
Daniel López Rosetti: la ciencia del estrés, el poder de las emociones y por qué sigue atendiendo en el hospital público
En Conversaciones con Carola Gil, comparte su experiencia en la medicina pública, habla del vínculo entre mente y cuerpo, y revela cómo pequeños cambios pueden transformar la forma en que habitamos el día a día.
Daniel López Rosetti es médico especialista en clínica médica y cardiólogo, volcado al tratamiento del estrés y el bienestar. Su currículum es demasiado extenso y reconocido como para destacar algo en particular, pero para muchos es simplemente el “doctor de la gente”: ese profesional de confianza, “el médico que todos quisiésemos tener”, capaz de responder las preguntas más complejas y sintetizar los términos más intrincados. Carola Gil se dio el gusto de charlar con él en esta nueva entrega del ciclo Conversaciones, abordando la relación cuerpo y mente, si hay recetas para vivir mejor y más tiempo, y su gran pasión por Leonardo da Vinci.
- Cuerpo, mente, emociones, enfermedades… ¿En qué momento de la historia se relacionaron? Hoy, ¿hay una tendencia diferente a la hora de tratar a los pacientes?
- Sin duda. En Oriente, muy probablemente, estuvo muy unido casi desde un principio. En la ciencia occidental, quizás se formó una dicotomía, a mi juicio casi obligatoria, con René Descartes, que era un racionalista, un filósofo, un investigador que separó mente y cuerpo: “Pienso, luego existo”. Yo lo defiendo a Descartes, aunque esa afirmación pudo haber generado cierto retraso en la noción central de unir mente con cuerpo, es decir, comprender que es una misma cosa. Él quizás lo haya hecho por necesidad, porque en su época no se podían hacer disecciones de cadáveres e investigar científicamente.
Baruch Spinoza, un racionalista más joven que él, ya en ese momento decía que no, que mente y cuerpo eran parte de una misma sustancia, sea Dios o la naturaleza. Así que, probablemente, René Descartes haya generado un retraso en nuestro avance en la unión mente-cuerpo, pero fue necesario. Hoy está cada vez más relacionado: no hay mente sin cuerpo.
- En algún momento hubo que separar para conocer más, para saber más.
- Sí. Los avances científicos de Leonardo da Vinci fueron verdaderamente extraordinarios, pero también era una época donde los genios –hoy sigue habiendo genios– eran multifacéticos, eran polímatas; es decir, todo se presentaba frente a sus ojos, desde la filosofía hasta la medicina, pasando por la botánica, la geología, la biología. Era todo posible.
Las especialidades nacen porque sería imposible abordar la naturaleza sin una visión de especialidad. Por eso la visión global. Y eso tiene una máxima expresión en las relaciones humanas, donde están globalizadas las emociones, los sentimientos, los razonamientos, los entendimientos, la empatía. Todo eso se mezcla cuando te unís con un otro. Entonces, hasta la ciencia se relativiza. Y la ciencia es un conjunto de verdades transitorias.
- Tendemos a pensar que el estrés es algo anímico y emocional, pero en el cuerpo suceden un montón de cosas, ¿no?
- Un montón. Una de mis frases favoritas es: “No somos seres racionales, somos seres emocionales que razonan”, que no es lo mismo. Primero somos emocionales, y el razonamiento viene después. Biológicamente, hemos sentido emociones y sentimientos mucho antes de poder racionalizar los hechos empíricos que nos sucedían.
Mi formación es básicamente clínica. Fui residente de clínica y después la especialidad en clínica, lo que me dio la oportunidad de recorrer las distintas especialidades. Cuando le das un rostro a una enfermedad, la enfermedad es distinta. Entendés las cosas de una manera diferente. Desde el punto de vista de la formación se dice “No hay enfermedades, sino enfermos”. Cualquiera puede googlear que es un
infarto, lo que no podés googlear es tu infarto porque tiene sus características. Dentro de ese mundo de formación de clínica médica, después vino la especialidad en cardiología, pero dentro de ese mundo, el habla y la escucha [del paciente] fueron centrales.
Mi especialidad fue cardiología, pero cuando uní todo eso, por algunas experiencias personales, el sufrimiento –que es el sinónimo de estrés crónico–, es algo que me atrajo muchísimo. Por haberlo padecido y verlo. Todos somos vasos de licuadoras, todos estamos compuestos por las mismas emociones y sentimientos. Todos tenemos amor, odios, envidias, deseos, cariños, miedos, alegrías, tristezas. Todos tenemos todo.
- ¿Todo eso repercute en el cuerpo de alguna forma?
- Sí. Si cada uno de esos sentimientos fuese una fruta, el color del licuado sería distinto en todas las personas. Podés ir por la calle y no ver personas, sino intentar ver vasos de licuadoras con distintos colores, porque todos tenemos esas emociones, pero en distinta proporción. Uno va aprendiendo eso, con una ventaja. Lo que tenés de malo –porque todos tenemos un lado oscuro–, tenés la oportunidad de trabajarlo, de cambiar tu percepción; tu percepción de la realidad, de la emocionalidad, aplicar lo que decía Jigorō Kanō: “No hay que ser mejor que los otros, sino mejor que ayer”. La competencia, en el buen sentido, es con uno mismo y no con los otros.
Lo que te estresa hoy, probablemente, no debiera estresarte. Y el abordaje de esa realidad para que no te estrese, seguramente, tiene más que ver con la filosofía de vida que con un ansiolítico
No somos seres racionales, somos seres emocionales que razonan. De hecho, nuestro razonamiento es pasible de perfeccionarse. Aprendemos cognitivamente, pero emocionalmente, en general, nuestro licuado de colores es más o menos el mismo, que es tu temperamento y tu carácter. El temperamento –no la personalidad– es con lo que nacés. Lo modulás y terminás teniendo, a través del aprendizaje, una personalidad estable en el tiempo. Ese temperamento viene de fábrica.
