Irene Solà: “Si lo imaginas, es: que una montaña baile o lo que sea puede pasar en un libro”
La escritora catalana participó de la Feria, donde presentó una bellísima novela en la que personas, animales, nubes y hasta fantasmas cuentan de diferentes formas una misma historia
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Irene Solà, catalana, 31 años, pasa sus primeros días en Buenos Aires. Interrumpió para esto una gira que la llevaba por Estados Unidos para presentar Canto yo y la montaña baila, bellísima novela que va por su 11° edición en Anagrama según indica la faja azul que cruza la portada. El caso es que la joven escritora aterrizó desde Los Ángeles casi directamente en un pabellón de la Feria del Libro –por no decir sin escalas, con solo una hora de sueño- y el fin de semana conversó sobre su obra, primero, con Mariana Enriquez, y luego, participó del Festival Internacional de Poesía. “Me gusta tanto lo que hace –dice sobre su colega argentina-. Me parece de las más grandes: cuando me preguntan por nombres que me interesan o que me inspiran, en mi lista de cinco o seis Mariana siempre está. Es verdad que a ella se le pone ese etiquetado de ‘gótico’, pero a mí me parece que es eso y más. Como escritora toca muchos temas contemporáneos”.
-De alguna manera también vos lo hacés: uno puede quedarse contemplando el paisaje de tu novela y la belleza del lenguaje o preguntarse qué recogen hoy como si fueran cascos de balas en el campo las nuevas generaciones de aquella Guerra Civil.
-Sí. Me siento conectada, cercana. Nos habían presentado en Barcelona y nos pasó de estar en el mismo lugar del mundo un día antes o después que la otra.
-Salieron tus novelas, sobrevino una pandemia y dos años después ya tenés la agenda de un escritor internacional.
-Estoy ahora mismo haciendo un tour por Estados Unidos: me escapé para venir aquí. Tenía viajes que me hacían mucha ilusión, como el de Buenos Aires o ir a Colombia, cuando estalló el Covid. Y desde que reabrió el mundo estoy viajando bastante.
-¿Qué imagen te llevás de la Feria del Libro de Buenos Aires? No todas las ferias son iguales.
-Me encantó y me impresionó mucho las colas para entrar, la pasión de la gente. En el evento que hicimos con Mariana Enriquez la sala se llenó y al terminar, fuimos a firmar y me quedé hablando con lectores, algunos que ya lo eran y otros que a partir de la conversación iban a buscar el libro. El domingo, en el Festival de Poesía, fue algo bien distinto: éramos cuatro poetas de lugares diferentes, con voces bien distintas, y estuvo muy bello.
-Te hacía de Barcelona, la ciudad, pero provenís de Malla, un pueblo de 11 km en la provincia de Barcelona. ¿Cómo es ese lugar?
-No sé cuántos kilómetros son, pero tiene 272 habitantes. Es un pueblo pequeñito, diseminado, es decir, no hay calles, solamente campo, bosque y casas, que en su gran mayoría son masías. Pero es un rural muy industrializado, en el sentido que casi cada trocito de tierra está cultivado, no es como en Canto yo… sino más parecido al de Los diques, mi primera novela. Y está al lado de una ciudad relativamente grande, con mucha potencia creativa, llamada Vic. Todo esto, entonces sí, a 50 minutos de Barcelona. A los 18 me mudé a Barcelona, donde estudié Bellas Artes, y viví esos primeros cinco años de salir del nido y descubrir el mundo.
-Sin ese pueblo de origen crees que existirían estos libros tuyos que tanto tienen que ver con el entorno natural.
-Creo que escribiría de todas maneras. No es tanto de dónde procedas o de lo que la vida te ponga por delante sino lo que haces con aquello.
-Tu novela tiene poesía, no solo porque su lenguaje está plagado de imágenes sino porque formalmente la contiene: Hilari, uno de los personajes, se expresa en verso. ¿Cómo llega en tu caso esa libertad de andar por campos más híbridos sin necesidad de enrolarse en un género?
