Un jockey que no ganaba hacía 9 meses y estudia finanzas obtuvo el Epsom Derby, una de las carreras más prestigiosas
"Realmente se siente surrealista todo esto. No puedo creerlo. ¡Espero que mi padre esté bien en casa, que no haya muerto de un ataque al corazón ni le haya sucedido nada!". La frase es de Emmet McNamara, un jockey irlandés que no ganaba una carrera de ningún tipo desde octubre pasado y el sábado último hizo lo que pocos creían que fuera posible: se impuso de punta a punta en el Epsom Derby, la carrera británica de 2420 metros que se corre desde 1780 y los artistas de las riendas y la fusta desean como hacer el gol decisivo de la final de un Mundial en el caso de un futbolista. Es de las que quitan el sueño y dan prestigio.
Serpentine, un potrillo irlandés que apenas había salido de perdedor siete días antes en su tercer intento, fue la liebre, como suele llamársele al puntero que toma distancias al frente en los clásicos europeos y pierden velocidad en el tramo decisivo. En su montura estaba para graduar sus energías McNamara, uno de los seis jinetes que por primera vez corrían la prueba que ha resistido a las dos guerras mundiales y, ahora, al coronavirus. Al llegar a la larga recta final, caballo y jockey estaban lejos del alcance de sus rivales, pero todavía con la furia intacta. Escaparon rumbo al disco manteniendo la distancia social con esos 15 perseguidores, la mayoría más experimentados y a las órdenes de figuras consagradas.
"No podía escuchar nada detrás de mí. Todo lo que podía escuchar era la respiración del caballo. Tenía un buen ritmo, estaba relajado y no podía sentir nada más a mi alrededor", describió McNamara. Si hubiese habido espectadores en el hipódromo, prohibido por la pandemia, igualmente pocos hubieran salido de su asombro como para animarse a alterar la ausencia de sonidos más allá de los cascos retumbando en el césped. La liebre mutó en perdiz, con un guía que hasta se muestra feliz en su rol por los últimos seis años de tester, como si fuera el tercer piloto de una escudería de Fórmula 1. Trabaja en el equipo de Aidan O’Brien, el entrenador cuyos caballos parecen todos Mercedes. De hecho, el preparador fue la octava vez que ganó esa competencia.
A McNamara, de 30 años, nadie era capaz de quitarle la sonrisa tras la prueba. Tampoco, la mirada incrédula. "Hay miles de muchachos más talentosos que yo", se quitó valor. Justo él, capaz de lanzarse en paracaídas o desafiar la nieve con los esquíes. Y ante todo rindió gratitud por la oportunidad. En una temporada atípica por algunas postergaciones, O’Brien llegó a la cita con seis potrillos y, pese a que Serpentine daba 25 a 1, le dio esperanza a su coterráneo como si fuera el favorito. "Aidan me llenó de confianza. Me dijo que siga mi propio ritmo y solamente lo exigiera después de la mitad de carrera, que el potrillo era bueno para la distancia", sostuvo Emmet, que siguió los pasos de su padre, Eric, también cuidador, pero al menos hasta el sábado tenía otros planes para su vida.
Mientras cursaba la primaria y la secundaria en dos escuelas de Askeaton, un pueblo al sudoeste al pie de las montañas, los caballos eran un divertimento para McNamara. Lejos de pensar en competir entre los más talentosos de la hípica, hizo base en carreras de ponys en su adolescencia. Fue campeón dos años y se pasó a los purasangres. Sin embargo, es mucho más lo que galopa –por lo que tiene un buen sueldo– que lo que compite. Por eso es que no llega a 200 victorias en su trayectoria, aunque además de probarse en las pistas de Europa haya pasado, ocasionalmente, por Australia y los Emiratos Árabes.
Hace un par de años, cuando viajó por primera vez a Melbourne, aquellas rectas le parecieron cortas tomando como referencia los extensos campos británicos. Ya por entonces había buceado en su interior, aspirando a un título terciario pensando en el futuro. Se entusiasmó con las finanzas y comenzó a desandar ese camino en Dublín, la capital irlandesa. Informes estratégicos de negocios, gestión financiera avanzada y algunas prácticas en una compañía de soluciones financieras para deportistas.
"Mi objetivo a largo plazo es unir con éxito mi experiencia en la industria de las carreras con mis calificaciones académicas para explorar en el mundo contable del deporte", confesaba a un medio local que hurgó en su intimidad. No obstante, "esperemos que un gran triunfo en las pistas llegue algún día", se ilusionaba. Sucedió, finalmente, el día menos pensado.