¿Por qué la muerte de Khashoggi impacta más que las miles de Yemen?
Si tuviéramos que elegir un año de la última década en que las contradicciones de la relación entre Estados Unidos y Arabia Saudita hubieran tenido más probabilidades de llegar a una crisis, 2018 no sería la respuesta evidente.
Tal vez señalaríamos el año 2011, cuando las manifestaciones de la Primavera Árabe obligaron a Estados Unidos a apoyar los movimientos prodemocráticos de Medio Oriente que el gobierno saudita consideraba amenazas mortales. O 2016, cuando la guerra encabezada por los sauditas en Yemen se había transformado en uno de los peores desastres humanitarios en años.
Nos equivocaríamos. La alianza informal entre los dos países llegó a su crisis más álgida este año, cuando las circunstancias parecían apuntar en realidad a su consolidación. Estados Unidos y Arabia Saudita coinciden en todos los principales asuntos políticos, en particular sobre Irán. Sus líderes están más cerca que nunca en una década.
Lo más inesperado de todo tal vez se deba a que el quiebre no sea consecuencia de las muertes en Yemen, incluidas las de miles de chicos, sino a un solo asesinato, aunque de alto impacto: el del periodista saudita disidente Jamal Khashoggi.
Prácticamente de la noche a la mañana, los estadounidenses, que desde hace mucho venían apoyando esta alianza, ahora la repudian.
¿Por qué ahora? Es una sorpresa que enfatiza lo imprevisible del mundo actual, pero también revela verdades de la política de alianzas, la psicología de grupo y las percepciones de moralidad.
Aunque pocos vieron venir la situación quizá el que menos lo hizo fue Mohammed ben Salman, príncipe heredero de Arabia Saudita, a quien se acusa de estar involucrado en la muerte de Khashoggi, en retrospectiva resulta inevitable.
Cualquier periodista que haya cubierto un desastre humanitario seguramente entiende lo que Stalin le dijo a un funcionario soviético: la muerte de una persona es una tragedia, pero la muerte de un millón es una estadística.
Por esa razón la cobertura noticiosa de una hambruna por lo general destaca la historia de una de las víctimas. Aylan Kurdi, por ejemplo, un niño sirio cuyo cuerpo fue arrastrado por la marea hasta una playa turca en 2015, logró dirigir la atención mundial a la crisis de refugiados en su totalidad.
No es fácil entender la idea de miles de muertes. Se convierte en una abstracción, un asunto de estadísticas. Una sola muerte, en cambio, puede ser reconocible, como un padre en duelo. O un periodista asesinado.
Los psicólogos frecuentemente comprueban que las personas experimentan una reacción emocional más fuerte ante una muerte que frente a muchas. Parece absurdo, pero cuantas más víctimas, menos compasión sienten las personas. El efecto incluso tiene nombre: colapso de la compasión. No es que no importe un millón de muertes. Más bien, la persona suspende sus emociones como autodefensa.
Durante años, los líderes sauditas se han beneficiado tal vez de este efecto sin saberlo.
¿Cómo puede una persona cualquiera, incluso un político, procesar los miles de casos de cólera provocados por las medidas tomadas por los sauditas respecto de Yemen, sobre todo cuando, en el caso de los norteamericanos, Estados Unidos las apoyó? Entender estos sucesos a nivel intelectual es difícil, pero entenderlos a nivel emocional puede estar más allá de nuestro alcance.
El caso del asesinato de Khashoggi es distinto. Es fácil identificarse con él. Era un periodista que viajaba por el mundo, el tipo de persona que muchos funcionarios estadounidenses podían tener como amigo. Sus columnas para The Washington Post lo hicieron un miembro no oficial de la elite intelectual.
El príncipe Salman tal vez haya contribuido a que la historia tenga mayor resonancia. Los líderes sauditas previos tendían a ser austeros y distantes, y se presentaban como la vanguardia de burocracias reales inescrutables. Salman gastó enormes cantidades de dinero y energía para venderse como el rostro de Arabia Saudita. Al personalizar el poder, también llegó a personificar a su gobierno y a su nación.
Aunque el gobierno saudita ha insinuado que agentes rebeldes asesinaron a Khashoggi, su muerte ya se lee como la historia de dos personalidades en conflicto: el periodista crítico y el monarca caprichoso.
Si se hace más fácil entender tragedias a gran escala por medio de una historia de sufrimiento individual, entonces la historia de un solo acto iracundo, como el asesinato de Khashoggi, puede detonar una indignación inmediata.
Aun así, las repercusiones de hoy tal vez no existirían sin las acciones sauditas previas. La muerte de Khashoggi, más que ser la única causa del quiebre, parece ser una suerte de momento crítico.
Pero ¿por qué este momento es crítico? Las investigaciones del sociólogo Ari Adut sugieren que todo podría resumirse a una dinámica llamada "conocimiento común": se vuelve mucho más probable que un grupo tome medidas contra un transgresor cuando cada miembro está seguro de que todos los demás saben de la transgresión. Todos sabían de los comportamientos de Arabia Saudita, pero jamás había habido un entendimiento común sobre cómo procesarlos.
El país tal vez haya estado socavando las políticas y los valores estadounidenses, pero tendía a hacerlo respecto de temas que en Washington producían división, como el golpe de Estado en Egipto o la guerra en Yemen. Como resultado, la alianza tendía a polarizar.
No obstante, el asesinato de un periodista es menos debatible. El consenso generalizado es que está mal y representa el estilo de liderazgo de Salman, lo que ha provocado que los actos sauditas del pasado cobren un significado distinto.
Puede ser que el responsable de la muerte de Khashoggi la considerara un asunto interno, pero el asesinato de un columnista de The Washington Post es un asunto que toca fibras sensibles. Podría considerarse una traición de los términos implícitos de la alianza.
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