Siete poemas de escritores argentinos con motivo navideño
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Bajo la forma de dramas con finales esperanzadores o comedias que empiezan de manera sombría, parábolas, parodias y homenajes a los ideales que algún día se aspira a alcanzar, la Navidad representa una suerte de motivo literario que tiene sus propias reglas y particularidades expresivas. Novelas, cuentos, obras de teatro y poemas encuentran en el nacimiento de Cristo una excusa oportuna para abundar en cuestiones morales, filosóficas y emocionales; humanas, en suma. Muchos grandes escritores, de León Tolstoi a Charles Dickens, y de César Vallejo a Paul Auster, escribieron sobre la Navidad.
Los poetas argentinos que integran esta selección asumieron, desde distintos registros y experiencias personales, el desafío de escribir sobre la Navidad. De la singular fusión de lenguaje popular y acentos líricos de Jorge Leónidas Escudero a la tierna aproximación al tema que plantea Carlos Battilana, pasando por la impávida escritura de Jorge Aulicino en una Buenos Aires a oscuras o la perspectiva femenina de aquello que nace con la Navidad en el poema de Isabel Vassallo (que acaba de publicar Diamante de afilada pena en el sello La Carta de Oliver), estos poemas se dejan leer como anunciaciones recreadas en escenarios familiares para los lectores que viven en la Argentina. De manera literal o figurada, muchos seguimos la receta que se lee en el poema de Escudero: "he colgado una estrella en la ventana/ para que el mundo se vea mejor".
Se incluye un poema del escritor y editor Javier Cófreces, donde impera la figura del padre, y otros de las jóvenes poetas Celeste Diéguez y Rosina Lozeco, en donde el horizonte estrecho de la vida cotidiana, a duras penas, se deja alumbrar por las promesas que trae la Navidad.
Navidad
Ovejero del puesto "La Fortuna",
quince horas a caballo, cómo no;
y he dejado las ovejas solitas
con el puro león.
Es que Tamberías está de fiesta
y el Niño Dios nace,
en el fondo de los vasos, señor,
y hay que sacarle vino de encima.
Tengo armado un pesebre de botellas,
y el burro manos, buey, cordero, todo;
he colgado una estrella en la ventana
para que el mundo se vea mejor.
Mi madre hila el copo de los años
bao la cordillera,
mi padre está en el viento blanco,
mi mujer en las nieblas;
mis hijos se llenaron de caminos y abrojos:
sólo he quedado yo.
Antes que el gran lagarto de las cumbres de Ansilta
me trague con un golpe de lengua,
quiero alzarlo a este niño, despacito,
y llevármelo.
Jorge Leónidas Escudero, del libro La raíz en la roca, incluido en Poesía completa, Ediciones en Danza, 2011
Firmeza de Cristo en la materia
El incienso encendido en la crisis energética.
La ciudad poblada de parches de oscuridad.
Él arde otra vez, vuelve a nacer, coronado de inmundicia.
Basura sin recoger. Gente que grita soluciones torvas de un lado
al otro de una mesa llena de copas en las que el óxido del año
comienza a actuar. Un largo silbido de aire caliente arremolina envoltorios
sobre la mesa. Saben de qué hablan. El templo otra vez, disputado.
El incienso has encendido en tu casa a solas, después del nacimiento,
luego de las multiplicadas reuniones de símbolos: los hijos
a punto de partir; los padres y tíos que envejecen; el poder
que los mella hasta en ese vacío de Cristo en el que nace Cristo otra vez.
¿Te acordás cuando tiraste al griego por la ventana?
Cayó encima de un florista. Te acordás de Raúl.
Ninguno puede recordar el nombre de su bisabuelo.
Esto nos diferencia de la oligarquía, Señor, para mal.
Porque es como si esta tierra no fuera nunca nuestra.
No tienen vino. * No tenemos peces. No tenemos más que esta vacía
celebración de Cristo nuestro Señor, sin Cristo y sin Señor,
y aun con Cristo, y aun con sombras de perjuros, en substancia.
Y bajará, este año bajará como los otros hasta tu incienso solitario,
bajará a las paradas de colectivos, a los subterráneos, al supermercado.
Bajará y declinará con el año, sucio al fin, crucificado. Otra vez
comeremos de su carne y su sal. Comeremos su espíritu sin mellarlo.
Lanzaremos voces, sentiremos que la sangre se enfría en las ventanas.
Sentiremos que el cuerpo cae por las vidrieras, por las alcantarillas.
Sentiremos la ausencia de Dios hasta que nos revienten los oídos.
* Las bodas de Caná, Evangelios
Jorge Aulicino, El Cairo, Ediciones del Dock, 2015
Esperanza navideña
Cada cual con su regalo
Y los niños festivos por el disfrute
Padre congelado en un rincón
Estático y ausente
Con su presente en la mano
Lo vi llorar
Y me hice el distraído
Estaría recordando
A su hija muerta
A mi hermana muerta
No hace tanto
Lo seguí observando
Bajó la cabeza
Caminó hacia el patio
Y acarició a la perra
Encendió un petardo
Con la brasa de su cigarro
Lo arrojó con presteza
Y palpitó la explosión
Luego tomó una copa de la mesa
Y brindó a viva voz
"Por volver a ver a Racing campeón"
Brindó
Piensa vivir 35 años más.
