El nuevo unitario de El 13 reúne calidad, cantidad y grandiosas actuaciones; por qué deberías verlo
El que sabe, sabe. Después de un año complicado (las ficciones Lobo y Los Únicos 2 no rindieron lo esperado y fueron levantadas), Pol-Ka apostó a lo seguro, sin que ello signifique comodidad ni falta de riesgo. Tiempos compulsivos (miércoles a las 22.30) continúa la línea psicoanalizada de unitarios como Culpables, Vulnerables, Verdad Consecuencia, Tratame bien y Locas de amor, con los que a la productora de Adrián Suar exhibió comprobada eficacia. Aunque el rating siga sin despegar del todo (compite con La Dueña, que hereda una pantalla mucho más caliente gracias a Graduados, el imbatible de Telefé), existen varios motivos por los que Tiempos compulsivos es un programa que hay que ver.
Los personajes. Por el lado de los médicos, Ricardo Buso (Fernán Mirás) es un psiquiatra especializado en compulsiones severas, esas sobre las que la teoría abunda, pero que pocos saben tratar; Julieta Despeyroux (Paola Krum) es una psicóloga novata, quizá demasiado comprometida con su trabajo, y que no deja de pensar cómo se hace para aliviar el dolor de los demás; y Ezequiel Lambert (Juan Minujín), un amigo y colega de Buso, junto a quien lleva adelante un grupo de terapia grupal en la Fundación Renacer. Por el lado de los pacientes, está Esteban Solveyra (Rodrigo de la Serna), un psicópata, mitómano, sádico y quién sabe cuántas cosas más; Inés Alonso (Carla Peterson), una obsesiva compulsiva con la limpieza y el orden, con el condimento extra de ser también una acaparadora; Teresa Guglietti (Gloria Carrá), una mujer que tiene a otras dos viviendo en su cabeza; Gerardo Romero (Guillermo Arengo), un work-aholic un poco obsesionado con la conectividad; y Sofía Muntabski (Pilar Gamboa), una chica que tiende a lastimarse para ocultar otros dolores más profundos.
El gancho. Los personajes atrapan y -aunque cueste admitirlo- generan identificación. Cada uno vive su vida como puede, pero cuando se encuentran en la Fundación Renacer para su terapia grupal, el relato global se potencia, como en esas películas corales en las que varias historias aparentemente separadas se entrecruzan. En Tiempos compulsivos la línea entre la locura y la cordura es muy difusa, y obliga a la pregunta: ¿pero eso que hace ese loco no es lo mismo que hago yo?
La realización. El libro de Javier Daulte es impecable, conciso y detallado a la vez, y es posible conocer a cada personaje desde el primer momento. El trabajo de Daniel Barone en la dirección hace que el programa sea abundante en matices y en variedad de recursos, por lo que nunca aburre. Hay situaciones dramáticas que en ocasiones generan risa y otras graciosas que causan cierta compasión y empatía por el personaje. Con una edición moderna y ágil (sin los típicos fundidos, con flashbacks y con testimonios directos a la cámara), Tiempos compulsivos nada tiene que envidiarle a cualquier ficción importada.
Los médicos también son humanos. Si los médicos alguna vez estuvieron en un pedestal, acá todos -junto a los pacientes- tienen sus quilombitos. "¿Cómo va a ayudarnos si él mismo no puede con su vida?", escupe Esteban para sembrar la preocupación (y disfrutar de ella) entre sus compañeros de grupo. Mientras que esa persona que debe actuar como soporte de todos comienza a sentir el pánico de no poder soportar ni siquiera su propia separación, la falta de experiencia de la estudiante recién recibida la obliga al replanteo de qué tanto sabe hacer más allá de la teoría.
El amor. Hay un factor común que atraviesa a cada uno de los personajes: el miedo a la soledad. Tanto el que está por divorciarse, como el que se lleva mal con su madre, como la que no puede superar la muerte de su mascota tienen miedo a quedarse solos, lo que los lleva a buscar de manera compulsiva una solución, o a algo que al menos cubra esa falta momentáneamente. La sensación que queda sobre todo después de ese interrogante fundamental que hace el personaje de Krum, cuando se pregunta "¿cómo se hace para aliviar el dolor de los que sufren?", es que sólo se puede queriendo hacerlo, y para querer hacerlo hace falta amor. En una sociedad en la que el loco es estigmatizado y apartado, Tiempos compulsivos actúa -desde su ficción, sin la intención de bajar línea- como un replanteo del modo en que se trata a aquello que es diferente.
Por Leonardo Ferri
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