“Brutto”: la voz del Indio Solari truena en la audioguía de una muestra con sus collages digitales
En la sala del séptimo piso de Arthaus se inauguró una exposición con catorce obras del músico, artista visual “emergente” en la fase crepuscular de su vida rocker
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“El día que no tenga nada para mostrar…va a ser feo”. Es la voz del Indio Solari la que termina por cerrar el breve monólogo y elige decir eso que, ahora, en 2025, a los 76 años, para verlo no hay que peregrinar en el estilo nómade de su etapa solista sino arrimarse al microcentro y en el séptimo piso del edificio que recibe con una Mamá luchona gigante del tucumano Gabriel Chaile asomarse al universo de sus collages digitales.

La misma sala de arte contemporáneo de Arthaus que dejaron caliente los Mondongo con su panorama de paisajes que salió de gira por el país es el lugar para ver y oír al Indio. Un lugar chico como los del underground, pero mucho más seguro y bajo las reglas del cubo blanco del arte contemporáneo.
Estas 14 obras sin título agrupadas con el nombre de Brutto son la forma que Solari propone ahora para estar. Y su voz, como de mensajes de WhatsApp, se deja escuchar entre fragmentos de “El tesoro de los inocentes”, “La vida vista desde un motorhome”, “Flight 956”, “Pinturas de guerra” y “Encuentro con un ángel amateur”, todas canciones de sus años post Patricio Rey. Un loop de 16 minutos que se escucha muy fuerte, por indicación precisa del artista, y que funciona como una audioguía expandida. Sin auriculares, máximo volumen, rock que le decían. Arte digital, ahora.

“Pinturas de guerra” no hubiera desentonado como título para estas obras de tamaño chico y mediano que pasaron del iPad a la impresión en papel fotográfico, el marco de vidrio y la pared siguiendo las convenciones del arte. Pero es cierto que no son pinturas, sino collages del inabarcable repertorio de imágenes sueltas en la web dispuestas capa sobre capa, entremezcladas, a veces, con selfies y fotografías de Solari que parece enviar así postales del metaverso. Pero es cierto que Brutto (que Solari explica en su etimología italiana) se corresponde más con su imaginería en esa galería sinfín de heterónimos donde se renombra ya como compositor, productor pero también responsable del arte de sus cedés (Artista Invitado, Monsieur Sandoz, por caso). En esta especie de podcast que truena en el piso 7 de Arthaus, Solari deja caer una explicación menos azarosa de lo que cree. Si bien “brutto” señala en la lengua del Dante lo “bárbaro, bestial, salvaje”, es una referencia a los 80 cuando, como él mismo explica, intercalado en las canciones, los Redondos se consideraban a sí mismo como “neobrutalistas”.

Esa referencia a una escuela de arquitectura concreta seguía una línea que el paso del anarco-cabaret under a la banda de estadios fue borrando con los años. En agosto de 1978, cuando Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota debutaron en la ciudad de Buenos Aires, se distribuyó una suerte de manifiesto (estrategia característica de las vanguardias) en la que se leía: “Por fin, por fin…sean bienvenidos Patricio Rey sus Redonditos, nuestros camaradas en la desesperación por existir/Los niños del siglo escuchan tu música delirante que les sirve de inspiración para cometer actos cada vez más mortíferos, estamos empeñados en el escándalo dadaísta, el incendio y el saqueo luego de los tempestuosos conciertos de rock and roll”. Así, los shows (uno de aquellos de agosto del 78 fue levantado por el mismo dueño del teatro que habían alquilado luego de verlos la primer noche) de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, entre 1979 y 1984, deben ser considerados como parte del arte underground multidisciplinario equidistantes de Sumo, Batato Barea o Alfredo Prior. Es un problema de los historiadores del arte no entenderlo, sobre todo cuando las hermanas Claudia y Marcia Schvartz, acaso la mejor pintora de la Argentina, formaban parte de ese elenco dadaísta como escenógrafas y Vivi Tellas se sumaba como chanteuse performática.
El background de Solari va todavía más atrás con su paso desprolijo por Bellas Artes de La Plata, su producción de batik (arte psicodélico textil recuperado hoy por Celina Eceiza); sus intentos de cine experimental y su producción de pintura sobre hardboard a la que hace referencia también en el audio de Brutto. Bárbara Maier, curadora de la expo que se vio antes en el Museo MAR y en el Teatro Argentino de La Plata, reveló a LA NACION que el Indio conserva muy pocas de esas obras en parte porque le sirvieron como moneda de trueque en tiempos clandestinos. Hay que encontrar allí la raíz de todo lo que vino después incluido el extraño fenómeno masivo de un grupo que nunca realizó concesiones artísticas y se mantuvo arisco a los mandatos de la época (la continuación de la música en el videoclip, por ejemplo).

