Qué nos dice el manual del dictador sobre el futuro de Putin
Buscar enemigos externos, apoyarse en los servicios de seguridad y un éxodo masivo son parte del libreto que usaron otros autócratas
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El 20 de octubre de 2011 fue un día decisivo en la vida de Vladimir Putin. A él, personalmente, no le sucedió nada, pero una muerte ocurrida a 7000 kilómetros de Rusia comenzaba a cambiar, definitivamente, su relación con Occidente, en especial con Estados Unidos.
Ese día Muammar Khadafy moría golpeado y humillado por una turba enfervorizada que lo había encontrado escondido en un desagüe, en Sirte. El líder todopoderoso de Libia era reducido a la nada por los rebeldes que, alentados por las “primaveras árabes” y apoyados por la OTAN, se habían levantado en su contra meses antes. El crudo video de la muerte del dictador libio, que se viralizó inmediatamente, obsesionó tanto a Putin que no podía parar de mirarlo y de pensar que a él le podría suceder lo mismo.
“Cuando Khadafy murió, Putin estaba apoplético. Sobre todo, resentía la perfidia de Occidente…En el mismo momento en que Khadafy volvió del frío y confió en Occidente, fue apuñalado por la espalda. Cuando era un paria, nadie lo tocaba. Pero tan pronto como se abrió, no solo fue derrocado sino también asesinado en la calle como un perro viejo y roñoso, pensaba Putin”, escribió, en 2016, Mikhail Zygar, periodista y fundador del último canal de noticias independiente ruso, Dozhd, que suspendió sus emisiones poco después del inicio de la invasión rusa de Ucrania.
En su libro Todos los hombres del Kremlin, Zygar agrega que, apenas un mes y medio después, otro incidente terminaría de sellar los recelos de Putin sobre Occidente y de averiar el vínculo entre Rusia y Estados Unidos. En diciembre de 2011, la oposición rusa denunció un fraude sistemático en las elecciones legislativas. Hillary Clinton, entonces secretaria de Estado, apoyó los reclamos y protestas de la oposición. “Lo que siguió fue un agudo deterioro de las relaciones”, dice Zygar, en su libro.
Putin, el hombre fuerte de Rusia, se debatía en una ironía. Por un lado, se espantaba por lo que consideraba era la traición occidental a un dictador. Por el otro, se enojaba por la acusación norteamericana de que su gobierno había violado una premisa básica de cualquier democracia, la de las elecciones libres, justas y transparentes.
El amigo de dictadores buscaba preservar la máscara institucional y hasta republicana aun cuando dudase –y dude todavía- de los beneficios y de la conveniencia de la democracia.
“Rusia y China alientan sin descanso un relato en particular: ‘las democracias son débiles y políticamente decadentes; no logran hacer cosas; el autoritarismo es el futuro”, le dijo esta semana el prestigioso sociólogo norteamericano Larry Diamond a Thomas Friedman.
Si ese es el caso, China, Rusia y todos los otros gobiernos autocráticos del mundo deberían responder algunas preguntas como: ¿por qué entre las 10 mayores economías del mundo hay nueve democracias y una autocracia? O ¿Por qué el 68% de los más de 80 millones de refugiados y desplazados internacionales contabilizados por la Acnur en 2021 provienen de solo cinco países, todos ellos de corte autoritario?
Pero las contradicciones no les importan a los autócratas, no tienen un electorado al que rendirle cuentas y si lo tienen, lo ignoran o reprimen. Cada vez más aislado, Putin ya ni siquiera se presta al teatro de la democracia: en los últimos años, canceló la alternancia y la libertad de expresión y de protesta y prácticamente disolvió a la oposición con leyes hechas a medida por la Duma y anuló el disenso con la política del miedo aplicada por sus servicios de seguridad e inteligencia. Como si fuera poco, hace un mes, decidió casi en soledad invadir Ucrania y provocar la mayor guerra europea en más de 75 años.
“Por el amor de Dios, este hombre ya no puede seguir en el poder”, dijo ayer el presidente norteamericano, Joe Biden, ante la deriva autocrática del mandatario ruso.
