Café Tacuba, un ritual celebratorio en el escenario del Gran Rex
La banda mexicana retornó a la ciudad para presentar su nuevo disco Jei beibi; en veinte canciones el grupo ofreció una bitácora de su pasado y su presente
Café Tacuba retornó a Buenos Aires para presentar su nuevo disco Jei Beibi, en una noche de baile y buenos pensamientos, un ritual celebratorio, para vivir el presente. “El amor es bailar”, canta Rubén Albarrán cerca del final del concierto y en ese lei motiv está sintetizado el espíritu de la banda mexicana más grande de América Latina. En veinte canciones el grupo ofreció una bitácora de su pasado y su presente, donde el amor y el baile marcaron el tono existencialista de su obra.
Si bien, Jei Beibi marca las zonas oscuras y melancólicas del grupo, con un clima más reflexivo e introspectivo, tiene una energía explosiva que permite acentuar ese existencialismo de sus letras y la necesidad de una música que funciona como salvavidas, mientras el mundo parece venirse a pique. “Estamos llegando al fin de la humanidad”, ironiza Rubén en uno de los tramos del concierto.
El grupo hace que el momento del concierto valga la pena y que todos gocen con sus cuerpos, como si estuvieran en el último instante de sus vidas. Siempre hay una mirada cándida y filosófica de Rubén que le saca la tragedia a la vida con sus frases y también con su forma de interpretar las canciones de esa gran fuerza musical que encarna junto a sus compañeros Meme, Joselo y Quique Rangel. Los cuatro componen, los cuatro cantan y bailan. Y en cada movimiento se superan, como en el principio del concierto, donde aparecen disfrazados como en el video del tema “Futuro”.
Café Tacvba no se reinventa. Hace todo nuevo en cada disco, como si recién comenzaran el viaje, lo que es mucho mejor. Arman un salón de baile a su medida, para ellos y su público, donde danzan todos los estilos, incluso el reggaetón en “Me gusta tu manera”, un ejercicio inteligente y seductor sobre ese género viral.
Lo de Tacvba, vale aclarar, es un baile metáfisico, que puede pasar de la densidad de un trap con base de cumbia para que todos levanten las manos en “Futuro”, a un corrido que cuestiona la identidad: ¨¿Seremos capaces de bailar por nuestra cuenta?” del icónico álbum Re en “El fin de la infancia”. Es el mismo grupo que se toma a risa las poses de las estrellas del rock en “53100” y salta al groove dance como si estuvieran en una fiesta electrónica sin dejar de lanzar su mensaje: “el amor siempre ganará” en el hit “1,2,3”, dedicada a los 43 estudiantes mexicanos desaparecidos. Solo Café Tacvba sabe como transformar el vehículo catalizador del amor y el baile para alimentar la matriz de su música y también de su mexicanidad, en medio de la muerte.
El grupo impacta con una puesta lumínica con paneles horizontales al nivel del piso que le permitió crear distintas atmósferas. Transforman el Gran Rex en una gran discoteca en “Volver a comenzar” y “Chica banda”. Logran el clima de una ceremonia ritual del imperio azteca en la subyugante “Volcán”, o pasan a la intimidad musical con una ambientación ideal para hacer una canción requiem como “El mundo en que nací” o el bolero trash “Enamorada”, estas dos últimas de su nuevo material.
Cerca del final Rubén Albarrán invoca a los buenos pensamientos de todas las personas que están en el teatro. Después de una hora y media bailando siente que se les abrió un poquito más el corazón como dice. Pide por aborígenes que no son escuchados, también por los jóvenes desaparecidos, para que sean cuidados, por la pachamama y por todas las mujeres, para que de una vez “caiga el patriarcado”. Lo dice sin ninguna carga, casi como un rezo amoroso, antes de hacer bailar a todo el público. Los Café Tacvba saben que lo más importante es amar y bailar. No ambicionar nada más que vivir el goce del momento.
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