Masacres, apariciones y un exorcismo: la primera ministra de Japón se muda a una residencia oficial “embrujada”
La llegada de la nueva jefa de gobierno revive el debate entre historia, superstición y poder en uno de los edificios más simbólicos de Tokio
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TOKIO.− Este lunes, Sanae Takaichi, la primera mujer en ocupar el cargo de primera ministra de Japón, se mudó a la residencia oficial, un edificio de piedra y ladrillo ubicado junto a sus oficinas, en el centro de Tokio.
El cambio de domicilio no respondió a una cuestión de comodidad ni de estatus. Tras un fuerte terremoto ocurrido a comienzos de diciembre, Takaichi fue objeto de duras críticas por el tiempo que tardó en llegar a su despacho desde los alojamientos habituales para parlamentarios. El trayecto, de unos 35 minutos, fue considerado excesivo en el contexto de una emergencia nacional y encendió el debate sobre los protocolos de seguridad y respuesta ante crisis de gran magnitud.
A sus 64 años, la mandataria sostiene una férrea filosofía de vida basada en el “trabajo, trabajo y trabajo”. Por eso decidió relocalizarse. Sin embargo, el edificio de estilo monumental al que ahora llama hogar posee una reputación que podría perturbar incluso al más temerario.

Fantasmas y sombras
La residencia oficial, rodeada desde hace décadas por leyendas urbanas, arrastra el estigma de ser un lugar supuestamente embrujado por fantasmas del pasado. Los rumores, sin embargo, no surgieron de la nada. El edificio fue escenario de dos intentos de golpe de Estado sangrientos en la década de 1930, episodios que marcaron de forma indeleble su historia.
El primero, conocido como el Incidente del 15 de mayo de 1932, terminó con el asesinato del entonces primer ministro Tsuyoshi Inukai, abatido por disparos efectuados por un grupo de jóvenes oficiales de la Marina. El magnicidio sacudió al país y consolidó la asociación de la residencia con uno de los períodos más turbulentos de la política japonesa del siglo XX.
Aquellos extremistas buscaban erradicar lo que consideraban influencias occidentales en la conducción del país, que, según sospechaban, rodeaban a Inukai. Su objetivo era claro: derrocar al primer ministro, asesinarlo e instaurar una dictadura militar que reorganizara Japón bajo principios ultranacionalistas.
Apenas cuatro años después, la violencia volvió a irrumpir en la residencia. El 26 de febrero de 1936, un grupo de soldados rebeldes intentó asesinar al entonces primer ministro Keisuke Okada, quien logró salvarse tras ocultarse en un armario. No corrieron la misma suerte su cuñado y otras cinco personas, que fueron asesinadas durante el fallido levantamiento.
De aquel episodio quedó una marca tangible: un agujero de bala, conservado hasta hoy cerca de la entrada principal de la residencia, como un recordatorio sombrío de un período en el que la historia de Japón se escribió a tiros.
Con el paso de los años, esas tragedias alimentaron la idea de que el edificio quedó marcado por una huella espiritual imborrable. Diversos primeros ministros, familiares y miembros del personal afirmaron haber vivido experiencias inquietantes en el lugar. La esposa del entonces primer ministro Tsutomu Hata relató en sus memorias publicadas en 1996 la sensación persistente de una presencia opresiva, así como el avistamiento de figuras con uniformes militares antiguos que, según describió, vagaban silenciosamente por los jardines de la residencia.
El exprimer ministro Yoshiro Mori también compartió con su sucesor, Shinzo Abe, haber presenciado apariciones extrañas en el interior del edificio, un testimonio que reforzó la larga lista de relatos inquietantes asociados a la residencia.

