La masacre de Janucá en Australia: esto es “globalizar la intifada”
El autor alerta sobre la incapacidad del gobierno local para proteger a la comunidad judía
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NUEVA YORK.- Hay un consuelo que se puede extraer del hecho de que el ataque terrorista del domingo en un evento de Janucá en la playa de Bondi en Sídney, que dejó al menos 16 muertos y muchos heridos, también produjo un héroe. Un hombre calificado en los informes de noticias como un comerciante local llamado Ahmed al-Ahmed desarmó él solo a uno de los dos terroristas y sobrevivió a dos disparos, en una escena que fue captada por cámaras y se ha vuelto viral.
Ese acto de valentía no solo salvó vidas; sirvió como un recordatorio esencial de que la humanidad siempre puede trascender las fronteras culturales y religiosas.
Pero la masacre de Janucá también representa la continua incapacidad del gobierno de Anthony Albanese, primer ministro de Australia, para proteger a la comunidad judía del país. En octubre de 2024, un restaurante kosher en Bondi fue blanco de un incendio provocado; seis semanas después, una sinagoga ortodoxa fue atacada con bombas incendiarias. Esos ataques se atribuyeron al Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica de Irán, y el gobierno de Albanese respondió debidamente expulsando al embajador iraní en Canberra y cerrando su propia embajada en Teherán.

Lamentablemente para Australia, los actores extranjeros no son el único problema. El año pasado, Jillian Segal, enviada especial del gobierno para combatir el antisemitismo, advirtió que “el comportamiento antisemita no solo está presente en muchos campus, sino que es parte integral de la cultura”. Tras el ataque de Hamas del 7 de octubre, la legisladora de los Verdes Jenny Leong arremetió acusando a “los tentáculos” del “lobby judío y el lobby sionista” de “infiltrarse en cada aspecto de lo que son los grupos comunitarios étnicos”. Hogares, barrios y un centro de cuidado infantil judíos han sido blanco de vándalos e incendiarios. Al menos uno de los presuntos tiradores en el ataque del domingo era conocido por las autoridades, “pero no en una perspectiva de amenaza inmediata”, según un alto funcionario de inteligencia australiano.
Escuché muchas alarmas de líderes de la comunidad judía cuando visité Australia por última vez en junio de 2024, pero nada pareció cambiar. El domingo, la Asociación Judía Australiana publicó un mensaje en Facebook: “¿Cuántas veces advertimos al gobierno? Nunca sentimos que nos escucharan”.
Probablemente ahora estén escuchando. Pero el problema para el gobierno de Albanese, que en septiembre reconoció el Estado palestino y ha sido muy crítico con las acciones israelíes en Gaza, es que la línea moral entre la demonización rutinaria de Israel y los ataques a judíos que se presume apoyan a Israel no es necesariamente clara. El domingo, Albanese dijo que “el mal que se desató hoy en la playa de Bondi está más allá de la comprensión”. De hecho, es totalmente comprensible. Para los fanáticos que han sido llevados a creer que el Estado judío es la apoteosis del mal, matar judíos representa una retorcida noción de justicia. Incluso cuando las víctimas son civiles desarmados. Incluso cuando están celebrando una festividad antigua y alegre.
Hay una lección más grande aquí que va mucho más allá de Australia.
Aunque probablemente aprenderemos más en las próximas semanas sobre la mentalidad de los asesinos del domingo, es razonable suponer que lo que pensaban que estaban haciendo era “globalizar la intifada”. Es decir, se tomaban en serio lemas como “la resistencia está justificada” y “por cualquier medio necesario”, que se han vuelto omnipresentes en las manifestaciones anti-Israel en todo el mundo. Para muchos de los que corean esas frases, pueden parecer abstracciones y metáforas, una actitud política a favor de la libertad palestina en lugar de un llamado a matar a sus presuntos opresores.
Pero siempre hay literalistas, y son los literalistas quienes suelen creer que sus ideas deben tener consecuencias en el mundo real. El domingo, esas consecuencias se escribieron con sangre judía. La historia nos dice que no será la última vez.
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