El flaco talentoso al que el padre bautizó tras leer a Platón y luchó contra la dictadura en Brasil
Símbolo del Corinthians de los años 70 y 80, brilló en los mundiales de España y México y murió joven, tras un vida comprometida con la política; su historia llega a la pantalla
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Invitado en 1996 a Libia, Sócrates fue informado de que el coronel Muamar Gadafi quería verlo. A las cinco de la mañana fue llevado a un aeropuerto, llegó a una ciudad cuyo nombre jamás recordó y quedó largas horas recluido en un hotel. Una caravana de Toyotas lo condujo a un descampado, veinte minutos de plena oscuridad y, ya en el desierto, la tienda del coronel. Gadafi quiso convencerlo para que se postulara como presidente de Brasil. Sócrates fue acaso el futbolista más politizado de la historia. En los 80, Brasil llevaba veinte años de dictadura y él lideraba la Democracia Corintiana, el equipo bicampeón paulista que salía a la cancha exigiendo elecciones libres (“Diretas Ja”). A cuarenta años de la gesta, la vida de Sócrates aparecerá a fines de 2025, una serie de cuatro capítulos (Sócrates Brasileiro) a cargo de Walter Salles, director de la primera película brasileña ganadora de un Oscar: Todavía estoy aquí.
El nombre de Sócrates resonó estas semanas con el estreno del documental Placar–la revista militante. El semanario deportivo en el que el periodista Juca Kfouri impulsó la Democracia Corintiana, la mayor experiencia de autogobierno colectivo en la historia del fútbol. Decirle al pueblo de Brasil “que la opresión” no era “imbatible” y que era “posible darse las manos”. Así entró él al Morumbí la tarde del título de 1982. Tomado de la mano con Walter Casagrande, líder más joven del Corinthians que votaba concentración, refuerzos y DT. El equipo que votaba todo y en el que votaban todos. Y en el que cada voto valía igual. En el documental de Placar, Casagrande sube la apuesta: “Estábamos enamorados, éramos pareja, jugábamos bien porque nos queríamos, salíamos a tomar juntos porque nos queríamos, intercambiábamos ideas porque nos queríamos”. Casagrande, recuperado de las drogas, ya había contado su amor por Sócrates en SporTV. Héroes imponentes y frágiles, fueron parte de la fundación del Partido de los Trabajadores (PT) de Lula. Casagrande, que nunca había podido decirle “te amo” a su querida madre, se lo pudo decir finalmente a Sócrates tras años de distanciamiento. Sócrates ya estaba deprimido. Murió siete semanas después, en 2011. Derrotado por el alcohol. Tenía 57 años.
A Walter Salles, hincha de Botafogo, miembro de una de las familias más ricas de Brasil, y que cree en el cine como “una forma de hacer memoria”, le interesó el Sócrates que halló que el fútbol podía ser “un vehículo extraordinario para la trasformación política”. Suena extraño en estos tiempos de futbolistas “apolíticos”. O seguidores últimos de Jair Bolsonaro, hoy juzgado en su país por golpista. Pero no era raro en el Brasil de casi medio siglo atrás. La selección platónica tricampeona de México 70 venía de ser juguete del dictador Emilio Garrastazu Medici. Pero Zico, entonces crack incipiente de Flamengo, creaba el sindicato de jugadores de Río. Su hermano Edú, figura y goleador, había quedado afuera de la Copa porque Nando (el otro hermano de Zico) era un estudiante de filosofía y un alfabetizador arrestado por la dictadura. Lesionado, tampoco jugó en México 70 el crack Reinaldo, que celebraba sus goles con el puño en alto. La “Democracia Corintiana” de Sócrates juntaba a intelectuales y obreros, adoradores de un equipo que salía a la cancha con la leyenda “Democracia” en sus camisetas.
“O Doutor” (apodo de Sócrates, que era médico) había prometido ante más de un millón de personas que se iría del país si Brasil no recuperaba la democracia. Partió a Italia (a Fiorentina). Le preguntaron por qué ídolo se inclinaba, si Sandro Mazzola o Gianni Rivera. “No los conozco, estoy aquí para leer a Gramsci en su versión original”, respondió Sócrates, que creció admirando al ex Racing Agustín Mario Cejas (“el mejor arquero que vi en mi vida”) y jugaba a un toque para disimular su forma física (amaba la noche y fumaba desde los trece años). Fue capitán de Telé Santana en el Brasil del Mundial 82. Jugó también en el México 86 de Diego Maradona. Amaba el espíritu de libertad de Diego (“un artista de saltos mortales”) y compartían ambos admiración por Fidel Castro (Sócrates llamó Fidel a su sexto y último hijo). Brasil, dijo una vez, fue futebol-arte gracias al mestizaje. “Vos sos blanco”, le observó un periodista. “Tengo un negro dentro mío”, respondió riéndose.

A Magrão (El Flaco) su padre lo llamó Sócrates leyendo La República de Platón. A los dos hijos siguientes los llamó Sófocles y Sóstenes (este último, ingeniero, investigador y docente, fallecido hace tres meses, cáncer a los 70 años, tras ejercer dos décadas como director de Gol de Letra, la Fundación creada por Raí, el otro hermano futbolista de la familia, ex crack de PSG, porte de galán de telenovela). Una vez le preguntaron a Sócrates, lector de filosofía, qué significaba jugar ante una multitud. Sócrates, un atleta del arte nacido en la Amazonia, le preguntó a la periodista si le gustaba Raí, si aceptaría ir a cenar con su hermano, luego a una fiesta y luego compartir besos y caricias apasionadas en el auto. “¡Suspiro!”, le dijo cómplice la periodista. “En ese momento”, completó Sócrates, “explota el auto, solo queda el chasis con ustedes allí y aparecen cien mil personas gritando ‘¡Timão! ¡Timão!’ (por Corinthians). Eso es exactamente lo que sientes en un estadio colmado”.
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