-Para mí es algo natural, orgánico diría. Vengo de las Bellas Artes, estudié en un taller en el que trabajaba con dibujo, con video, con instalación. En medio de todo eso me di cuenta de que me interesaba mucho la palabra y que quería usarla como materia prima, así como estaba empleando otros materiales. Tengo la sensación de que los proyectos y las investigaciones acaban pidiendo su propio formato. En mi mente, no están separadas las cosas que yo hago, sino que forman parte de un mismo foco de intereses, de inputs, de intenciones, que toman formas distintas. Así que diría que la novela es un formato que me permite hacer dos cosas que me interesan y me divierten profundamente: por un lado, investigar, reflexionar, hacer preguntas, aprender, y el por otro, crear, construir un mundo y meterme adentro por unos meses o unos años.
-Lo mismo podrías hacer, entonces, una perfomance o una pintura, es decir: elegís este lenguaje, como podría ser otro, “Dibujo yo y la montaña baila”, por ejemplo.
-Creo que se tienen que escuchar los proyectos e ir encontrando la manera de decir. Estos proyectos necesitaban la forma de una novela. Otros tal vez no.
-Volviendo a la montaña, a esos Pirineos que tantos significantes tienen, hasta una mitología propia, me pregunto: ¿quién es el “yo” que canta cuando justamente si algo sobran en tu novela son las voces, los “yo” que hablan?
-Hay un yo constantemente presente, que es múltiple. El del título es un verso de un poema de Hilari que elegí cuando tenía la novela totalmente construida. Canto yo y la montaña baila es un título irreverente, chulesco, una barbaridad....
-Como decir “¡quién qué te crees, que si cantas y la montaña baila!”
-[Risas] Claro, hay algo de ese juego, de esa picardía: ven que te voy a contar una historia y tendrás que adivinar en medio de cada voz quién es y cómo está mirando el mundo. Y también hay otra lectura del título que es más seria, que apela al poder infinito y al potencial gigantesco de la literatura, de las palabras y la imaginación juntas: esta idea de canto yo, escribo yo, cuento una historia yo y las montañas bailan, es decir, y todo es absolutamente posible en tanto el que escribe y el que lee se pongan de acuerdo en este pacto. Si lo imaginas, es: que una montaña baile o lo que sea puede pasar en un libro.
-Y a propósito de esa gran paleta de Bellas Artes, ¿cantás? ¿bailás?
-Literalmente no canto, pero sí que ese cantar para mí hace referencia al hecho de escribir. ¿Bailar? Solo por diversión [risas].
-Tu lengua es el catalán, pero en un capítulo señalás, por ejemplo, que está originalmente en escrito en castellano. ¿Por qué?
-Esta es una novela que reflexiona permanentemente alrededor de la voz, de la perspectiva, de las distintas maneras de contar; reflexiona sobre la idea de que en un mismo lugar, un mismo momento y con una misma cosa pasando todos aquellos que forman parte de ese evento van a vivirlo, sentirlo, recordarlo de una manera distinta. Y si hubiera seres no humanos tratando de explicarlo, aún se hacen más grandes todas esas diferencias. El libro parte de esas reflexiones y cuando empiezas a pensar cómo describiría un corzo a un ser humano si nunca lo ha visto o si ni siquiera entiende lo que está viendo en comparación con cómo describirá un perro a un ser humano si ha crecido y tiene conciencia de que esa persona formó parte de su vida desde que nació. Reflexiono sobre cómo usar el lenguaje y de manera muy orgánica me empiezo a dar cuenta de que quiero jugar con eso, exprimir eso, y enseguida me doy cuenta de que habrá un capítulo escrito con poemas o con dibujos, y también que hay otra lengua porque son otras palabras, sonidos, estructuras gramaticales para hablar de la misma montaña. Lo vi así, claro, desde el principio.
-Del ciclo de la vida (con tantas muertes como nacimientos), de la naturaleza y el paisaje, ¿de qué más habla este proyecto para vos?
-El ejercicio que hice en el contexto del Pirineo catalán lo podría haber hecho en cualquier otro lugar, inclusive en una ciudad. Intentar ver un sitio desde todas las miradas posibles e intentar entender lo que ha pasado y los rastros que esos eventos han dejado, como si fueran capas geológicas de eventos, una encima de la otra, eso se puede hacer en todas partes.