Once metros
MADRID.– La Liga española casi no sobrevive ayer a tres penales. Los tres ridículos, los tres inexistentes (el Madrid necesitó dos porque falló uno; el Barça aprovechó el suyo, si bien de rechace semiloco).
De los tres hubo uno especialmente cómico: el que afectó a Leo Messi. El argentino se fabricó un partido de baja intensidad. Estuvo a media luz, en esa penumbra en la que a veces se refugiaba Frank Sinatra para que se supiese lo solos que se quedan a veces los mitos. Blue Eyes tenía al Rat Pack para que bebiese por él y Leo a dos hombres a cada lado, como Jesús en la cruz pero éstos con la moral más pulcra: Suárez y Neymar.
En cualquier caso Messi fue protagonista. Lo fue porque una caída suya desatascó al Barça cuando más perdido andaba. Fue una jugada tan transparente y llanita que sorprendió que se encontrase algo dentro. El portero del Betis salió a por un balón aéreo dirigido al 10, llegó con los puños y lanzó la pelota lejos del área; Messi fue arrollado después en una acción lógica (otra más, y van) del espacio-tiempo.
Fue tal la congoja del Camp Nou (cada vez que Messi se va al césped hay un silencio de funeral de dictador, como si pudiese levantarse y tomar nota de quien habla) que nadie reparó en que se había pitado penalti. Sí en el Betis: le expulsaron al entrenador, y no pareció en el campo que era por interesarse por la salud de Messi. El argentino tardó en levantarse: cuando lo hizo, marcó el segundo.
Abierto el partido, no se animó como solista Messi. Se engrasó en la maquinaria del Barcelona, que vapuleó al Betis tras el regalo. Fue la última noche de futbol del año en Barcelona: se esperan más en 2016. Ha vuelto lo dulce y lo esperado, la arquitectura de un sueño que se creía perdido. Bajo los ojos del mismo dios de siempre.
jt
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