- ¿Hay recetas para vivir mejor y más tiempo?
- En medicina siempre hay recetas que van variando con el tiempo, pero en términos de bienestar, la frontera final es la filosofía de vida. La frontera final es cómo te tomás la realidad, cómo vos la procesás y qué sacás con eso. La filosofía de vida es, como dicen los estoicos, “morimos esta noche, pero mañana nacemos nuevamente”. Esa es una oportunidad innegable. ¿Cómo cambia el mundo? Cuando cambia la mirada. Y cambiar la mirada es posible si hacés un abordaje filosófico, con recetas filosóficas. Filosofía en general, filosofía estoica en particular.
Filosofía de vida más allá de los años. El desafío es vivir bien hoy. Si vivís bien hoy, te sentís bien con vos hoy, la ciencia dice que vas a tener menos factores proinflamatorios en sangre. Vas a estar menos inflamado, menos ‘prendido fuego’.
- Entonces, deberíamos apuntar a evitar ese proceso inflamatorio.
- Se llama inflamación crónica de bajo grado. Es como un chichón, pero muy chiquitito, distribuido en todo el cuerpo. Es lo que mi mamá decía “mala sangre”; “Te hacés mala sangre”, y con esa mala sangre se mide.
- ¿Cómo se trata a ese paciente?
- Varias cosas, depende del paciente, pero sin duda, filosofía de vida. ¿Cómo te vas a tomar las cosas? El día es una tanza de pesca con muchos anzuelos. El estresado se especializa en tragárselos. El que maneja el estrés evita los anzuelos. Es eso. Saber
qué batalla dar y cuál no dar. La filosofía estoica te ayuda mucho. El estoicismo no es debilidad. Son herramientas que te nutren y, la verdad, sirven.
- Hay que decir que vos seguís yendo al hospital.
- Sí, voy casi todos los días, hago docencia. El hospital es un lindo lugar, nunca dejé el hospital. Desde que empecé, antes de recibirme de médico y antes de hacer la unidad hospitalaria, lo que se llamaba practicante. El hospital es un lugar donde se muere y se nace. Toda la vida está en el hospital. Y se aprende mucho todos los días. Hoy aprendo con los estudiantes.
Vos sentís que sos médico cuando te dicen “gracias”, y que rehabilitás tu título cada vez que te dicen “gracias”. En la docencia nos tenemos que esforzar en volcarles a los estudiantes de medicina una herramienta diferente, sobre todo en esta etapa de crisis, en esta etapa en que el médico gana poco, en esta etapa donde la pasión se juega más todavía; darle herramientas para disfrutar lo que hacen.
El médico tiene enfrente a la enfermedad, al dolor y a la muerte. El guardapolvo blanco es muy mal lugar para ser soberbio. Cuando le encontrás sentido a lo que hacés, eso te da energía. Y después es información, es ciencia, es un conjunto de verdades transitorias.
- La Gioconda y Leonardo: Una historia de ciencia, arte y amor. ¿Por qué ese libro?
- Eso me enamoró. Ya había escrito sobre el cerebro de Leonardo, pero Leonardo da Vinci me enamoró. Leonardo hizo casi nada por plata. Todo lo que hizo de anatomía, fisiología, todos los estudios del cuerpo humano los hacía a escondidas y nadie le daba plata. Era pasión. Tuve la suerte de conocer a Vincent Delieuvin, que es el curador de la Gioconda. Me reuní con él, me presenté, le agradecí y le dije con humildad, para aprovechar el poco tiempo que teníamos, que yo ya conocía las respuestas a las preguntas básicas sobre Leonardo porque están al alcance de lo académico. Ahí me lo gané. Se rió y me dijo: “Gracias. Siempre digo que yo no trabajo sobre Leonardo, yo trabajo con Leonardo”. Y eso abrió un cono para ver por dónde Leonardo puso su primera pincelada, dónde pasó su primera carbonilla y por qué.
Cuando después fui a Clos Lucé, en la habitación donde murió Leonardo, me acuerdo que me alejé un poquito del castillo, agarré mi lapicera e hice lo que hizo él. Leonardo tuvo un accidente cerebrovascular y tuvo que empezar a usar su otra mano. Él era zurdo y pasó a ser diestro. Él debió haber hecho lo que nosotros hacemos hoy con un ACV, que es rescatar las neuronas que quedan en el área de penumbra de un accidente cerebrovascular, rescatar otras áreas cerebrales para empezar a usarlas. Dije: “Voy a empezar a escribir con la mano izquierda”. Hoy uso mucho mi mano izquierda, puedo escribir en un pizarrón, muy poco en el papel, pero uso mucho mi mano izquierda para el café, para el té, para abrir una puerta, para tomar agua. Estoy desarrollando mi otro hemisferio. Creo que él, entre otras cosas, desafió su propia mente explorando el desarrollo neural de ciertas áreas de su cerebro que no tenía desarrolladas.
La historia de Leonardo es hermosa y me parece que es una historia de ciencia, de arte y de amor. A mí me fascinó. El libro no lo escribo yo, lo ‘escribe’ la Gioconda y termina diciendo que “muchas cosas han pasado durante estos 500 años, pero ahora vivo bien cuidada en el Louvre, en mi casa. Leonardo enseñó muchas cosas, y una de las cosas que me enseñó es a soñar. Y sueño que un día ingresará por la puerta principal, se abrirá camino entre los turistas con su lento andar, sus túnicas de colores, su paleta y sus pinceles, extenderá su mano, me tomará de la mano y me invitará a salir por la Puerta de los Leones, cruzando el Sena rumbo a la eternidad”.








