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SAN PABLO (Especial).- Escándalo. El fútbol dejó otra vez su peor cara al descubierto. De a ratos, dio miedo en la inmensidad del Morumbí. Sonó como la peor expresión del deporte cuando parecía que las viejas mañas de tiempos pasados habían quedado en los libros. No hubo demasiados testigos más que un puñado de jugadores argentinos, los de Tigre, y los presuntos agresores, los encargados de la seguridad de San Pablo, algunos hinchas y, según los protagonistas, la misma policía local. Caos. Tan grande fue la gresca que el plantel de Tigre no salió a jugar el segundo tiempo del partido que perdía por 2-0 y el árbitro chileno Enrique Ossés dio por terminado el asunto. Fue lo que menos importó en medio de una noche cerrada y oscura en la que todos perdieron. Incluso el campeón.
Costó reconstruir cómo se llegó a este final en medio de la confusión. Los jugadores y el cuerpo técnico de Tigre no dudaron en mostrar las lastimaduras y los golpes que sufrieron ni bien caminaron por las entrañas del Morumbí en busca del descanso. Ya había imágenes de paredes ensangrentadas y hasta algún mueble retorcido como reflejo de la violencia. La primera advertencia la lanzó el entrenador Néstor Gorosito, que, desencajado, salió del túnel y avisó a los medios de la pelea. "Sacaron revólveres. Así no salimos a jugar", lanzó. Precisamente, fue lo que sucedió.
"Fue una emboscada. Nos estaban esperando. Botta [Rubén] quedó con el ojo cerrado. A Albil [Damián] le pusieron un arma en el pecho. Gastón Díaz también estaba lastimado. Incluso, se sumó a pegarnos una persona de San Pablo que el día anterior estaba con el tema de la seguridad", explicó el jefe de seguridad del club de Victoria, Rubén Pasquini, que mostró un golpe en la cabeza. La coincidencia fue absoluta entre los jugadores: dijeron que, primero, los recibieron hombres con chombas de San Pablo y empezaron las agresiones; después, según los dichos, los agentes también atacaron a los argentinos.
"Estaba todo armado: eran 30 tipos. Son unos cagones. Nos pegaron con bastones y sacaron un revolver", aseguró el capitán Martín Galmarini, que recibió puntos de sutura por un corte en el brazo derecho. Albil, con una marca en el tórax, sentenció: "Me dieron un culatazo en el pecho. Vinieron 15 tipos entrenados con remeras de San Pablo y nos pegaron". "No se les escapó un tiro de casualidad. Lo que pasó fue una locura", dijo Jorge Borelli, ayudante de campo de Gorosito, con un corte debajo del pómulo derecho. "Estaban los patovicas y uno de ellos sacó el revólver. Y empezaron a pegarnos y lastimarnos. Entró la policía y nos agarró a palos. Una locura", amplió Gorosito.
Cada uno tuvo su versión. Incluso Osses. "No vimos nada de los incidentes. Escuchamos ruidos y vimos algunas lesiones en los jugadores [de Tigre], pero no sabemos quién se las provocó", contó el árbitro. "No sabemos qué pasó con el rival. Nosotros queríamos jugar. Ellos, no. Vinieron a pelear", comentó el arquero de San Pablo, Rogerio Ceni.
Por estas horas se especula con la posibilidad de una sanción internacional para Tigre, que emprendió la vuelta con una celosa custodia. Todo dependerá de la Conmebol (ver aparte). La excursión por Brasil terminó como había empezado: muy mal. De los problemas con las entradas hasta el cambio del lugar de entrenamiento. Ni bien llegó al estadio, el ómnibus de Tigre sufrió roturas varias. El clima estuvo enrarecido como en aquellas antiguas noches de Copa y de bravura mal entendida. El chispazo definitivo se encendió ni bien terminó el primer tiempo y, aún en el campo, hubo forcejos y hasta algún golpe al aire entre los jugadores. Al parecer, un codazo de Lucas Orban a un brasileño fue uno de los detonantes. Todo se mezcló después. Fue una pena. Nadie se lo merecía.



