Un presidente ante su tormenta perfecta
La ola de convulsión social que sacude a Medio Oriente enfrenta al presidente Barack Obama con el mayor desafío a sus esfuerzos por impedir que la "primavera árabe" se transforme en una nueva erupción antinorteamericana, y las opciones con las que cuenta no son muchas.
Menos de dos meses antes de las elecciones en Estados Unidos, el aluvión de ataques contra las embajadas norteamericanas en Libia, Egipto y Yemen y otros países plantea un gran dilema para Obama, quien asumió la presidencia con la promesa de un "volver a empezar" con el mundo musulmán, pero que tiene problemas para manejar la transformación que barrió con varios dictadores de la región.
Para colmo, y mientras intenta defender su política exterior de las críticas de su rival, el republicano Mitt Romney, Obama debe lidiar con las profundas crisis que atraviesan las relaciones entre Israel y Estados Unidos por el programa nuclear de Irán y con el aumento de la violencia en Siria, donde Bashar al-Assad sigue desafiando los pedidos internacionales para que dimita.
Los problemas de Obama en Medio Oriente se profundizaron esta semana con una serie de ataques de la turba contra los edificios diplomáticos norteamericanos y el asesinato del embajador de Estados Unidos en Libia. Los manifestantes se indignaron por un video de factura norteamericana que consideraron una blasfemia contra el islam.
Todo esto puede indicar que después de las elecciones norteamericanas, el desafío será todavía mayor: la creciente brecha que parece abrirse entre Estados Unidos y las fuerzas islamistas que llevan la voz cantante en Medio Oriente.
En su tan mentado discurso de 2009 en El Cairo, Obama dijo que tenía la esperanza de poder "relanzar" las relaciones con la región y así disipar parte del resentimiento generado por la invasión a Irak en 2003 y el discurso de hacerle la "guerra al terror" de George W. Bush.
El año pasado, Obama fue tomado por sorpresa cuando estalló la ola de revueltas prodemocráticas que hicieron caer a algunos autócratas de la región, entre ellos el líder egipcio Hosni Mubarak, antiguo aliado de los norteamericanos. Poco a poco, sin embargo, Washington fue manifestando cautamente su apoyo a los objetivos del movimiento de la "primavera árabe".
Ahora que gran parte del optimismo norteamericano que acompañó a los levantamientos del mundo árabe desapareció, Washington enfrenta un aparente auge de activismo islámico y una disminución de su influencia en países que antes contaba entre sus aliados. "Son muchas las partes involucradas y es importante no generalizar demasiado", dijo Hayat Alvi, experto en estudios de Medio Oriente de la Escuela de Guerra Naval de Estados Unidos. "Pero es cierto que la situación política parece estar complicándose, no sólo en la región, sino también en el interior de Estados Unidos."
En Medio Oriente, Obama sigue siendo más popular que muchos de sus predecesores. Pero las imágenes de la turba arrasando las instalaciones de las embajadas de Estados Unidos como respuesta a un video insultante de Mahoma fueron un feroz recordatorio de la vigencia de un antinorteamericanismo potencialmente sangriento.
Durante el más serio de esos ataques murió el embajador Christopher Stevens en Benghazi, una ciudad libia que recién el año pasado fue liberada de dictador Muammar Khadafy por las fuerzas aéreas occidentales, durante la guerra civil.
Aunque el gobierno de Libia se apresuró a condenar el ataque, lo que realmente enfureció a Washington fue la tibia y ambigua respuesta inicial del nuevo presidente egipcio, Mohammed Morsi, que criticó el video, pero no a la turba.
Al día siguiente, Obama dijo que el gobierno islamista de Egipto no debería ser considerado como un aliado de Estados Unidos, "aunque tampoco lo consideramos nuestro enemigo", agregó. Obama se comunicó con Morsi y le envió un mensaje: Egipto debe cooperar en la protección de las instalaciones de Estados Unidos. "Las autoridades egipcias no se pueden permitir jugar a dos puntas en esto", dijo Ari Ratner, ex asesor de Obama.
Lo que queda claro es que dirigentes de Estados Unidos tienen sus propias presiones políticas de las que ocuparse. La velocidad con que se politizó el tema de los ataques a las embajadas dejó al descubierto los riesgos políticos que enfrenta Obama en su país, haga lo que haga, especialmente con Romney acusándolo de "disculparse en nombre de Estados Unidos".
Romney también sufrió el efecto rebote, acusado por analistas de todo el espectro político de ser un oportunista que quiere sacar provecho de una tragedia nacional.
Como mínimo, los acontecimientos de esta semana profundizarán todavía más la reticencia norteamericana a involucrarse de lleno en el conflicto sirio.
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