No pasó mucho tiempo ayer hasta que la Casa Blanca aclarara la gaffe de Biden: solo quiso decir que Putin “no debe ejercer su poder sobre otros países”. Washington no quiere volver a ser visto como la administración que se dedica a derribar otros gobiernos. Y, de querer verdaderamente hacerlo, enfrentaría muchos obstáculos y desafíos. Putin sigue el manual de otros autócratas que fueron dados por terminados, resurgieron y hoy persisten en el poder.
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, y su par sirio, Bashar al-Assad, comparten dos particularidades: ambos fueron socorridos por Putin y ambos fueron declarados locos o incompetentes, uno por hablar con pajaritos y el otro por ser “hijo de”. Ambos también se aferraron a una receta que les permitió burlar los varios pronósticos de final inminente a los que se enfrentaron en los últimos años. Putin cuenta con todos los ingredientes de esa receta y tiene, como dijo, esta semana Adam Casey en Foreign Policy, “un régimen a prueba de golpes”.
1. Un enemigo exterior, amigos internacionales y socios civiles
Nicolás maduro heredó la deriva autocrática de Hugo Chávez y la maximizó gradualmente desde 2013. El enemigo exterior y los socios civiles también le fueron legados por el pionero de la revolución bolivariana: para Maduro y Chávez todo es culpa del “imperio” norteamericano y, por suerte, tiene al socialismo, sus partidos satélites y la boliburguesía para combatirlo.
Los socios internacionales cambiaron un poco. El precio del petróleo le permitió a Chávez ser el mecenas de decena de países en la región y otros continentes; en todo caso el fallecido presidente tenía alianzas políticas internacionales pero no debía apelar a la ayuda de ningún otro país. Sin embargo, el precio del petróleo cambió y un Maduro no muy apto para la gestión económica debió buscar la colaboración urgente de Rusia, China e Irán para subsistir.
El enemigo exterior de Al-Assad fueron, apenas estalló la “primavera árabe” en Siria, en 2011, los rebeldes que buscaban desplazarlo y luego el fundamentalismo islámico. El presidente se propuso como garantía de estabilidad ante la avanzada territorial y bélica de esos grupos y logró retener el apoyo de minorías como la alawita –a la que él pertenecía- o la sufí y a los empresarios, temerosos de que la caída del mandatario desordenara aún más a su país. La ayuda internacional fue decisiva en 2015, cuando su presidencia se hundía bajo el peso de su propia violencia. Ese año Putin, sus tropas y sus aviones llegaron al rescate para dar vuelta la guerra y permitirle sobrevivir a Al- Assad en el poder. El cuadro se completa con Irán, que prestó sus asistencia económica y militar.
Hoy a Putin no le falta nada de eso. El enemigo exterior es un Occidente que busca asfixiar a Rusia, asediar sus fronteras y borrar su excepcionalismo y que incluso intenta sacarlo del poder. Los socios civiles son los de siempre, los cientos de grandes y pequeños empresarios que se favorecieron con su capitalismo de amigos. Socios internacionales tiene varios pero suficiente con el que acaba de sellar una alianza estratégica: China
2. Servicios de seguridad y fuerzas armadas poderosos y bien financiados.
Los aparatos de seguridad –y represión- e inteligencia de Nicolás Maduro y Bashar al-Assad tienen algunas similitudes: están fragmentados en varias agencias, ejercen la violencia discrecionalmente contra la oposición y dependen, casi verticalmente, del presidente.
En Venezuela, existen la Policía Nacional Bolivariana, La Guardia Nacional Bolivariana, el Servicio Bolivariano de Inteligencia y las Fuerzas de Acciones Especiales; todas se solapan en algunas competencias. Por su parte, en Siria, la legendaria mukharabat está dividida en cuatro agencias de seguridad e inteligencia, todas supervisadas directamente por Al-Assad.
El objetivo de la fragmentación es en ambos casos el mismo, impedir que un organismo sea más poderoso que otro y que, eventualmente, se transforme en una amenaza para el presidente.
