Boca-River: La final después de la que todos podemos morir

Todos vamos a morir. Es una paradoja que hasta ayer y para todos era una hipótesis, un estorbo existencial del que podíamos distraernos, como del ruido que hace la heladera, y que hoy, para nosotros los argentinos, se volvió verdad. Contra los habitantes de los otros 193 países del mundo, nosotros ya sabemos cuándo: tenemos el precipicio de la experiencia humana como un evento en el almanaque, que nos irá arrastrando de a uno o de a mil, queramos o no, durante el mes que separe a la Bombonera del Monumental y a nosotros de la suerte de haber nacido en algún punto de esta esquina inferior izquierda del mapamundi y de haberla habitado en el año 2018 del calendario gregoriano.

Justo después, cuando el G20 aterrice en Buenos Aires para discutir el futuro del trabajo, la infraestructura para el desarrollo y la perspectiva de género, los líderes del mundo se acordarán de nosotros como de un pueblo simpático, un poco desquiciado pero pintoresco, y mirarán la ciudad arrasada desde la orilla del río, con gesto de evocación pero sin nostalgia, sabiendo que la historia no lamenta nada, entendiendo que el país que tantas veces amagó con terminarse se topó al fin con el apocalipsis que le correspondía: un Boca - River en la final de la Libertadores . En la última final sudamericana a dos partidos, antes de que el resto del continente se entregue a la aventura disparatada de parecerse a Europa, con convicción pero sin las vías del tren.

Se puede ver, asomando la cabeza, a los que quieren despegarse. A los que entrevén la oportunidad histórica de una reconstrucción sin nosotros, que descendimos de los monos y perseveramos, con el gorro-bandera-vincha, el amor exponencial por cosas de colores y la suscripción al pack fútbol. No van a poder. Los que se enteraron al pasar, los que saben que el fútbol es para eludir responsabilidades, los que prefirieron el taekwondo y los juegos de mesa, el yoga y la meditación trascendental, los que alumbraron adentro suyo otros destinos posibles, los que quisieron para sus hijos el país de Sarmiento y de Borges y no el de Maradona, los que soltaron el fanatismo porque no era para tanto o porque les hacía mal, los hinchas de Newell´s y de Central, de Talleres y de Belgrano, que sienten genuinamente que están para otra cosa: todos van a ser agrupados, de a poco, por la conversación nacional, un monopolio que no vive afuera sino adentro nuestro, allá donde está escrita nuestra infancia. La escena fundacional de nuestras vidas en la que creímos, aunque sea una vez, que el mundo se divide en dos mitades y que el equilibro del universo es el silbato definitivo en que una mitad vuelve a creer en todo y la otra se hunde en la depresión.