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CÓRDOBA.- Emiliano Rigoni volvió a juntar las palmas de sus manos. El pedido de perdón fue automático, reavivado quizá al saberse el segundo de una breve secuencia que comenzó el 7 de febrero pasado, cuando en el marco de la fecha inaugural del torneo anterior, un gol suyo también había ayudado a quebrar a su ex equipo. Y tras él, había tenido el mismo gesto. Transcurrían 34 minutos de un partido entretenido, como lo fue en toda su extensión el de Belgrano e Independiente, cuando el pibe de Colonia Caroya, producto genuino de la cantera celeste, clavó la estaca en el corazón de su querido adversario, sin pensar que una hora de juego más tarde tendría el valor absoluto de la victoria.
Desde que había llegado a Córdoba, Rigoni se había encargado de recordar que sus lazos afectivos con el club que lo produjo como futbolista estaban intactos. A tal punto que la primera foto oficial de Independiente en este torneo, en el césped del estadio Mario Kempes, aparece sin su figura, perdida en esos momentos en el banco de suplentes pirata, entre saludos con quienes hasta no hace mucho fueron sus compañeros.
Pero las vueltas del juego lo pusieron en las antípodas de un festejo. Un pelotazo recibido por un tiro libre de Etevenaux, en el cierre del cotejo, le produjo un nocaut con retardo, ya que completó los 90 minutos pero en el vestuario perdió el conocimiento y fue internado en el sanatorio Allende. Rigoni no se acordaba ni de los detalles de su gol; estuvo en observación y tras algunos estudios recibió el alta para tranquilidad de todos.
"No me acuerdo nada, si no te diría", declaró Rigoni después del partido, desde una ambulancia, en diálogo con Paso a Paso, por TyC Sports. La historia es más insólita aún: ni siquiera recordaba haber marcado el gol que le dio la victoria a Independiente. "No, nada nada. Me lo contaron recién, no recuerdo la jugada... nada", remarcó. En conferencia de prensa, Gabriel Milito reconoció que no lo sacaron porque tenían más cambios, pese a que Cebolla Rodríguez insistió para que lo revisaran.
Ese providencial e inesperado zapatazo (sobre todo para Olave) de Rigoni fue determinante. La virtud del cordobés fue convertir desde un ángulo complicado, con una pelota que parecía demasiado veloz. Olave se confió, porque un segundo antes le daba indicaciones a un defensor. El caroyense, lejos de celebrar, pareció padecer su tanto. Llegó el abrazo de Denis y luego el del resto del equipo, que no alcanzó a cambiarle su semblante. Iba poco más de media hora de juego, y la estantería roja parecía temblar ante las insinuaciones locales. De hecho, en ese primer capítulo, Independiente sólo llegó además con un cabezazo de Denis que se fue apenas alto.
El partido tuvo vivacidad y muchas desprolijidades, de las que el árbitro Loustau tampoco pudo evadirse. No hubo un dominador absoluto en ningún momento; la pelota sólo parecía sentirse cómoda cuando pasaba por Matías Suárez, o cuando la sostenía Diego Rodríguez.
Uno y otro equipo se mostró débil para defender, al margen de la cantidad de llegadas que si bien no abundaron en el arco de Campagna, fueron muchas más que las que recibió Olave. Hubo un momento en que Belgrano presionó sobre la salida roja, y de cuya imperfección se aprovechó. Velázquez, con un toque por encima del arco, fue el que más cerca estuvo de anotar.
Con el resultado en su favor, y ya en el segundo tiempo, Gabriel Milito dio un golpe en la mesa para demostrar sus intenciones de no resguardarse. Lejos de eso, los ingresos de Benítez, Barco y Vera buscaron fortalecer una zona en la que inesperadamente apareció Figal para asustar por segunda vez a Olave. Belgrano intentó cada vez más, pero falló.
Debió ser empate. Nada de lo que produjo Independiente fue superior al resultado mismo. Expuso esfuerzo, pero se notó vulnerable. Belgrano nunca pensó que a pesar de tanta insistencia, iba a tener que padecer otra vez el fruto de su siembra. Tanto como en el verano de Avellaneda, ya en vísperas de septiembre y en el mismísimo estadio Mario Kempes, Rigoni lo hizo de nuevo.
ev/jp