Ni la lesión ni las lágrimas de Marcos Rojo lograron frenar a un Boca cada día más afianzado como líder de la Liga Profesional

Marcos Rojo es cabalmente el capitán de Boca, por más que no siempre lleve la cinta. Para la enorme cantidad de chicos que debutaron en la primera división desde que Román Riquelme se hizo cargo del Departamento de Fútbol (31 hasta el momento), el experimentado zaguero se erigió como un referente. Aconsejándolos, acompañándolos y alentándolos en su proceso de consolidación.

Por eso, cuando a los 25 minutos del encuentro con Sarmiento en Junín, por la Liga Profesional de Fútbol, el hombre surgido en Estudiantes de La Plata quedó tendido sobre el césped y reclamó una urgente atención médica, nada fue igual. Ni en el partido, ni en el plantel, ni en el futuro mediato del equipo azul y oro.

Compacto de Sarmiento 0 vs. Boca 1

Nadie conseguía contener las lágrimas de Rojo. Ni Marcelo Weigandt, que lo abrazó cuando se sentó en el banco de suplentes, ni ningún otro compañero de todos los que se arrimaron al carrito para palmearlo y darle ánimo. El recio defensor estaba desconsolado, temeroso de que la lesión fuera grave, aún sin estudios ni diagnóstico médico. Con 32 años, 14 de profesional y varios problemas físicos (incluidos ligamentarios), conoce su cuerpo mejor que nadie.

No era un partido más para él. El zaguero volvía de un desgarro en el sóleo derecho que lo había mantenido cuatro partidos afuera. Y la alegría del regreso mutó rápida en honda tristeza cuando, un instante después de malograr un penal (se lo contuvo Sebastián Meza), regresaba a su posición defensiva y en un intento de recuperar el balón hizo un mal movimiento y cayó. De inmediato se llevó las manos a la rodilla derecha, y más tarde al rostro.

Sarmiento se dio cuenta del impacto que había generado en el líder de la Liga la salida de su capitán, que esta vez fue simbólico, pues Frank Fabra portó el brazalete. Y entonces, se animó a ir a buscar el triunfo, después de aguantar como podía los embates xeneizes. Las acciones comenzaron a sucederse cerca del área del visitante, y apareció Agustín Rossi. De hecho, desvió con esfuerzo un gran remate de Lisandro López desde fuera del área, luego de una buena jugada colectiva.

Cuando parecía que lo mejor que podía pasarle a Boca en la primera parte era irse 0 a 0 al descanso, del córner posterior llegó un contragolpe demoledor. La defensa despejó, Cristian Medina controló algo más allá del área propia y trasladó hasta pasado el mediocampo, abrió en el momento exacto hacia su izquierda para Darío Benedetto y Pipa ejecutó un estiletazo para la aparición, como un rayo por el medio, de Langoni, que definió a la carrera.

El gol de Luca Langoni

En la segunda parte, el equipo conducido por Hugo Ibarra salió a asegurar la victoria. Y a no sufrir. A los 3 minutos tuvo a mano el segundo gol Medina; un minuto más tarde, Benedetto cabeceó apenas desviado. A los 10 hubo una jugada maradoniana de Fabra por la izquierda, que no fue el mejor gol del campeonato porque Meza evitó la caída de su valla, y a los 16, luego de una gran acción de Langoni por la derecha, Óscar Romero quedó mano a mano y otra vez ganó el arquero de Sarmiento.

El Verde sintió que la suerte le hacía un guiño y fue a buscar el empate. Con más ímpetu que claridad, hizo que el 1 a 1 merodeara. Pero no llegó. Aunque en la última jugada, el propio Meza casi lo logró con un remate que sacó Rossi con esfuerzo.

El 1 a 0, décimo triunfo consecutivo por la mínima diferencia, permite a Boca pisar fuerte en lo más alto y consolidarse como un serio candidato a quedarse con la Liga. A falta de 9 puntos por disputar, les saca cuatro de ventaja a sus escoltas, Racing y Atlético Tucumán, y 7 a River, que si bien matemáticamente tiene chances, necesitaba imperiosamente un tropiezo del líder en Junín.

A diferencia de en otros partidos, el resultado no se condice con las acciones. Boca debió ganar por una amplitud mayor. Hizo méritos futbolísticos para eso, y además se repuso de la inquietante lesión de Marcos Rojo, el capitán de Boca sin cinta.

Por Pablo Lisotto

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