Cuando Croacia juega un Mundial
SAN PETERSBURGO.– La fortaleza de San Pedro y San Pablo fue construida en cuatro meses por veinte mil conscriptos. La mitad murió en la tarea. Asegurado el control ruso tras la victoria sobre Suecia, ya no dueña de esas tierras pantanosas que daban al Báltico, un cuarto de millón de siervos y soldados trabajó veinticuatro horas por día. Limpió bosques, excavó canales, trazó caminos y erigió palacios. San Petersburgo, dicen los libros, se construyó sobre el agua y con piedra importada. Granito de Finlandia, mármol de Italia, gabro de Suecia, arenisca de Polonia y Alemania, travertino de Italia y azulejo de Países Bajos. Jardines mejores que los de Versalles. Flores de Persia, peces de Oriente Medio y pájaros cantores de India. La estatua del fundador, de 660.000 kilos, fue arrastrada por mil hombres durante dieciocho meses.
"Sobre una orilla, junto a las olas desoladas/él se situó, con elevados pensamientos/y contempló la lejanía", escribió Pushkin en "El jinete de bronce", el poema épico que todos los alumnos rusos saben de memoria sobre Pedro el Grande. La leyenda cuenta que cuando llegó por primera vez en 1703 a esa tierra desolada, Pedro dijo a sus jinetes: "Aquí construiré una ciudad".
Jorge Sampaoli intenta construir un equipo. Pero deberá hacerlo enfrentándose con un rival que, mientras juega al fútbol, cree que también construye una nación. Lo dice "Vatreni", el documental que se estrenó el mes pasado en Zagreb sobre la selección que fue tercera en Francia 98, su primer mundial como nación independiente y que el DT Zlatko Dalic mostró a sus jugadores antes del 2-0 del sábado a Nigeria. Los del ’98 eran jugadores que sentían que, mientras sus compatriotas morían en la guerra, ellos debían cumplir su deber como croatas en la cancha.
Es notable el momento en el que el DT Ciro Blaževic, amado por sus dirigidos, cuenta que el presidente Franjo Tudman lo llamó para pedirle que vencieran a Alemania, porque el jefe de Estado germano, Helmut Kohl, acababa de faltarle el respeto a la nación croata. "Lo dije a mis jugadores y salieron a la cancha como kamikazes. No tenía dudas del triunfo". Croacia cayó en una semifinal contra Francia, pero venció a Holanda por el tercer puesto. Esa selección sigue siendo hoy motivo de orgullo nacional. Fiel al apodo de "Vatreni" ("Fuego").
"Tenía 15 años y, como muchos, sentí felicidad por ese equipo que le ganó a Alemania, con su país lleno de problemas, que venía de la guerra de independencia", me dice Edson Ramírez cuando le pregunto por qué a un mexicano se le ocurrió dirigir "Vatreni", una historia del pueblo croata contada por sus futbolistas. La selección de Luka Modric, Ivan Rakitic y Mario Mandžukic, que se medirá mañana con la Argentina tiene tal vez más calidad que la de Francia 98, entiende hoy la prensa croata, pero era más fácil sentir el "fuego" cuando la independencia unía a toda la nación. "Creo que algo se perdió en el camino, no solo en los jugadores actuales sino también en la gente", afirma Ramírez, que, pese al bajo presupuesto, logra un emotivo documental. "Lo que sucedió es inaceptable y no hay que olvidarlo, pero sí hay que perdonar", pide en "Vatreni" el jugador, hoy DT, Slaven Bilic, que perdió a seres amados en la guerra. "No se puede vivir odiando", dice otro de sus compañeros.
No habla Davor Šuker, artillero de Francia ’98, único croata incluido por la FIFA entre los cien mejores futbolistas de la historia, presidente de la federación croata desde 2012 (su compañero Dejan Savicevic lidera la de Montenegro). Y tampoco lo hace Zvonimir Boban, líder de aquel equipo, hoy influyente secretario general adjunto del presidente de la FIFA, Gianni Infantino. Inevitablemente, el documental de Ramírez se inicia con la célebre patada voladora de Boban a un policía en pleno clásico Dinamo Zagreb (Croacia) vs. Estrella Roja (Serbia), del 13 de mayo de 1990 por la liga yugoslava, una semana después de que Tudman ganara las elección. Croacia seguía formando parte de Yugoslavia y tres mil ultras serbios, del grupo Delije, de Estrella Roja, luego unidos a paramilitares acusados de crímenes de guerra, comenzaron a destrozar el estadio Maksimir al grito de "Zagreb es Serbia". Reaccionaron los Bad Blue Boys, de Dinamo, y la policía cargó solamente contra ellos.
Boban, líder de la Yugoslavia campeona mundial sub 20 en Chile 1987, y número 10 alto, carismático y técnico, no soportó ver al policía Refik Ahmetovic golpear a un hincha croata y saltó con una patada furiosa al pecho. "¡Boban, Boban!", lo ovacionó la multitud, mientras sus compañeros lo sacaban del campo. Ver las imágenes otra vez en el documental pone la piel de gallina. Lo suspendieron por seis meses. La guerra estalló al año siguiente y su patada es aún hoy uno de los íconos de la resistencia croata.
Con una década en Milan, profesor de historia croata, autor de artículos filosos, al muy respetado Boban, según me cuentan colegas croatas, no le gusta que se lo recuerde siempre por su patada independentista. "Fui solo un rebelde croata", dijo alguna vez Boban, crítico de la corrupción en el fútbol de su país. Lo vi el miércoles pasado, de traje elegante en el Congreso FIFA. Es el croata más influyente del nuevo poder del fútbol. Y confía en ganarle mañana a la Argentina.
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