Soldados olímpicos: Cómo es el silencioso trabajo del Ejército en la formación de atletas argentinos
Ocho integrantes de la delegación argentina en Tokio tienen un tipo de vínculo con ese brazo de las Fuerzas Armadas; ¿de qué se trata y cómo se benefician?
Las concentraciones deportivas son un lugar ideal para conectar con la gente. Durante el Panamericano de Lima 2019, Alexis Eberhardt, miembro del equipo olímpico de tiro de la Argentina, conoció al Teniente Coronel Filipi, quien lo invitó a formar parte del equipo deportivo del Ejército. La propuesta fue tentadora: Eberhardt ingresaría como “soldado voluntario” y podría usar todos los recursos del programa de entrenamiento a su favor. Gimnasios, rutinas de práctica, campos de atletismo y un sinfín herramientas que facilitarían la preparación para la cita con la que él ya estaba obsesionado: Tokio 2020. En diálogo con LA NACION, el joven santafecino define esta experiencia como “muy enriquecedora”. Y no es el único: Fernanda Russo -también de tiro- y Sergio Alí Villamayor cuentan que esta rama de la cartera de Defensa fue crucial desde los albores de sus carreras como deportistas amateur.
En la página oficial del Ejército argentino se puede leer que el programa de voluntariado (una especie de servicio militar voluntario) toma diferentes tipos de profesionales. Personas que tengan ganas y puedan aportar con su talento y sus habilidades. El Ministerio de Defensa presenta como una de las mayores ventajas del programa al hecho de que los ingresantes pueden tener una permanencia dentro de la Fuerza de hasta diez años, durante los cuales “se desempeñan variadas funciones dentro de la organización, dependiendo de las capacidades y aptitudes personales”.
Luego de completar un adiestramiento amoldado para la función a desempeñar, cada ciudadano admitido puede aprovechar ciertos beneficios básicos, como cobertura sanitaria y social, un sueldo mensual y suplementos de acuerdo a la región donde preste servicios; además de la posibilidad de vivir en una instalación militar. A simple vista, solo hay una desventaja: cumplidos los 28 años de edad, todos los soldados voluntarios deberán abandonar la Fuerza -a menos que decidan seguir instruyéndose y continuar su carrera allí-. Pero para los atletas amateur que recién comienzan, cuyas edades promedian los 20 años -o menos-, eso no suele ser un problema, y suelen percibir este programa como una oferta tentadora: les da la posibilidad de abocarse a su disciplina y recibir dinero por ello.
Eberhardt es el caso más reciente, pero no es el único. De los integrantes de la delegación argentina en Tokio, siete más que tienen algún tipo de conexión con el Ministerio de Defensa. La lista la completan Fernanda Russo (tiro), como soldado voluntaria; Sergio Alí Villamayor (pentatlón moderno), que es Sargento; Guillermo Filipi (entrenador de pentatlón moderno), que se desempeña como Teniente Coronel; Belén Cassetta, soldado voluntaria; Rafael Acosta, Suboficial principal -en Tokio actuó como juez olímpico-; Brian Arregui (boxeo), como soldado voluntario y la esgrimista Belén Pérez Maurice, que es Cabo primera.
Muchos de ellos definen este vínculo como “provechoso”, no solo por el hecho de que ayuda a que una carrera pueda despegar, si no también por cómo contribuye a que subsista en vuelo. Una de las vías que facilitan esto son los mundiales militares, que desde 1995 reúnen cada cuatro años a los deportistas amateur del más alto nivel. “Para mí es un golazo de media cancha porque la mayoría de mis colegas también compiten en esos mundiales. Entonces, a mí se me agrega una chance más de competir en el más alto nivel”, dijo para LA NACION Fernanda Russo, hace unos meses.
En línea con su compañera de equipo, Eberhardt opinó: “En los mundiales vemos a los mismos deportistas que después compiten contra nosotros en los Panamericanos, en los Juegos Olímpicos [...] es una salida más, una competencia más y mucha más experiencia que nos mejora al momento de competir”.