Estas historias alimentaron con el paso del tiempo la creencia popular de que quienes habitan el lugar donde murió Inukai no suelen permanecer demasiado en el poder. Durante su extenso segundo mandato, Abe optó por no residir allí y llegó incluso a bromear en público sobre la supuesta presencia de fantasmas.
Esa decisión, señalan algunos analistas —y también entusiastas de lo oculto—, no fue casual: la vinculan con el hecho de que Abe se convirtiera en el primer ministro con más tiempo en el cargo en la historia de Japón, una coincidencia que sigue alimentando el aura de misterio que rodea a la residencia oficial.
Las profundas renovaciones realizadas entre 2002 y 2005 incluyeron una ceremonia de limpieza sintoísta, un ritual habitual en obras de gran envergadura en Japón. Sin embargo, buena parte de la opinión pública y de los medios interpretó el acto como una suerte de exorcismo simbólico, destinado a disipar las energías negativas asociadas a décadas de episodios violentos y turbulencias políticas.
Joya arquitectónica

Más allá de los mitos que la rodean, la residencia oficial es una joya arquitectónica de gran valor histórico. Su construcción concluyó el 18 de marzo de 1929, como pieza central del ambicioso plan de reconstrucción impulsado tras el devastador Gran Terremoto de Kanto de 1923, que había destruido amplias zonas de Tokio.
El edificio principal cuenta con una superficie aproximada de 5200 metros cuadrados y se eleva en dos plantas de hormigón armado, una elección pensada para ofrecer máxima resistencia sísmica. Su diseño buscó combinar solidez, funcionalidad y representación institucional en una ciudad acostumbrada a los desastres naturales.
Con frecuencia, el público y los medios atribuyen erróneamente la autoría del edificio a Frank Lloyd Wright, arquitecto del antiguo Hotel Imperial de Tokio. Aunque existen similitudes estilísticas propias de la época, la residencia no fue diseñada por él, una confusión que ha contribuido a reforzar su carácter singular.
El verdadero responsable del proyecto fue Muraji Shimomoto, integrante de la División de Edificación del Ministerio de Finanzas, según detalla una página oficial del gobierno japonés que ofrece un recorrido virtual por el edificio.

En el lado sur del edificio se encuentra el Gran Comedor, un espacio que hoy funciona de manera habitual como sala de reuniones clave para el Consejo de Política Económica y Fiscal, la Sede Estratégica de Tecnologías de la Información y los encuentros de viceministros. En el pasado, este salón fue escenario de banquetes de alto perfil, entre ellos la celebración del ingreso de Japón a las Naciones Unidas en 1956 y una cena de trabajo durante la Cumbre de Tokio de 1993.
El Despacho del Primer Ministro ocupa unos 76 metros cuadrados en la esquina sur de la segunda planta. Lejos de la imagen grandilocuente que suele alimentar el imaginario colectivo, no se trata de una sala de dimensiones monumentales, sino de un espacio sobrio y funcional, concebido para el ejercicio cotidiano del poder.
El ambiente está equipado con un escritorio de madera maciza, un conjunto de sofás para recibir a visitantes y una mesa destinada a reuniones de trabajo. Allí también se concentran las líneas telefónicas directas de emergencia y los canales diplomáticos especiales, que conectan al jefe de gobierno con los principales centros de decisión del país y del exterior.

Guardianes de piedra y sabiduría milenaria
La residencia no solo está habitada por figuras políticas y relatos de fantasmas, sino también por animales de piedra que parecen vigilar el edificio. En el tejado de la mansión principal se alzan cuatro búhos orientados hacia los puntos cardinales, a los que se suman otros cuatro, de diseño distinto, en la zona residencial. Por su asociación con la noche, la tradición sostiene que estas figuras protegen el descanso del primer ministro, y con el paso del tiempo se convirtieron en los símbolos más reconocibles del recinto.
Otros guardianes se distribuyen en el exterior: tres ranas de piedra, ubicadas junto al Gran Comedor, evocan antiguas creencias que las vinculan con la lluvia y la prosperidad agrícola, mientras que en el pórtico de entrada descansan cuatro piedras talladas con rostros de gato, hoy erosionadas hasta casi perder su forma. Como en las leyendas del antiguo Egipto, donde los gatos custodiaban el mundo invisible, estas figuras parecen preservar, en silencio, los secretos más profundos de la residencia.

Agencia AFP
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