
“Dormís mal, cenás tarde y creés que sabés hacer asado”: el análisis de Diego Golombek
El biólogo y divulgador argentino analiza cómo afecta el jetlag social a nuestra salud, por qué bostezamos y qué errores cometemos al hacer un asado, todo desde la ciencia aplicada a la vida cotidiana, en el marco del ciclo Conversaciones de LA NACION

“Primero hay que entender el mundo, después cambiarlo”, dice Diego Andrés Golombek, doctor en ciencias biológicas y divulgador científico, especialista en cronobiología. Diego dirige el Laboratorio Interdisciplinario del Tiempo en la Universidad de San Andrés, es investigador superior del CONICET y autor de decenas de publicaciones y libros, entre ellos El cocinero científico, Las neuronas de Dios y La ciencia de las (buenas) ideas. Reconocido en toda América Latina y el mundo, en parte, por haber acercado la ciencia a lo cotidiano y ser un defensor activo del sistema científico argentino, protagoniza una nueva entrevista, a cargo de Martina Rua, para el ciclo Conversaciones de LA NACION.
- ¿Qué te trajo hasta acá?
- Me trajo la conjunción de dos mundos. Empecé trabajando en periodismo, muy joven, a los 15 años en el Herald. Después me metí en ciencia, y parecían dos mundos dispersos. En algún momento se juntaron: el hacer ciencia y contarla. Hoy me sentiría un poco rengo sin una de las dos patas.

- Decís que llegaste a las ciencias fortuitamente. Que hubo una frase de un profesor que marcó: que se podía escuchar al tiempo desde adentro.
- Efectivamente, yo no era un niño naturalista. La biología era muy clásica, empezaba por zoología, por botánica, mucho de ecología, un poquito de biología molecular… y, de pronto, apareció el cerebro, apareció la neurociencia [en segundo o tercer año de estudios] y el tiempo adentro del cerebro. Eso me fascinó. Y desde entonces me dedico a eso, a buscar el tiempo del lado de adentro. Primero para entenderlo, y últimamente para aplicarlo. Para cambiar un poco ciertas cuestiones de la realidad, la calidad de vida, lo que fuera, a partir de entender ese tiempo que está adentro.
- Hoy estás estudiando profundamente la ciudad circadiana. ¿De qué se trata?
- Es un concepto que está creciendo, y como todo lo que aprendimos de la cronobiología –la biología del tiempo–, se aplica en la calidad de vida, en el bienestar de la gente a nivel social. La ciudad está inmersa en el tiempo. Pensás la ciudad en el espacio, un plano, pero también tiene tiempos: tiene días y noches, tiene gente que trabaja de día y de noche, tiene accidentes de tránsito a lo largo del día, tiene horarios, horarios de la escuela, horarios del trabajo, tiene personas que van rotando su horario a medida de pasan las semanas, tiene hospitales que son relojes. Todo eso, que a mí me gusta llamarla ciudad circadiana, es una oportunidad perfecta para aplicar políticas basadas en evidencia. Políticas que le hagan mejorar la vida a la gente basada en evidencia científica. Eventualmente, la ciencia está para eso. Primero hay que entender el mundo, después cambiarlo.
- ¿Tenemos en cuenta los picos de nuestro ritmo circadiano? ¿Entendemos nuestro reloj?
- Intuitivamente los tenemos en cuenta porque sabemos a qué hora uno rinde mejor. Uno sabe si es más mañanero o más noctámbulo. Lo que pasa es que, a veces, la fuerza laboral o la escuela o cuestiones familiares te obligan a hacer cosas fuera de tu tiempo de confort. Esto es clarísimo en los hospitales. Tenés personas que hacen una guardia nocturna y después tienen que estar ocho horas trabajando en su turno normal. Obviamente, esas personas no rinden adecuadamente. En este momento, en los laboratorios se está estudiando qué pasa con esos médicos y médicas después de una guardia nocturna con su toma de decisiones. O sea, cómo influye esa privación de sueño.
- ¿Qué es el jetlag social?
- Sabemos qué es el jetlag. Volás a Europa, a Asia… para el mundo es una hora, para vos es otra, y estás medio zombi. Pero esto te puede pasar sin moverte de tu casa. Eso se llama jetlag social, el desfasaje entre tu horario interno y el horario de la sociedad; y lo podemos percibir midiendo cómo es el ciclo de sueño en días laborales y en días no laborales. Te levantás más tarde los sábados y los domingos, en general, y te vas a dormir más tarde. Esa diferencia es un proxy, es una medida, es una ventana hacia el jetlag social. En Argentina tenemos un jetlag social de aproximadamente dos horas, o sea, el horario que vos quisieras vivir está casi dos horas desfasado del horario que la sociedad te impone vivir.
- ¿Qué se puede hacer con esto? ¿Debería haber una política pública?
- Las dos cosas. En este caso particular es más individual que social. Obviamente, los horarios de la escuela, los horarios tan poco flexibles del trabajo no ayudan mucho. Hoy tenemos la posibilidad de flexibilizar un poco más, pero la respuesta es más individual. Si vos sos matutino, si vos sos vespertina, acomodá un poquitito los horarios. Escuchate un poquitito más, escuchá ese tic tac que tenés adentro y te va a ir mejor. Vas a dormir mejor, vas a estar más activo, y tu estado de ánimo y tu salud van a estar mejor.
- Estamos en un momento de tecnología exacerbada, de pantallas y conectividad exacerbadas. ¿Qué pasa con nuestro reloj biológico? ¿Deberíamos estar más atentos?
