La encrucijada de Europa, entre Putin y Trump: ¿es posible una devastadora guerra con Rusia?
Alimentados por recientes declaraciones desde Moscú, en la OTAN temen que las ambiciones del Kremlin no terminen en Ucrania y se enfrentan a ese desafío sin el tradicional apoyo de Washington
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PARIS.– Poco a poco, los europeos comienzan seriamente a aceptar la idea de que una tercera y devastadora guerra los acecha. Que Vladimir Putin no tiene intenciones de detenerse con una eventual derrota de Ucrania y proseguirá sus locas ambiciones imperiales atacando el resto de Europa. ¿Absurdo? Para nada, a juzgar por las recientes declaraciones provenientes del mismo Kremlin.
“Esta guerra ya ha comenzado. Simplemente, aún no la llamamos así. Nuestro verdadero adversario es Europa, y no la desafortunada Ucrania, miserable y manipulada. No siendo presidente, puedo decir francamente que esta guerra solo terminará cuando hayamos infligido a Europa una derrota moral y política”, declaró el 5 de diciembre en el primer canal ruso (Pervyj Kanal) Serguéi Karaganov, ideólogo ruso perfectamente alineado con las ambiciones políticas y militares del poder, y uno de los consejeros más escuchados de Vladimir Putin.
Apenas una semana después, el 11 de diciembre, el mismo secretario general de la OTAN, Mark Rutte, arengó a los aliados a intensificar sus esfuerzos en materia de defensa.
“Somos el próximo objetivo de Rusia”, declaró durante un discurso en Berlín, afirmando que una guerra con Rusia podría ser “de la magnitud de las que conocieron nuestros abuelos y bisabuelos”.
“Debemos ser extremadamente claros respecto a la amenaza a la que nos enfrentamos: Rusia nos ha designado como su próximo objetivo. Desde hace mucho tiempo dejé de intentar adivinar lo que pasa por la cabeza de Putin; miro los hechos... Cuando tienes delante a un dictador dispuesto a sacrificar a 1,1 millones de sus propios ciudadanos para alcanzar un objetivo histórico que se ha fijado, debes ser muy prudente y estar preparado. Si les gusta el alemán y no desean hablar ruso, deben actuar. De lo contrario, ese hombre [Putin] no se detendrá en Ucrania”, insistió.
Desde hace casi cuatro años, cuando lanzó su invasión de Ucrania, el 24 de febrero de 2022, el presidente ruso no se desvía. Se aferra a los objetivos fijados en su “operación militar especial”: la “desmilitarización” y la “desnazificación” de Ucrania. En claro, un cambio de régimen en Kiev y un debilitamiento tal de las defensas de su vecino que no se atreverá a buscar salir de la esfera de influencia rusa para unirse al bando occidental.
Si han salido pocas cosas a la luz de la reunión que tuvo lugar hace una semana en el Kremlin entre Vladimir Putin y los enviados especiales estadounidenses, Steve Witkoff y Jared Kushner, se impone una evidencia: las enmiendas europeas y ucranianas al “plan Trump” de 28 puntos para Ucrania son inaceptables para Moscú. Desde esa reunión, y a pesar de tres días más de intensas negociaciones entre estadounidenses y ucranianos en Florida, el proceso diplomático parece estancarse. ¿Realmente hay que sorprenderse?
“Rusia no piensa aceptar una posición de debilidad. Putin finge negociar para no perder el contacto con el equipo de Trump, pero los rusos no renuncian a nada. Aprovechan la inexperiencia y la ingenuidad de este equipo de negociadores”, observa Tatiana Jean, especialista en Rusia del Instituto Francés de Relaciones Internacionales (Ifri).
Putin está decidido a que cualquier acuerdo de paz resuelva las “causas fundamentales” del conflicto. Entre ellas, la arquitectura de seguridad europea vista como desequilibrada desde la expansión de la OTAN a finales de los años 1990. Razón por la cual Rusia ha acogido con satisfacción un proyecto de plan estadounidense que proponía no solo que el ejército ucraniano evacuara el Donbass, sino también que la Alianza Atlántica no integrara a ningún nuevo miembro, y sobre todo no a Ucrania.
Algunos observadores quisieron ver en ese “plan Trump” una suerte de “operación de guerra psicológica”: una maniobra destinada a dañar aún más un vínculo transatlántico ya bastante dañado, y a hacer pasar al registro de lo imaginable soluciones hasta ahora consideradas inaceptables por las opiniones públicas y los responsables de la toma de decisiones.
“En otras palabras, la clave sería imponer en las mentes la idea que impregna todo el documento de 28 puntos: la derrota de Ucrania sería inevitable”, analiza Tatiana Jean.
Otros quieren creer que el presidente ruso realmente estaría buscando una salida, después de cuatro años de una guerra que ha causado la muerte de al menos 1,1 millones de rusos y que hunde al país en el estancamiento económico.
“Los rusos no están desesperados, pero insisten en que la conversación tenga lugar”, estima Mark Galeotti, especialista en cuestiones de seguridad relacionadas con Rusia.
