Selección argentina: de la genialidad de Messi a la especialidad de Dibu Martínez, un sube y baja de emociones, aciertos y errores imposibles de olvidar
Con el genio del 10 en su máxima expresión y con la habilidad del Dibu para atajar penales, la selección se metió en semifinales y disputará los siete partidos que un Mundial
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Esta vez no alcanza una sola columna para desgranar y describir lo visto y lo vivido. Será muy difícil, diría imposible, olvidarse de este choque entre la Argentina y Países Bajos de cuartos de final en Doha. Por sus múltiples alteraciones, en el juego y en lo emotivo; por los numerosos cambios, de futbolistas, de desarrollo y de sensaciones; por los vaivenes, en el marcador y en lo anímico.
El resultado final indica que Argentina superó una prueba mayúscula para meterse en las semifinales del Mundial. Porque fue el mejor de los dos, porque tuvo la entereza necesaria para levantarse muy pronto de un golpe durísimo, como fue el empate en la última jugada de los 90 (en realidad 100) minutos, y también porque supo corregir sobre la marcha los defectos que mostró después de marcar el 2-0.
Es indispensable una vez más arrancar el análisis hablando de Lionel Messi y el extraordinario nivel futbolístico que está enseñando en Qatar. Básicamente, porque partiendo de esa base Lionel Scaloni puede establecer cualquier tipo de estrategia con la conciencia que será la correcta.
Lo mejor del partido

Argentina juega con una ventaja sobre el rival. Sabe que guarda en el bolsillo el giro, la gambeta, el pase inesperado que desequilibrará el partido. Solo hay que esperar el momento oportuno, un momento que lleva el nombre y apellido del número diez. Lo hemos visto en encuentros ante adversarios cerrados que esperaban muy apretados cerca de su área; lo vimos ante Países Bajos en un choque táctico, casi de ajedrez, con dos equipos que jugaron a neutralizarse y lo lograban hasta que el genio frotó la lámpara para generar el caos en el rival y hacer lo que nadie hace dentro de una cancha.
Pero al margen de Messi, la estrategia inicial elegida por Scaloni fue un acierto. Tener bien controlado el mediocampo con una zaga firme y poca distancias entre las líneas fue importante; soltar a los dos laterales de manera simultánea, un factor clave. Nahuel Molina y Marcos Acuña interpretaron muy bien el partido, para ensanchar la cancha y estirar el equipo, sobre todo en el caso del jugador del Atlético de Madrid, que neutralizó a Daley Blind y supo llegar hasta las entrañas de la defensa contraria tal como se requiere de un lateral: de afuera hacia adentro, como en la jugada del primer gol.
Incluso en esta ocasión el repliegue tras el 1 a 0 tuvo algo más de sentido que en el partido contra Australia, porque se hizo sin perder el manejo de la pelota. Los problemas y los disgustos, curiosamente, aparecieron una vez que la distancia en el marcador ya parecía definitiva.
En esta Copa, Scaloni ha transformado en norma los retoques constantes en el equipo siguiendo dos premisas: quitar a los amonestados para evitar una segunda tarjeta y proteger los espacios antes que la pelota. En el primer punto, la experiencia indica que los jugadores sabemos autocontrolarnos en la cancha, más todavía con la temperatura y la atmósfera de partido que se vive en una instancia decisiva de un Mundial. En el segundo, volvió a quedar en evidencia que si bien meterse demasiado atrás puede tener una gran reputación siempre es posible recibir un gol en cualquier jugada, y que no hay fórmula científica ni receta confiable cuando uno se aleja demasiado de la pelota y el protagonismo. En el fútbol nadie puede eliminar todos los riesgos.
Con los cambios Argentina perdió la vocación ofensiva y se encomendó a defender la ventaja mientras Países Bajos modificaba radicalmente su juego. Dejaba de triangular y tocar por abajo para simplificar su fútbol hasta hacerlo directo y por vía aérea, un método con el cual Argentina colaboró sumando faltas laterales evitables.
El empate postrero obligó a la épica y el equipo mostró aquello que se echó de menos en aquel partido contra Arabia que ahora parece tan lejano. No se desplomó ni se dejó atrapar por pensamientos pesimistas. Por el contrario, los movimientos que realizó Scaloni ayudaron a recuperar la frescura. Enzo Fernández pasó a desenvolverse en el sector de la cancha donde se siente más cómodo, con mayor injerencia en las acciones ofensivas (el último remate que devolvió el palo hubiera sido la coronación del extraordinario tiempo suplementario que disputó), y la entrada de Ángel Di María incrementó ese monólogo del último cuarto de hora que merecía mejor suerte que una definición por penales.
Todo suele ser relativo en las definiciones desde los doce pasos. Por lo general la tensión ataca y condiciona más al que se siente obligado y deja más suelto al equipo que afronta esa instancia como una conquista. Fue así en el Croacia-Brasil; se dio al contrario en el caso de Argentina. Y entonces se hace inevitable mirar a Emiliano Martínez, un especialista en ese arte de intimidar psicológicamente al ejecutante.
Con un alto grado de virtudes y con sus dudas y vaivenes; con la ventaja de contar con el genio de Messi en su máxima expresión y con la habilidad del Dibu Martínez para atajar penales, la selección se metió en semifinales y disputará los siete partidos que un Mundial solo reserva a los cuatro mejores equipos. Todavía quedan otros inolvidables 180 minutos para sufrir y disfrutar.
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