Las fuerzas armadas son el otro pilar central del poder y vehículo esencial para la permanencia de un dictador. Tanto en Venezuela como en Siria la fórmula es la misma: los militares están tan implicados en la vida económica y política del país que son garantes del statu quo y, en definitiva, del presidente. Si el mandatario cae, ellos también caen. En Venezuela, Maduro loteó el manejo de las “cajas” y se las entregó a las fuerzas armadas, el petróleo, la importación de alimentos, el narcotráfico. En Siria, el vínculo es más “de sangre”; las fuerzas armadas están dominadas por alawitas y familiares de Al-Assad.
Ese modelo fue perfeccionado por Putin. A la decena de agencias de inteligencia y seguridad domésticas y exteriores que heredó Rusia de la Unión Soviética le añadió cuerpos nuevos y letales como la Guardia Nacional, algo así como los agentes pretorianos del presidente. A las fuerzas armadas las modernizó y, aunque hoy no parezca tanto a juzgar por los resultados de la invasión, les duplicó la financiación. El 30% del presupuesto ruso está dedicado a las fuerzas armadas y servicios de seguridad.
Al dinero, Putin le añadió una ingeniería legal que hoy le permite a la policía y a la Guardia Nacional, por ejemplo, reprimir abiertamente las protestas, razón con la que muchos especialistas occidentales explican que las grandes ciudades rusas no se hayan movilizado contra la invasión.
3. Miedo generalizado y éxodo
“Hay tres factores que explican principalmente la supervivencia de una dictadura. Primero, el compromiso de las fuerzas de seguridad con el régimen es total. Segundo, la arquitectura legal y legislativa. Y el tercer factor esencial es el éxodo”, dice, en diálogo con LA NACION, Johanna Cilano, profesora e investigadora de la Universidad Nacional Autónoma de México.
Cilano está especializada en la historia de Cuba y describe la estructura sobre la que se basa el régimen de la isla y que parece haberse universalizado desde Venezuela a Siria y Rusia.
De acuerdo con la Acnur, Siria y Venezuela son los países que más gente expulsaron en los últimos años. Desde 2011, 6,7 millones de sirios dejaron su país mientras que más de cuatro millones de venezolanos abandonaron su tierra en la última década. No solo escapaban a la guerra o la crisis humanitaria, huían de la destrucción económica y de la represión.
“Cada vez que hay protestas [en países autocráticos], hay una desarticulación de la oposición. A algunos se los encarcela, para que eso tenga un efecto aleccionador, y a otros se los fuerza al exilio”, advierte Cilano.
Así la oposición, ya de por sí desunida en Venezuela, Siria o Rusia, se acomoda al régimen o termina en el destierro.
Alexei Nalvalny es el único líder opositor ruso que cuenta con una intención de votos estable y que logró movilizar a decenas de miles de personas en las grandes ciudades rusas. Navalny, que en 2020 sobrevivió a un intento de envenenamiento, fue condenado, el lunes pasado, a nueve años de prisión por fraude.
El éxodo ruso recién empieza y está muy lejos de parecerse al de sirios y de venezolanos, pero en el primer mes de guerra, entre 200.000 y 300.000 personas dejaron el país, la mayoría de ellos opositores a Putin.
Bashar al-Assad fue uno de los motores de una guerra que dejó, en estos once años, por lo menos 350.000 muertos. Nicolás Maduro conduce un gobierno que es investigado por crímenes de lesa humanidad y es responsable, según la ONU, de casi 10.000 ejecuciones extrajudiciales.
Sus gobiernos son tan sanguinarios y despóticos como ineptos para la gestión económica. El PBI de Siria es hoy un tercio de lo que era en 2011 y el de Venezuela, la mitad de lo que era en 2015. La pobreza en ambas naciones supera el 80% y sus respectivas clases medias, antes sólidas y extendidas, hoy se redujeron a una mínima expresión.
Cercada por sanciones, a la Rusia le espera una recesión feroz este año y la guerra, así como está, promete traerle pésimas noticias a Putin en la forma de un creciente número de bajas militares y hasta de una derrota.
Pero el hombre que quiere ser zar, el líder obsesionado con el video de un linchamiento construyó durante décadas un régimen que, como los de Maduro y Al- Assad, se blindó y preparó para resistir a todo embate, incluso el de su propio fracaso militar.
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