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Lionel Scaloni es consagrado por el Monumental como el líder emocional del seleccionado argentino
El entrenador volvió a quebrarse hasta las lágrimas cuando le habló al público; el estadio lo ovacionó y coreó su nombre; sus jugadores se juntaron y lo tiraron por el aire
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Sensible y competitivo. Lionel Scaloni lleva el fútbol adentro. Lo disfruta más cuando es una vía para hacer felices a los demás.”Es increíble poder brindarle a la gente la posibilidad de festejar en casa, de ver a la gente unida y feliz. En mi vida pensé que iba a tener este reconocimiento. Es algo que no tiene precio. Esto es por ustedes y para ustedes”, se dirigió, micrófono en mano, al Monumental desde el centro del campo, unos minutos después de su estreno como director técnico campeón del mundo. Nada menos.
No quiere arrogarse más méritos que los que cree merecer, o que considera que son de sus jugadores. Por eso, cuando en el estadio se empieza a entonar “que de la mano, de Scaloni, todos la vuelta vamos a dar”, aprovecha que tiene el micrófono para pisar la voz del público con el nombre de Messi cuando mencionan el suyo. Como si quisiera establecer cual es el orden de las jerarquías en la consecución de la gloria.
Continuó anoche el raid sentimental de Scaloni, erigido en el líder emocional del seleccionado. Cierra la jornada siendo arrojado al aire por sus jugadores, que ya saben lo que pesa cuando lo hicieron volar en el Maracaná tras la conquista de la Copa América.
Noche de reconocimiento, gratitud y tributo. Scaloni los puso en práctica para elegir a los mismos titulares de la final ante Francia. Solo en la Copa América 2019 había repetido la alineación (Venezuela y Brasil). Las razones ahora iban más allá de un planteo o de la exigencia del partido. Futbolistas que, además de ser artífices del domingo de gloria en el Lusail, también integran el armazón de su gestión. De los 59 encuentros de la era Scaloni, De Paul estuvo en 53; Paredes, en 50; Lautaro Martínez, en 47; Messi, en 46; Otamendi, en 44; Tagliafico, en 41; Acuña, en 40, y Di María, en 34.
Scaloni fue el principal impulsor para que el seleccionado volviera a jugar en el Monumental por las eliminatorias. Lo satisfacía el estado del campo, favorable para el estilo de juego del equipo. Cuando las puertas del estadio recién se abrían y empezaban a llegar los primeros espectadores, el entrenador salió a recorrer el remozado Monumental. En su gesto se advirtió el asombro por la capacidad ampliada en las dos cabeceras y en la tribuna lateral San Martín.
La celebración final con la palabra de Messi y Scaloni
Entre tantas banderas, hubo una dedicada a Scaloni con una dedicatoria cargada de sorna hacia quien era su jefe en el Mundial de Rusia: “Gracias Sampaoli por dejarnos a Scaloni”. Fue idea de un par de bahienses que además llegaron con las caretas del entrenador.
El arquitecto de este seleccionado se llevó una gran ovación cuando su imagen apareció en la pantalla del estadio y fue mencionado por los altavoces. La aclamación popular no fue muy inferior al estruendo que se escuchó con Messi, Di Martínez y Di María.
Ingresó a la cancha acompañado por sus hijos Ian (11 años) y Noah (6), con quienes ya había compartido lágrimas de felicidad en los últimos partidos del Mundial. Vestido con indumentaria deportiva, porque lo hace sentir más cómodo y auténtico que si va de elegante sport. Su identificación con el seleccionado también pasa por esos detalles. Cantó el himno a viva voz, con el pecho henchido de orgullo. Sus laderos en el banco siguen siendo los mismos: Walter Samuel, Pablo Aimar y Roberto Ayala.
Hace poco recordó que en el banco es más tranquilo que en el aula en su época escolar. Botellita de agua a un costado, cumplió con el ritual de ponerse en cuclillas con el pitazo inicial. Después, sus posturas habituales: brazos cruzados o un brazo apoyado sobre el otro y un puño cerrado para sostener el mentón. Se sobresaltó cuando Messi cayó por un fuerte foul a los 14 minutos. Corrió a sentarse al lado de Ayala para intercambiar impresiones. Por el grado de exigencia que se impone, aun en una jornada festiva no escondió algún gesto de desaprobación por el rendimiento plano de su equipo en el primer tiempo. No era la jornada para andar a los gritos desaforados ni para exagerar con aspavientos desde el banco, pero igual intentó algunas correcciones posicionales. Visceral como es, no le gustaba nada que el ambiente cayera en sus decibelios por el toquecito sin profundidad ni sorpresa del seleccionado.
El segundo tiempo ameritaba cambios por un doble motivo: para que todos los campeones fueran teniendo minutos ante el público y porque hacía falta vivacidad y cambio de ritmo.
Los atenuantes estaban contemplados. El seleccionado volvió a reunirse más por un acontecimiento social de dimensiones geométricas que por una cita futbolística de envergadura. La dispersión es inevitable, cuesta retomar los automatismos de la preparación de un partido y la tensa vigilia. Pero un campeón del mundo debe serlo y parecerlo. Cuidar las formas. El prestigio es un honor que también pesa y demanda.
En otras circunstancias, Scaloni habría reaccionado hecho una furia cuando a Dybala le cometieron un claro penal, ignorado por el árbitro. Con el mismo criterio, el gol de Thiago Almada no le provocó una euforia excesiva. Sí, un alivio, porque el gol se estaba demorando demasiado. Y una fiesta futbolística sin goles es como bailar sin música.
El primer gol post-mundial lo hizo el futbolista más joven del plantel. Todo un simbolismo para la nueva etapa. Y también una demostración de la racha goleadora del ex-Vélez: venía de marcar un doblete para Atlanta United.
La noche se volvía a encender. Y Scaloni también recupera adrenalina. Sus idas y vueltas al banco para cambiar alguna palabra con sus colaboradores se hicieron más constantes.
Pero a la fiesta le seguía faltando algo, estaba incompleta. A Messi se le había negado el gol en cinco tiros libres. Si algo demostró el capitán en todos estos años es que además de clase y talento es insistente, porfiado. En el sexto tiro libre, la pelota le obedeció. Golazo al ángulo para que el partido tuviera la ornamentación más adecuada, la que una multitud había ido a buscar. Más allá de todos los condicionantes, Scaloni no deja de ser un entrenador y le encontró una utilidad al amistosos: “Para nosotros fue una buena prueba porque ahora somos campeones del mundo y todos nos van a poner las cosas difíciles. Es una buena prueba para lo que viene. Nosotros no dejamos de correr y presionar. Que disfruten (por los jugadores), pero que durante el partido jueguen como saben”.
“Scalooooni, Scaloooni...”, “La Scaloneta la p... que lo parió, la Scaloneta la...”, lo premiaron desde las tribunas 83.000 personas, entre las que estaba su padre, llegado desde Pujato, que algún desvelo le provoca con su estado de su salud. Un testigo especial para arrancarle más lágrimas a un técnico que va con el corazón en la mano.
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