Mundial de Clubes: la ilusión de sentirse parte de la elite al menos por un rato
En Europa no están conformes con la realización de un torneo en el que a los equipos menos poderosos les llueven millones de dólares
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Hay dos datos que simbolizan que Bayern Munich no es lo que era. Patrón eterno de la Bundesliga, el club bávaro no pudo primero sacarle a Bayer Leverkusen al DT Xavi Alonso (que eligió irse a Real Madrid). Y segundo: tampoco pudo fichar a Florian Wirtz, la estrella de Leverkusen a la que había cortejado largamente. Wirtz prefirió irse a Liverpool, que pagó 157 millones de dólares por su ficha. Bayern Munich perdió competitividad frente a otros gigantes europeos porque el tradicional modelo alemán de clubes en manos de los socios pierde ante el desembarco salvaje de los nuevos dineros que inflan a la pelota globalizada. Pero el Bayern, claro, sigue siendo todopoderoso. Es el club que cambió en los años 80 Uli Hoeness, el nombre más influyente dentro del grupo de exjugadores que manejan al rival que enfrentará Boca este viernes en Miami. Caos del Tercer Mundo versus orden del Primero. Y un Mundial de Clubes que, pese a las críticas, amenaza tener larga vida.
El modelo Bayern Munich, de club gestionado deportivamente por exjugadores (como aquí, salvando todas las distancias, pretende hacer a su modo el Boca de Juan Román Riquelme), sufrió una gran crisis dos años atrás. Hubo internas en su Junta Directiva, celos en el vestuario y filtraciones picantes, ideales para el diario Bild. Fue despedido primero el joven DT Julian Nagelsmann y luego sus dos máximos gerentes deportivos, el exarquero Oliver Kahn y el exdefensor-volante Hasan Salihamidzic.

En 2013, Bayern había sufrido la caída del propio Hoeness. Hábil desde niño para los negocios, Hoeness, campeón mundial en 1974 y dirigente tras un retiro precoz por una lesión, fue acusado por evasión y estuvo brevemente en prisión. Solo un presidente había estado antes en la cárcel en toda la historia del club, Kurt Landauer, pero porque tenía origen judío y los nazis lo recluyeron en el campo de concentración de Dachau. Hoeness, que se rehízo del golpe, se reunía con la canciller Angela Merkel, era (es) empresario exitoso, hacía filantropía (albergaba gente en su propia casa) y era llamado “Don Limpio”, símbolo ético y moral del país.
Bayern Munich, una Sociedad Anónima pero que no cotiza en Bolsa, aliada con gigantes alemanes como Adidas, Audi y Allianz, acaba de firmar contrato de patrocinio con Telekom por trescientos millones de dólares. No necesitaba el Mundial de Clubes para ganar dinero, hasta que Gianni Infantino, presidente de la FIFA, garantizó premios de mil millones de dólares que logró a través de DAZN, dueña de derechos de trasmisión de acceso libre. Es dinero de Arabia Saudita, que seguirá lloviéndole al fútbol al menos hasta que la monarquía albergue la Copa Mundial de selecciones de 2034. La prensa europea critica este Mundial inflado que excluye a campeones de tres de sus principales Ligas (Liverpool, Barcelona y Napoli), y que se juega en horarios de altas temperaturas y canchas semivacías. Tiene sus fundamentos, pero tiene también su mirada hegemónica, azorada porque la fiesta, como en la última Copa de Qatar, trascurre afuera de su territorio.
El mismo sábado que comenzó el Mundial de Clubes Estados Unidos abrió también la Copa de Oro de la Concacaf y siguió su propia Liga (MLS). Hubo además desfile militar en Washington y protestas anti Trump en todo el país. Dos días después, cuando el Hard Rock de Miami vivió una explosión tremenda con el partido que Boca empató 2-2 contra Benfica, a pocas cuadras de allí ni siquiera estaban enterados del torneo. Estados Unidos es muchos países dentro de un solo país. En ninguno de ellos el soccer es prioritario. Por eso celebró Infantino el debut de Boca, con Riquelme a su lado. Boca, escribió Barney Ronan en The Guardian, dio “autenticidad” a una competición “plastificada y mercantilizada”. Y sus hinchas, añadió Javier Cáceres en el diario alemán Suddeustsche Zeitung, desnudaron la ridiculez del ruido enlatado que pone la FIFA en los estadios. “La locura irresistible de Boca Juniors”, tituló The Athletic, portal deportivo de The New York Times. Bayern Munich, que aplastó 10-0 en el debut al equipo semiprofesional Auckland City, sabe que Boca le jugará el viernes un duelo áspero.
Infantino fue rápido para adueñarse de un negocio que, hasta un año atrás, era pretemporada habitual de los clubes más poderosos de Europa, que colmaban estadios en Estados Unidos en torneos de plástico. La FIFA lo convirtió en Copa Mundial. Los hinchas de Bayern Munich, tradición en las tribunas alemanas, mostraron en el debut del domingo un cartel valiente. Que a diez años del FIFAGate, decía el cartel, el fútbol “está peor gobernado”. Y que hay que “aplastar a la FIFA”.
Si Europa protesta (la Liga de España prometió que “acabará” con este Mundial), el Tercer Mundo, en cambio, lo jugaría todos los años. Gana dinero nivel Champions. Al Auckland City, por ejemplo, le permitirá construir terrenos que posibilitarán jugar al fútbol bajo cualquier clima. Y para Boca (y River), además del dinero, está la ilusión de sentirse parte de la élite. De creer que el viernes, al menos por noventa minutos, podrá ganarle a Bayern Munich. Ser “el mejor del mundo”. Y sin importar que, luego, como canta Joan Manuel Serrat, volverá “el rico a su riqueza y el pobre a su pobreza”. Que “se acabó la fiesta”.
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