- Pasa de todo. Hace unos años se le dio el premio Nobel al señor que inventó la luz LED, un diodo que emite luz. Bárbaro, ahorra energía, es súper potente, es fenómeno. Pero la luz que emiten esas pantallas LED –la de tu celular, la de la tablet, la de la tele– estimula el reloj biológico, le dice que es de día. Entonces, seguís de largo. Ese retraso de la aguja del reloj que causan las pantallas se paga con menos sueño y se paga, obviamente, con estar somnoliento al día siguiente, rendir mal, enfermarse y todo eso. Encima, la información que te traen las pantallas tampoco es inocente. Es muy estresante, y el estrés es el enemigo número uno del sueño. Cuanto más puedas exiliar a las pantallas de la noche y del dormitorio, mejor vas a dormir y mejor vas a rendir al día siguiente.
- ¿Se pueden pensar las buenas ideas desde la ciencia?
- Curiosamente, sí. Hay una ciencia de las ideas que es bastante antigua; los filósofos se dedicaron obviamente a esto, pero con el auge de la ciencia cognitiva –la neurociencia cognitiva y la psicología cognitiva– empezamos a entender qué hace el cerebro para que de pronto te ilumines. Ese insight, esa iluminación repentina. Hay una receta para las ideas que tiene cuatro ingredientes: trabajo, trabajo, trabajo, disrupción. ¿Por qué? Nosotros somos bichos de costumbres. Hace que, de pronto, fijes una forma de entender el mundo, una forma de responder a un problema; te obsesionás con algo y realmente aprendés. Sin eso, es imposible tener buenas ideas. No existe la inspiración, no existe una musa que te sopla algo al oído; pero no alcanza.
Está súper demostrado que, cuando te corrés de ese trabajo, trabajo, trabajo, esas ideas, que están en circuitos en el cerebro, se combinan. Y una buena idea, una idea innovadora, es la combinación de conceptos previos. Nada viene de la nada. Es muy difícil que aparezca algo realmente disruptivo de la nada. Lo disruptivo es combinar los conceptos de una manera que nadie había pensado antes, y para eso tenés que trabajar, trabajar, trabajar y correrte.
- ¿Y pensar el bostezo desde la ciencia?
- Hay dos grandes preguntas: ¿por qué bostezamos y por qué es contagioso? Hay bostezólogos, hay una asociación internacional del bostezo que hace congresos, y la respuesta a “¿por qué es contagioso?” es maravillosa: ni idea. Aparentemente, durante el bostezo, que es desperezarte, moverte de cierta manera, se refrigera el cerebro. Aristóteles decía: “El órgano del pensamiento es el corazón, el cerebro es para refrigerar la sangre”. No tenía tanta razón, en general, pero parece que durante el bostezo, más que oxigenar, refrigeramos un poquitito la sangre y el cerebro. ¿Por qué es contagioso? No sabemos, pero sabemos que se encienden neuronas espejo en el cerebro. Las neuronas que se prenden cuando al otro le pasa algo.
- ¿Cuál es tu mayor virtud?
- Soy muy bueno eligiendo gustos de helado.
- ¿Qué rasgo de tu personalidad te gusta?
- Soy muy seguidor. Tengo una idea y le doy, le doy, le doy, le doy, hasta que sale, bien o mal.
- ¿Qué paisaje de la Argentina llevás en vos?
- El sur campamentero, sin duda. Mucho campamento de adolescente y de joven, y después de ir con hijos. Tenemos una maravilla en todo el país, pero la maravilla que tenemos en el sur no sé cuánto la respetamos.
- ¿Algún libro, película, obra que te hayan marcado, que la tengas muy presente?
- A mí me interesa mucho el género de la ciencia en ficción, o sea, ficcionalizar la ciencia. El primero que se me ocurre es un libro del escritor mexicano Jorge Volpi que se llama En busca de Klingsor. Es una novela maravillosa, que es la búsqueda de la bomba atómica por la Alemania nazi, pero en el medio aprendés física, sin darte cuenta. Me parece extraordinario. En el mismo sentido, una obra de teatro que nadie sabe por qué pega, que se llama Copenhague, que es el diálogo entre Bohr y Heisenberg. El teatro para contar la ciencia es algo que me fascina como espectador, y como autor.
- ¿Qué te hace reír sin culpa?
- No soy tan de los chistes, pero sí de situaciones graciosas, Cuando algo gracioso está muy bien construido, me divierte muchísimo realmente.
- ¿Qué te pasa con la inteligencia artificial y este momento de tanta efervescencia? ¿Te convoca?
- Sí, claro. Durante mucho tiempo fui del bando “es una herramienta, aprovechémosla, está buenísima”. Ahora que escucho a los expertos y a las expertas decir que no tienen idea de lo que está pasando, me está empezando a preocupar. Si los expertos no saben qué está pasando, estamos en presencia de algo muy inédito. Con la revolución industrial sabíamos qué pasaba. Con la revolución biotecnológica, la revolución verde de la agricultura, la revolución neurocientífica, la biología molecular, sabíamos. Había misterios, pero sabíamos. El no saber qué está pasando me inquieta y mucho.
- ¿Con quién te gustaría tener tu última charla?
- No quiero tener ninguna última charla, empecemos por ahí (risas). Pero me quiero encontrar con un Charles Darwin joven.
- ¿Qué te gustaría que se diga de vos en 100 años?
- “¡La pasó bomba!”. “Haciendo ciencia y contando ciencia la pasó muy bien”.









