásticamente a Google como The Chocolate Factory.
Hace algo más de una década, durante una entrevista, Matt Mullenweg, el creador de WordPress, me advirtió que había empezado a desconfiar de Google el día que salió a cotizar en la Bolsa. En esa nota, que fue tapa de la revista del domingo de LA NACION, Mullenweg se definió como un firme creyente del capitalismo, pero criticó a las empresas que cotizan en Bolsa, como Google, "porque las compañías públicas carecen de moral, solo responden al mercado de valores, y el mercado de valores puede ser extremadamente duro en ocasiones", me dijo.
El tiempo le daría la razón. Veinte años después de su humilde nacimiento y 14 después de su salida a Bolsa en 2004, el gigante es señalado como uno de los dueños de Internet. Y el que domina Internet domina el mundo. Por esto, y no por otra cosa, la compañía fundada por Page y Brin se encuentra en la mira por numerosas irregularidades en las que las palabras transparencia, monopolio y privacidad aparecen subrayadas en rojo. En este podcast, analizamos con Ricardo Sametband y Guillermo Tomoyose las dos primeras décadas de una organización que contribuyó a crear la época dorada de la Red, y que sin embargo fue una de las que fomentó sus costados más oscuros y polémicos.
De una
He visto varias compañías de tecnología en la cima de su historia. Tienden a exhibir un rasgo en común, cuando llegan a esa etapa. Quizás es el aire enrarecido de las alturas. El hecho es que cometen errores. Errores absurdos, incomprensibles, delirantes, desconectados de la realidad. IBM no se dio cuenta de que, como el libro en 1455, su PC nos daría al resto de nosotros un poder que habíamos estado esperando durante décadas; lo vio Microsoft. Xerox no percibió que el mouse y la interfaz gráfica, creada en su Palo Alto Research Center (PARC), tomarían el mundo por asalto; lo vio Apple. Microsoft no se dio cuenta de que la siguiente etapa de la informática era el iPhone, como tampoco lo vio Intel (aunque por otros motivos, también disparatados). Y sigue la lista.
En el caso de Google, es evidente que no se dan cuenta de que el escenario no es el mismo que en 2004, y que ahora, lo admitan o no, están bajo sospecha. Como todos los demás, para el caso; Amazon, Apple, Facebook, Microsoft y así. Y, no viendo esto, cometen errores épicos. Uno de ellos fue justo 20 años después de que Brin y Page crearan la empresa. La versión más nueva de Chrome (la 69, del 4 de septiembre de 2018) nos loguea al navegador, sin preguntar (insisto, sin preguntar), sin pedir permiso, toda vez que entramos en alguno de los servicios de Google (Gmail, por ejemplo).
Suena demasiado sutil, pero el cambio es una bofetada a cualquier cosa que hoy entendamos como buenas prácticas, como explica uno de los expertos que descubrió la gaffe. En rigor, el cambio es tan insignificante (visto desde afuera), que Matthew Green, profesor de criptografía en la Universidad Johns Hopkins y autor del blog mencionado antes, admite que lo notó cuando se le ocurrió mirar arriba a la derecha y descubrió que estaba su imagen de perfil en el navegador. Chrome nunca le preguntó si quería loguearse o no. Y se supone que luego de todo lo que ha ocurrido desde Edward Snowden hasta, digamos, el escándalo de Cambridge Analytics, Google debería saber que el consentimiento del usuario realmente importa. Hay, por cierto, muchos otros riesgos en una acción de esta clase. Pero, como mínimo, en Mountain View deberían saber que (a) esto no se hace y (b) que iba a desatar un escándalo. Google en particular tendría que ser consciente de que en el mundo de las redes todo se sabe.
Ahora, dicen en la compañía, la próxima versión (la número 70) no hará esto, si el usuario lo deshabilita. El blog de la compañía, sin embargo, no deja claro si la función de loguearse automáticamente y sin preguntar será el modo predeterminado de Chrome y habrá que desactivarlo. O si lo harán bien. Si eligen el primer camino, la inmensa mayoría de los usuarios (y Chrome es el navegador más usado hoy) preferirá, por las dudas, no meterse a tocar cosas de una configuración que, además, es bastante confusa.
Dos décadas después de su nacimiento, el poder de Google es desmesurado. Pero también lo era el de Microsoft en 1998, cuando sus resultados la convirtieron por primera vez en la compañía mejor valuada del mundo. Con 261.000 millones de dólares, había superado a General Electric. Era solo el principio. En marzo de 2000 superó los 500.000 millones de dólares (732.000 de hoy). Google tenía entonces menos de dos años, pero por fin había encontrado una forma de monetizar su buscador, aunque no había sido creación propia. Steve Jobs empezaba a salvar a Apple, que había estado casi quebrada, con la iMac; en un año y medio lanzarían el iPod, que se convertiría en el producto más vendido de la empresa hasta entonces.
Hoy, a pesar de que Microsoft se ha reinventado sabiamente (como IBM, en su momento) e incluso llegó a recuperar y superar su valor de mercado de 2000, sus noticias ya no son relevantes. Perdió poder. En cambio, Apple es protagonista y Google parece inamovible. Pero nada en esta industria dura para siempre.