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SANTIAGO DE CHILE.- Si hay una hendija por la que pueda colarse la esperanza de los chilenos de no perder el último tren al Mundial, del otro lado seguro están sus dos caras, talladas en piedra en el olimpo del fútbol de este país. Los próceres de la Generación Dorada se pasan la pelota en el entrenamiento igual que hace diez años lo hacían aquí mismo, cuando Chile ganó la Copa América por primera vez en su historia. El complejo Juan Pinto Durán, bastión de La Roja, los ve iguales, pero distintos: Arturo Vidal (38 años) mantiene ese aire bravucón de toda la vida y también el talento, pero las piernas pesan más y su influencia suele reducirse a la vena anímica. Alexis Sánchez (36), condicionado por las lesiones, casi no jugó en la temporada en Udinese, pero ahora ríe cuando una pelota le pasa por debajo de la suela, en un ejercicio lúdico de calentamiento. Las nubes no dejan ver el sol, y la metáfora se impone: la tormenta se ciñe sobre esta selección, que marcha última en las Eliminatorias junto a Perú, justo cuando a esta ciudad están llegando los campeones del mundo con el hambre intacto.
El temor se huele. Sería el tercer Mundial consecutivo que Chile se perdería. Esa sensación flotará el jueves en el repleto estadio Nacional, aunque las matemáticas indiquen que el asunto no podría sentenciarse todavía, incluso aunque perdiera ante la Argentina de Messi. Nadie asegura que Ricardo Gareca vaya a mantenerse en pie luego de esta doble jornada si la eliminación se consuma. El pulso de la calle fue variando: si hubo unanimidad cuando la Asociación chilena lo fue a buscar, ahora hay más reproches que respaldo. “Temo que hagamos un papelón. Gareca demora en hacer los cambios, tardó en convocar a Vidal y perdió partidos inentendibles”, le apunta Nicolás, mientras atiende una mesa de un restaurante en la acomodada zona de Providencia, donde la selección argentina llegará cuando caiga la noche del miércoles. “Espero que el próximo sea Sampaoli”, se adelanta Martín, mientras curiosea -en vano- fuera de Pinto Durán, a ver si detrás de esos vidrios oscuros de los autos de alta gama que parten descubre el rasgo de algún jugador. Este hincha también, aunque sea adolescente, hace un link con 2015, cuando Sampaoli llevó a Chile al cenit.
Del otro lado de la puerta, Gareca intenta transmitir serenidad, un activo que lo acompañó toda su vida, incluso en momentos delicados como el que atraviesa. Siente que, pese a todos los males, el equipo está mejor ahora, con una línea de juego más sólida, pese a que los resultados no aportan sonrisas. Quienes entran y salen de la concentración advierten un buen ambiente, con los jugadores alineados detrás de Gareca, que ahora juntó por primera vez en toda la trayectoria de estas eliminatorias a Vidal y Sánchez. En el inicio de la semana había otro sobreviviente de aquella Copa América -y también de la siguiente, en 2016, cuando Chile volvió a ganarle la final a Argentina, aunque en Estados Unidos-: Charles Aránguiz. Son los generales que quedan desde entonces, con sus idas y venidas, pero el volante de la Universidad de Chile fue dado de baja por lesión. Así que el Tigre, que en su momento se reunió en privado con Vidal luego de los dardos que el futbolista le enviaba públicamente, apunta a colocar a ambos como titulares. Ni siquiera el bajo momento de Alexis le quita la idea al entrenador: “Esto es su vida, no tiene ni un gramo de grasa, es un profesional de primera. No pude tenerlo antes, pero llegó el momento”, lo elogió Gareca en una entrevista reciente.
La expectativa se palpa en las 45 mil entradas agotadas para ver el partido y los 180 periodistas que lo cubrirán, récord en estas eliminatorias. “La gente va a apoyar al inicio, pero si las cosas no van bien, no sería extraño que haya reproches”, se resigna un directivo de la ANFP (Asociación Nacional de Fútbol Profesional). Ayuda también al entusiasmo la nutrida convocatoria de jugadores del medio local, esos que el público sigue desde la tribuna y no la TV: hay seis de la U y cinco de Colo-Colo, los dos clubes más convocantes, en una nómina con un perfil joven que ya apunta al proyecto siguiente, pase lo que pase ahora. Por ellos también se completará la capacidad del viejo Estadio Nacional, el mismo sitio de aquella final decidida por Alexis Sánchez, justamente, en la definición por penales.
Claro que el salto temporal reduce el recuerdo a un homenaje, y poco más. Ahora, las fotos del presente abruman a Chile: la Argentina le ganó las últimas tres veces que se enfrentaron en este país -la última en Calama, un intento de que la altura equilibrara fuerzas-, llega por primer vez con el cetro de campeón mundial, en la primera rueda el partido terminó en baile (3-0) y ahora vienen Messi y sus soldados dispuestos a no frenar la marcha triunfal en las eliminatorias…
La hoja de ruta marca que, luego de recibir a la Argentina, Chile debe viajar al estadio más alto del continente para jugar contra Bolivia (en El Alto, a 4150 metros sobre el nivel del mar). Y si saliera indemne de ese combo explosivo, debería vencer a Brasil y Uruguay en las últimas dos fechas, en septiembre. ¿Pero quién puede ahora mirar tan lejos? Quizás los creyentes que, a toda hora, entran a la Catedral de Santiago, allí donde en una urna de mármol descansan los corazones de los cuatro héroes del Combate de La Concepción, un hito de la historiografía del país. Dos héroes de esta era, permítase la herejía, visten de corto, e irán a dar una batalla en la que tienen más para perder. A ellos, Arturo y Alexis, se encomiendan los feligreses del fútbol.