“Son como los Juegos Olímpicos militares. La verdad es que es un torneo muy bien organizado y con un nivel altísimo, porque la mayoría de los deportistas que están en los primeros lugares a nivel mundial, también forman parte de los equipos militares de sus países”, dice para LA NACION Belén Pérez Maurice, que participó en la edición de Corea del Sur 2015. “Fue como estar en un Juego Olímpico”, añade.
En una cita que organiza encuentros para más de 20 disciplinas, quienes se dedican al bádminton, vóleibol de playa, tiro, pentatlón moderno, vela y golf, entre tantos deportes más, se aseguran minutos de competitividad con los mismos rivales que luego enfrentan un tiempo después en los Juegos Olímpicos. La última edición de este evento se realizó en Wuhan, China, en octubre de 2019; un puñado de semanas antes de que explote el primer brote de coronavirus.
Para Sergio Alí Villamayor, la carrera militar ofreció mucho más que una salida: ingresar al Ejército le permitió conocer a Guillermo Filipi, la persona que apostó por su talento. El formoseño, hoy representante argentino en pentatlón moderno, se dedicaba entonces al pentatlón militar, una disciplina bastante diferente. “Yo entrenaba todas las semanas, por deporte, para estar en forma, por diversión”, cuenta. “Hasta que me pregunté «¿Para qué entreno al pedo?»...por lo cual, apunté a los torneos inter-fuerzas (Ejército, Armada y Fuerza Aérea) y empecé a practicar para acuatlones. Con el tiempo, los acuatlones me llevaron a conocer el pentatlón militar”, recordó. En el transcurso de esos meses, el Ejército creó un equipo de pentalón moderno que sería comandado por Filipi, ya coordinador de las delegaciones nacionales. Y el tiempo terminaría gestando el “ascenso” de Villamayor a la plantilla argentina.
“El programa incorpora atletas de jerarquía, de proyección. Y si son olímpicos, mejor”, retrata Guillermo Filipi, quizás la persona que mejor apadrinó la idea de formar atletas argentinos a través del servicio militar voluntario. “La idea es ayudarlos. A través del Ejército, nosotros les brindamos este sueldo de soldado, una obra social, y durante su carrera deportiva los apoyamos. Cuando vemos que su carrera deportiva claudica, sea por la edad o por su rendimiento, intentamos que se queden en el Ejército”.
Filipi continúa explicando que, al permanecer activos luego de un eventual retiro, los atletas pueden trabajar dando clases, entrenando a otros deportistas e, incluso, pueden hacer el curso de Oficial y subir de rango con el correr de los años. “Tienen una proyección de carrera de 30 años como mínimo”, diagrama.
Y completa explicando un beneficio más: “También explica que el área de Defensa ofrece convenios con academias militares de otros países; en muchos casos, en los lugares donde viven los mejores del mundo [...] Villamayor está en un club militar de Hungría, mientras que en Kiev está Emmanuel Zapata”.
"Creo que una vez que ellos terminen su carrera deportiva, va a ser importante que ellos vuelquen su experiencia y su conocimiento a los institutos militares"
Teniente coronel Filipi
Ellos se incorporaron al Ejército por diferentes razones. Alí Villamayor buscaba adrenalina, y la consiguió rompiendo sus propias marcas al correr vuelta tras vuelta en las pistas de atletismo de la Escuela de Suboficiales, en Campo de Mayo. Eberhardt fue tentado por Filipi. Y Filipi, por su parte, estudió Educación Física, ingresó al Ejército como personal civil y luego hizo el curso de Oficiales, que le permitió tener un rango y vestir un uniforme. “Lo mismo hacen muchos médicos y abogados”, concluye.
Para ellos se trata de vincular lo que les apasiona con una carrera que se integre armónicamente con las exigencias de las actividades que practican. Con una opción profesional que les ofrezca la posibilidad de seguir vinculados al ejercicio físico, tan pronto como su cuerpo les exija menor intensidad. La finalidad es esa: mantenerse en el más alto nivel una vez que acaban los torneos grandes. Y hacerlo con la garantía de una vida después del ciclo olímpico.
Con la colaboración de María Borri
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