Francesco Acerbi, el héroe de Inter ante Barcelona: “El cáncer fue mi suerte; agradezco a Dios haberlo tenido”
A los 37 años, el defensor vive un momento de esplendor, lejos de los peores padecimientos de su vida
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No había otro futbolista entre los once vestidos de negro y azul capaz de revertir la historia. Se habían jugado 92 minutos y 42 segundos de la semifinal de Champions League entre Inter y Barcelona, en San Siro. Los catalanes ganaban por 3-2 y el equipo de Lautaro Martínez buscaba con coraje el empate que mandara la serie al alargue. Entonces apareció él, con sus 37 años a cuestas, un defensor inoxidable que representa como pocos a los históricos zagueros del Calcio. Francesco Acerbi, dos veces desafiado por un cáncer de testículo, víctima del alcoholismo y la depresión, no se iba a rendir tan fácil. Contra todos los pronósticos, buscó el centro de Denzel Dumfries y les ganó tanto al uruguayo Ronald Araújo como al arquero Wojciech Szczęsny; torció el destino con un remate de derecha... siendo más zurdo que el mismísimo Diego Armando Maradona. El grito desaforado, la boca llena de gol, el festejo de los hinchas, una vida más para Inter, que acabaría señalando el 4-3 de la mano -el pie, en realidad- de Davide Fratessi.
En el vestuario de Inter, Acerbi es “El León”. No sólo porque tenga tatuado al rey de la selva en su piel, sino por su carácter, indestructible; casi invencible. Marcó a los mejores delanteros de Europa esta temporada y no pudieron con él. De Romelu Lukaku a Harry Kane, pasando por Erling Haaland. Y a comienzos de año los dirigentes de Inter pensaron en darle el pase por su edad y porque además estaba lesionado. “Rejuvenecer el plantel”, era la idea. El defensor central se plantó. Regresó de la mejor manera y escuchó las palabras mágicas de sus hinchas tras eliminar a Bayern de la Champions: “Acerbi, deberíamos clonarte”.
ACERBI EN LA ÚLTIMA: 3-3 INTER Y BARCELONA. GRACIAS FÚTBOL.
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Acerbi es un futbolista tardío. Recién pudo vivir de la pelota a los 22 años. Reggina, Chievo Verona, sus dos primeros equipos. Le bastaron dos meses en la ciudad de Romeo y Julieta para encandilar a Milan, el equipo por el que sufría desde pequeño. Corría 2012, año que marcaría su vida por la muerte de su padre. “Jugaba para él. Se preocupaba mucho, quizá demasiado. Desde luego más que yo. Quizás, a veces me decía tanto que, queriendo hacerme bien, llegó a herirme. A hacerme perder la pasión. El caso es que una vez que se fue no tuve a nadie por quién jugar. Desde luego, no por mí”, confesó Acerbi en una descarnada entrevista con la revista L’Ultimo Uomo.
A la muerte le siguió un duelo marcado por la depresión y el alcoholismo. “No tenía la cabeza de un profesional”, recordó en aquella nota. Y agregó, sobre aquel período traumático: “No me respetaba a mí mismo, ni a mi trabajo, ni a los que me pagaban. A menudo llegaba al entrenamiento sin haberme recuperado de la borrachera de la noche anterior. No me importaba, porque físicamente siempre estaba fuerte. Me bastaban unas horas de sueño para seguir rindiendo en el campo. Las noches no están mal a pesar de todo, el problema es que entonces exageraba”.
El diagnóstico de cáncer
En 2013, Acerbi regresó al Chievo. Pero podría haber ido a cualquier otro club, que nada hubiera cambiado. Su cabeza estaba en otro lado. Tenía apenas 25 años y llevaba apenas una temporada como futbolista de elite, de la Serie A. “Quería dejar de jugar. Ya no me interesaba: no encontraba ningún estímulo”, reveló a L’Ultimo Uomo. Y agregó: “Se lo contaba a mi madre por teléfono cuando hablábamos y ella, pobrecita, no sabía qué decirme. También se lo conté a (Alberto, delantero italiano y compañero suyo en el Chievo) Paloschi, éramos muy amigos: ‘Palo quiero dejarlo, no puedo más‘“, relató. ”Sólo pensaba en mi tiempo libre: nunca en ser profesional, ni siquiera fuera de la cancha“, completó.
