EE.UU.: una democracia que se devora a sí misma
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Una democracia que parece devorarse a sí misma. Eso es lo que quedara de los hechos vividos el Día de Reyes en Washington. Los eventos alrededor y dentro del Congreso de Estados Unidosserán difíciles de olvidar, siempre y cuando, claro, que no se susciten otros peores. Los adjetivos fluyen naturalmente: histórico, inédito, asombroso, vergonzoso, y tantos más.
Un acto casi protocolar –el Congreso cuenta los votos del Colegio Electoral, poco más o menos– se transforma en otra ocasión para que el máximo servidor público fomente la ira, incite al odio, espolee al caballo desenfrenado de la violencia. Un liderazgo que planea sostenerse agitando el caos. Estamos ante la aceleración de procesos llamados en la literatura académica como state of flux, en estado de flujo, acontecimientos que están sucediendo.
Una definición clásica de Estado en las ciencias políticas incluye la idea de monopolio de los medios de violencia. Quizá haya sido un episodio aislado, pero las imágenes vistas mostraban la incapacidad de control en el centro mismo de poder, fomentado además por ese poder para servirse así mismo.
Una pregunta en Washington era: ¿habrá enforcement (capacidad para ejecutar) el toque de queda que implementó la alcalde de Washington para las 18? Cosas básicas estaban en tela de juicio en el corazón de la antigua democracia norteamericana, shockeada, anonadada.
En todo el mundo eventos como éste fomentan la demanda de "mano dura", alimentan el seudoprestigio de las autocracias de asegurar el orden mínimo sin el cual, la vida de los ciudadanos de a pie es imposible.
Lo sucedido en Washington se nutre en divisiones centenarias en la sociedad estadounidense, en grietas no cerradas, pero también en sucesos mucho más recientes, en palabras que alimentan la desconfianza, que fomentan la división y engendran la acción directa. Secundariamente, pero también hay que decirlo, en la condonación de hechos de violencia pública reciente so pretexto de ser vía de escape de viejas injusticias, de la separación artificial de la violencia "buena" de la "mala".

Las acusaciones infundadas pero continuas del presidente de que hubo fraude en las elecciones de noviembre pasado han sido rechazadas por la Justicia, por los funcionarios republicanos en los estados aludidos, e incluso por la Corte Suprema de Justicia (la misma en la que él nombró a tres de los nueve jueces, la última jueza seis días antes de la elección).
Sin embargo, dos tercios de sus votantes creen que estas afirmaciones sin respaldo son ciertas, como si decir que la verdad es fake news generara una "verdad paralela" de dos tercios. Se fomenta la "disonancia cognitiva": no creemos lo que no coincide con lo que creemos de antemano.
Esta situación, gravísima para la democracia y cualquier sistema político estable y que se sostiene sin un uso o uso exagerado de violencia, excede largamente el ámbito de la política y afecta a la res publica. Tomemos el caso de la pandemia del Covid-19 que asola al mundo, y ahora, a las vacunas. Tendremos cifras más certeras de sus víctimas mortales cuando comparemos en todos los países la diferencia entre la cantidad de muertos en años normales y los que hubo en 2020, pero indudablemente ha sido y es de enorme gravedad.
Solo en Estados Unidos, los muertos en diez meses superan en casi ocho veces a todos los muertos norteamericanos en veinte años de guerra de Vietnam, o superan a todos los muertos de ese país en toda la Segunda Guerra Mundial. Desde el nivel máximo del poder en Washington se intentó disminuir la gravedad de la pandemia, se difamaron y amenazaron de muerte a los científicos más serios, y se desacreditaron las medidas de profilaxis mínimas que hubieran mitigado el golpe de la agresión biológica. Y apesadumbra y apena el grado de éxito alto que tuvo este esfuerzo sistemático por socavar este combate contra una amenaza a la existencia misma de la sociedad.
Solo el rol activo del líder actual puede generar la idea de que una turba armada, tratando de impedir un acto formal del Congreso en un proceso electoral democrático concluido, se llevará puesta una democracia de más de doscientos años, en una fría tarde invernal de Washington.
Hace pocos días todos los exsecretarios de Defensa vivos de Estados Unidos firmaron una declaración conjunta en términos inequívocos sobre el rol de las fuerzas armadas en la democracia norteamericana. Es sin embargo una advertencia severa para esa y todas las democracias del mundo.
El autor es profesor e investigador de la Universidad de Georgetown
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