Boca vs. River o Almirón vs. Demichelis: el superclásico más importante lo juegan los entrenadores
Es verdad que la historia potencia cada enfrentamiento. También es real que esa simple jurisprudencia hará que cuando las dos camisetas se vayan a fundir en cada escena, la imponencia del superclásico y su alcance ilimitado generarán ese efecto mágico por el que Boca-River volverá a ser el duelo eterno que paraliza al país. Sin embargo, en esta fecha desmesurada de pasión por la proliferación de encuentros entre rivales íntimos, el más grande de todos parece relativizado por la coyuntura.
La lucha encarnizada para escapar del descenso, que hoy tiene a diez equipos separados solo por un partido, vuelve a los tres puntos más trascedentes para unos y menos urgentes para otros. Para su futuro en la Copa de la Liga y sus consecuentes pretensiones de lograr la clasificación para sentarse en la selecta mesa de los ocho clasificados, ningún resultado será definitivo para los dos colosos. Sin embargo a la hora de poner el foco en los nombres propios, nadie se juega más que dos entrenadores que por diversas razones, algunas en común, son observados con la aguda lupa de la desconfianza.
Las espaldas de Almirón y Demichelis están menos firmes y anchas de lo que ambos desearían a esta altura del año. La tendencia de sobreanalizar el juego los unifica. Su compulsiva dinámica de efectuar retoques en la formación titular los hermana. No hace falta reparar lo que no está roto y ambos suelen caer en el vicio de tocar piezas a riesgo de extraviarse en el camino y confundir a sus soldados en el plan para ejecutar la estrategia.

Luego del empate ante Palmeiras en la ida de semifinales de la Libertadores, es lógico suponer que Almirón reservará a sus titulares para el decisivo choque en Brasil. Imaginar que ese detalle lo libera de responsabilidades es desconocer la mirada examinadora que los hinchas posan sobre sus hombros. Es cierto que lo que se derive del jueves “mata” cualquier resultado del domingo, pero el técnico no está en condiciones de regalar nada. Un plantel demasiado rico y variado para la media del fútbol doméstico le abre un interesante abanico de opciones como para ser ambicioso. Sabe Almirón que un resultado positivo matizará la espera hasta la revancha, mucho más que calificar de ¨robo¨ al último clásico, en una actitud demagógica que solo expone su debilidad.
Dos meses después de haberse consagrado de forma brillante y con una distancia apabullante respecto de sus competidores, pocos son los que recuerdan que River es el actual monarca de este reino. El famoso “off” entre Demichelis y un grupo de periodistas y la combinación entre lo dicho de forma imprudente y lo difundido con absoluta indiscreción trajo efectos colaterales múltiples. Por un lado reveló cierta ingenuidad del entrenador, pero además implosionó en el vestuario esmerilando la ligazón entre el líder y su tropa. Acostumbrados a hacer del hermetismo un culto durante ocho años y medio, los de la era Gallardo, los históricos del plantel vieron como una “incontinencia dialéctica” hizo polvo todo lo construido. Las eliminaciones con Talleres por Copa Argentina y ante Inter por la Copa aportaron más enojo y malestar general. Todo lo que vino luego fue inestable. El deseo de agradar en cada decisión volcó al técnico a postergar a jugadores que nada habían hecho para perder su lugar y a mostrar dos caras muy disímiles.
Con un evidente trastorno de doble personalidad, River se comporta de un modo en casa y ofrece otra cara a la hora de visitar territorio ajeno. La gestión y el liderazgo se volvieron frágiles. Como si todo esto no fuera suficiente, la continuidad de Boca en la Libertadores genera una mezcla, obviamente no reconocida, de impotencia e histeria que remueve una herida aún abierta. En este panorama y sin poder presagiar nada de lo que vaya a ocurrir en 2024, el superclásico puede resultar para Demichelis un tanque de oxígeno o un pesado yunque. Impensado hace 60 días.
Así las cosas, el domingo tendrá dos protagonistas excluyentes. Unidos en sus dilemas y deseos, inestables en sus decisiones e ilusionados con sumar mayor apoyo entre sus hinchas, el superclásico tiene una sola conclusión contundente: nadie se juega más que Almirón y Demichelis.
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