Una aventura en el Sassuolo le cambiaría la vida. En todo sentido. Las pruebas médicas previas a su fichaje por el equipo detectaron que algo no andaba bien. Tenía un tumor maligno en su testículo izquierdo. Tres semanas después, Acerbi cambió un campo de juego por un quirófano en un hospital de Milán. Su cuerpo volvía a estar sano, pero su cabeza seguía estando en el mismo lugar. “Me operaron y a las tres semanas volví a los terrenos de juego. Ni siquiera me di cuenta, así que nada había cambiado. Seguí comportándome como un no profesional fuera del campo”, contó en aquella entrevista a corazón abierto.
En noviembre, la enfermedad reapareció en el testículo derecho. La solución, entonces, era la quimioterapia. Náuseas y pérdida del cabello, los efectos colaterales. Acerbi sintió en el cuerpo los efectos del tratamiento. Su mente seguía en otro lado. Ni siquiera la inminencia de la muerte le provocaba un clic: “Golpeaba la mesa con los puños. Gritaba solo en casa, pero básicamente seguía con la vida de siempre. Las noches, la bebida. Así reaccioné a la enfermedad: saliendo hasta las 7 de la mañana”, evocó. Tenía una pregunta retórica y era por qué el cáncer no lo cambiaba. Por qué no tenía miedo...
El tratamiento funcionó. El cáncer remitió. Y de golpe, en medio de la quimioterapia, Acerbi descubrió el poder de la mente: “Un día me terminé el paquete de pastillas contra las náuseas. Llamé al médico para que me recetara más. Me respondió: ‘Francesco eso es el laxante, no tomaste el medicamento correcto’. Mi error me había hecho darme cuenta de que si con el laxante sentía que las náuseas desaparecían, significaba que hasta ese momento las había hecho desaparecer con la mente. Me autoconvencí”, contó. “Nunca me impuse nada. De hecho, no hice nada para lograr el avance. Fue mi cabeza la que lo hizo todo”, agregó.
La resiliencia de un gladiador
“No me respetaba a mí mismo, pero el cáncer fue mi suerte”, razonó. “Cuando supe que lo tenía pensé de inmediato en todas las oportunidades que había desperdiciado. Si no fuese por eso jamás me habría asentado en la máxima categoría”, continuó Acerbi. Recuperarse de la enfermedad le dio impulso a su carrera: dejó Sassuolo en 2018 tras 157 partidas (11 goles) y recaló en Lazio, donde jugó 135 veces y convirtió nueve tantos. Lo llamó el Inter y dijo que sí. Primero, a préstamo. Luego, definitivo por tan solo un millón de euros.
Convocado a la selección, ganó la Eurocopa 2020 en el mítico estadio de Wembley y tras vencer a Inglaterra en la final. Su temporada actual hace que figure en el radar de Luciano Spalletti para el partido por eliminatorias ante Noruega. Después de todo, ya sabe lo que es marcar -y bien- a Haaland. En su cuerpo conviven, tatuadas, frases de Paulo Coelho y Albert Einstein. Un león gigante domina el abdomen.
No había otro héroe posible para la serie con Barcelona. Debía ser Acerbi, el de la depresión, el alcoholismo, el cáncer y la resiliencia. Su primera hija, nacida en 2021, se llama Vittoria, todo un símbolo. La segunda, Nala, llegó al mundo en agosto de 2023. El destino le dio la oportunidad de redimirse y él la agarró fuerte con las dos manos. Una oportunidad. Una pelota. Su único toque en campo de Barcelona en todo el partido. Y un gol inolvidable, el único de su carrera por Champions League; el tanto de su vida.
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