Javier Cófreces, Humos de mi padre, Ediciones en Danza, 2013
Bondiola mechada
Y en navidad o año nuevo
siempre el mismo ritual:
ir caminando por el puente viejo
recortado sobre el río cada vez
más podrido pero ante tu mueca ese perfume me gustaba
un olor fuerte, definido, salvaje
de barracas a avellaneda
de avellaneda a barracas
por el borde de fierro íbamos felices
a elegir la carne para la cena
a ese lugar especial en avellaneda
un dato que habíamos conseguido no sé cómo
y parece mentira que tiempo después
cuando ya no estábamos juntos
resulta que mi madre conocía esa carnicería
-Pertenece a un famoso frigorífico -me dijo-
uno de los pocos lugares fiables para comprar
carne de calidad en zona sur-
Qué loco pensar que su hija también
peregrinaría llena de esperanza a señalar
tras las vidrieras decoradas
con hojas verdes y tomates cherry
una colita de cuadril
un matambre
un peceto
una bondiola de cerdo mediana y rosada
para mecharla más tarde con ciruelas,
agujerearla despacio por la punta con el cuchillo chico
sin apuro ir entrando con los dedos bien profundo
toda esa información dulce, lista para explotar luego
ya en el horno estremecida por la salsa
agridulce que espesa chorrea por los flancos de la bondiola
dorada y perfecta como un submarino semihundido
a punto de perderse en los misterios de la cocción.
La bondiola va bien con la papa rustica, lavada con cepillo
y hervida con cáscara que se sirve abierta
o en rodajas con un rulo de manteca
bajo una pizca de sal y pimienta negra;
había que encargarse de los vinos
y si estábamos de buenas un champagne,
temprano ya empezábamos a cocinar y a beber
hasta que envueltos en una bruma violeta
al momento de la cena
alguna desavenencia
rodaba por el borde de la fuente
entre la primera pirotecnia y la sospecha
de que en el artificio de la elaboración
radica una forma de complacencia
que emula al amor
pero no logra desplazar del todo esa suave desconfianza
que comenzó a instalarse después de las vacaciones de invierno
y que junto con el mousse de chocolate de caja
empasta este año que empieza de manera incierta.
Celeste Diéguez, Bondiola mechada, Yaugurú, 2018
Ramitas
El pesebre
se logró
con las ramitas
que recogimos
del jardín.
Emilia
recortó
–como sólo ella
sabe hacerlo–
papel plateado
e imaginó
un oasis
en el desierto
bíblico
del Niño
recién nacido
luego
–debajo del Árbol
profano–
fuimos incorporando las
pequeñas
estatuas de arcilla
–José, María,
Jesús–
y con un poco
más de energía,
Dickens,
tal vez Darío
–¿quién sabe?–
nos ayudaron
con los "tardos
camellos
de la caravana"
los camellos de la infancia
los camellos de los Reyes,
a quienes
llamaremos
por tradición
Melchor, Gaspar y Baltazar.
Más tarde
Sofía fue acomodando
pastos y ramas
y sin la luz del día,
iluminado
artificialmente
por las luces
del pino de Navidad,
contemplamos
–admirados– el antiguo
escenario
de la niñez
que renace
año tras año.
Un poco emocionados
con la alegría afectiva
que amalgaman las horas
fuimos a dormir
y Marcos,
el niño grande,
el niño interminable
que Dios o la vida
nos han legado,
sin que nadie lo notara,
tomó la estatuita
de José
para dormir
con ella
nunca lo sabremos
–es un enigma–
pero su vida misteriosa
ha hecho de las imágenes religiosas
(medallas, talismanes, estampitas)
un destino visual,
un lago interminable
donde contemplar
el secreto de sus días,
las sucesivas jornadas
que –nunca lo sabremos–
son su cruz
o su felicidad.
Carlos Battilana, Una mañana boreal, Club Hem, 2018
Natividad
Hechos añicos los relojes
en la casa
¿quién duerme?
No alcanzan los espejos
para llorar
la redondez ausente
Vacío
(Sin embargo hay un huésped
¿Hasta cuándo se queda?
Para siempre)
Huele a sudor, a leche, a deseo
el aire
(A ella, la visitante,
se le clavan de dolor
en los hombros
los recuerdos agudos de las alas)
Plenitud
La tibieza en los pechos
En el umbral
el frío
Silencio
que en cada cuarto hay una cuna.
Isabel Vassallo, poema inédito
Volver como el tango
el árbol de navidad
costó aproximadamente 400 pesos
entre una cosa y la otra
podría haber gastado menos.
hoy cociné milanesas de berenjena
el cielo se puso negro
a las cinco de la tarde.
me seco las lágrimas,
espero que las papas se cocinen
para descargar los nervios haciendo puré
y pienso que si pude hacer todo lo que hice
aunque no haya hecho todo lo que quise
algún trabajo voy a conseguir.
Rosina Lozeco, Cómo perder un trabajo, La Carretilla Roja, 2015
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