Curioso, Solari puede pensarse como un artista visual “emergente” en la fase crepuscular de su vida rocker. Entonces él mismo se define como “amateur”, el que ama lo que hace, antes que “profesional”, el que profesa, promete, algo que acaso no cumpla. Aunque, por otro lado, se mire en el espejo de Fellini. “Improviso, dejo que me invadan las noticias que me dan el cine, las últimas cosas que he leído. Como decía Fellini, Fellini no tenía guion, el tipo tenía resonando los párrafos y entraba al Cinecittá y hacía un océano con un hule negro. A mí me gusta esa escasez. Al mismo tiempo creo que un artista tiene que confirmar con otras disciplinas la que se dedicó. Si escribe tiene que poder dibujar un poco”, se le escucha. Solari nunca dejó de hacerlo, así una suerte de autorretrato en el flyer de la presentación de Gulp! (1985) terminó en la tapa de El Tesoro de los Inocentes (2004). La curadora Maier menciona cuadernos deslumbrantes donde Solari vuelca sus bocetos junto a transcripciones de La Biblia y otros textos universales. Todo eso permanece en el bunker de Parque Leloir donde el artista alterna entre su expedición lúdica por el iPad con la rutina de Luzbola, el estudio de grabación. Allí también se fueron acumulando estas visiones estridentes y ominosas, llevadas a las salas de exposición en el mismo formato en el que cuelgan en su casa suburbana. El sueño húmedo de cualquier productor hubiera sido llevar el arte digital de Solari a dimensiones inmersivas y provocar una muestra blockbuster en algún pabellón multiuso. Pero la condición del artista es que las obras se vean en lugares gratuitos con lo que los de Arthaus, quienes fueron a buscarlo para ofrecerle el espacio, imaginan colas de dos o más cuadras para el ingreso a Brutto.

De todas las imágenes, Solari eligió una para la hoja sábana (¿póster?) que incluye textos de Maier y el escritor Marcelo Figueras, parte de su mesa chica. Humanoides disidentes apenas distinguibles en el agujero negro que hace de fondo provocan un desasosiego difícil de explicar. El monocromatismo de una suerte de retrato familiar sci-fi deviene en una fantasía atroz: el crematorio de Star Wars. La sala se abandona con el estribillo de “Encuentro con un ángel amateur” a volumen brutto: “Yo ya no puedo cumplir hazañas que prometí”.
Bonus track: a lo largo de esta especie de podcast que se escucha en Brutto, Solari nombra a un solo artista. El simbolista austríaco Gustav Klimt (1862-1918) de quien dice admirar su “espíritu elegante”. La misma semana en que su Retrato de Elisabeth Lederer se subastó en Sotheby’s en 236 millones de dólares convirtiéndose, así, en la segunda más cara de la historia. Ojo, que le dicen.
Para agendar
Brutto, exposición del Indio Solari en Arthaus, Bartolomé Mitre 434. De martes a domingos, de 13 a 20. Entrada gratuita.
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