A su juicio, Europa está ante un presidente ruso más pragmático que ideológico: “Putin no tiene una lista de objetivos de guerra inamovibles. Su objetivo es, ante todo, sobrevivir. Si hace un trato, buscará asegurarse de obtener lo mejor posible. En cambio, quiere absolutamente algo que pueda presentar como un triunfo. Por eso insiste tanto en la conquista de todo el Donbass”, explica.
Después de la guerra
Pero, ¿y después? Más allá de la guerra en Ucrania, los europeos temen que Putin, una vez terminado el conflicto, dirija sus ambiciones hacia un territorio de la OTAN, en particular los países bálticos, que serían difíciles de defender. A finales de noviembre, el ministro alemán de Asuntos Exteriores afirmó que Rusia estaría “al menos manteniendo abierta la opción de una guerra con la OTAN”, a más tardar en 2029.
Esas alegaciones fueron rechazadas por Putin, quien afirmó no tener ningún proyecto de ese tipo. Pero... “si Europa decide ir a la guerra contra Rusia y comienza la guerra, podríamos encontrarnos muy rápidamente en una situación en la que Rusia ya no tendría nadie con quien negociar”, advirtió el presidente ruso, el 2 de diciembre.
¿Se debe temer, entonces, una ofensiva rusa? Las opiniones de los expertos difieren. A Rusia le tomaría años reconstruir un potencial ofensivo suficiente para amenazar seriamente a un país de la OTAN. Y la experiencia de la guerra en Ucrania, prevista para durar solo unas semanas, antes de convertirse en una interminable guerra de desgaste, podría incitar a Putin a la prudencia.
Tampoco se puede ignorar el lugar singular que ocupa Ucrania en la visión de Putin, quien justificó su agresión con una acumulación de discursos a la vez históricos, culturales, religiosos y estratégicos. Por el contrario, una agresión contra los países bálticos, Polonia o Finlandia (todos miembros de la OTAN) sería ante todo una acción geopolítica, destinada a refundar de una vez por todas el orden de seguridad europeo. Un conflicto más difícil de “vender”, por lo tanto, a la opinión rusa.
Sin embargo, dos puntos son unánimes: todo dependerá de la resistencia de Ucrania frente a Rusia y de la cohesión de la Alianza Atlántica en los próximos años.
“El problema es que ambos vacilan. No se puede excluir tal escenario. Pero no es para ahora. Rusia no atacará sin la certeza de que la OTAN no intervendrá”, declara Tatiana Jean, del IFRI.
Europa, en la encrucijada
Europa, en todo caso, se encuentra ante una auténtica encrucijada, atrapada en tenaza de un lado por Rusia y sus eventuales intenciones bélicas, y del otro por la actual administración Trump, cuyas intenciones con respecto a la OTAN —y sobre todo a Europa— quedaron claras con la publicación de su nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS, por sus siglas en inglés) de la Casa Blanca, publicada el 4 de diciembre.
La NSS asume ahora sin rodeos que Estados Unidos ya no llevará al mundo sobre sus hombros: prioridad al territorio, a las fronteras y a los intereses económicos nacionales. El orden mundial construido después de 1945 está llegando a su fin. Estamos presenciando el ocaso del “Atlas norteamericano”.
Para Europa, esa doctrina del repliegue estadounidense en nombre de un realismo pragmático se acompaña de un intervencionismo político sorprendente. La NSS marca, de hecho, una injerencia asumida en los asuntos europeos.
“Una amenaza de interferencia en la vida política de Europa”, en palabras del presidente del Consejo Europeo, Antonio Costa. Bajo el pretexto de una mirada “objetiva” sobre el estado del continente, Washington desea “cultivar la resistencia” de los partidos de extrema derecha europeos contra los gobiernos centristas y las instituciones en Bruselas.
Queda que el entorno político y mediático ruso no hace nada para disipar los temores de los europeos. Desde hace una década, programas de televisión rusos e intelectuales cercanos al Kremlin multiplican artículos y emisiones exageradas que no dudan en acariciar la hipótesis de ataques nucleares contra capitales europeas. Todas formas de potenciar el discurso oficial, no sin segundas intenciones por parte de sus autores, quienes a veces son recompensados por ello.
Poco antes de las declaraciones inequívocas de Karaganov a comienzos de diciembre, la revista del Ministerio ruso de Relaciones Exteriores, La Vie internationale, publicó un artículo que describe a Europa como una fuente milenaria de amenazas contra Rusia. Su título: “¿Quemar todo hasta el Canal de la Mancha?”.
“Un artículo como ese en una revista oficial es una forma de señal débil. Permite a Rusia advertir, al mismo tiempo que evita atraer críticas internas hacia el Kremlin, que sigue afirmando que Rusia está abierta a negociaciones”, explica Maxime Danielou, doctorando en estudios eslavos en la universidad Paris Nanterre.
Una manera de decir que Rusia puede ir más lejos si no se escuchan sus exigencias. Y de convencer a los europeos de que deben abandonar a Ucrania si quieren preservar su propia seguridad.
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