Reid Anderson, detrás de una obra cumbre: ¿cómo se monta “Onegin”, uno de los ballets más queridos en todo el mundo?
Antes de que el célebre drama de John Cranko regrese al escenario del Teatro Colón, el heredero de sus coreografías revela las claves del detrás de escena; “Un ballet no es como una fábrica de galletitas: trato de que cada intérprete se apropie de los pasos”
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Tras una extensa carrera como bailarín, maestro de ballet y director artístico, Reid Anderson–Gräfe se encuentra en Buenos Aires para supervisar el montaje de Onegin. El heredero de los derechos de las obras John Cranko (Sudáfrica, 1927-Irlanda 1973), que se ha desempeñado como director del Ballet de Stuttgart durante veintidós años, tiene la última palabra en las decisiones que se toman en cada reposición.
A lo largo de su corta vida, el gran coreógrafo plasmó una veintena obras breves y ballets de larga duración. Pero su prematura muerte no impidió que sus creaciones se siguieran bailando. Durante los últimos 50 años, muchos de sus títulos, sobre todo sus tres ballets narrativos, Romeo y Julieta, La fierecilla domada y especialmente Onegin, continuaron montándose en grandes teatros de todo el mundo. Esto fue posible porque en su testamento Cranko había nombrado Dieter Gräfe, viejo amigo y asistente, como heredero de su patrimonio y de los derechos de sus ballets fuera de Stuttgart y Múnich. Desde entonces, un equipo de coreólogos y maestros repositores que habían trabajado directamente con él, y los artistas que formaron parte de los repartos originales, se aseguró de que las piezas de Cranko se representaran en todo el mundo fieles al original.
Para darle una estructura y un futuro a ese modo de trabajo, en 2020 Dieter Gräfe y su esposo, Reid Anderson, fundaron el John Cranko Trust, que recibe todos los derechos de autor del patrimonio coreográfico de Cranko y cuyos beneficios se destinan íntegramente a la Escuela John Cranko de Stuttgart. Es ese trust el responsable de controlar las reposiciones en todas las compañías a nivel internacional.
Ya hace 40 años que Anderson se desempeña como supervisor de las reposiciones internacionales y decide si una compañía en determinada etapa está en condiciones de poner en escena “un Cranko” o no. ¿Cómo lo hace? “Los veo en la barra, miro sus entrenamientos, observo si su nivel de producción es el adecuado”, enumera, en diálogo con LA NACION, en un alto de los ensayos con el Ballet Estable del Teatro Colón. No tiene un número exacto en la cabeza, pero hace cálculos con los dedos: cada año supervisa Onegin unas quince veces, como ahora en el Teatro Colón. Y sigue el desarrollo de todos los repartos de los roles principales, lo que cuadruplica o quintuplica las cifras.
Habitualmente trabaja con compañías que conoce de cerca, mira un ensayo, busca líneas, modos de caminar y formas de comunicarse en escena. Tiene una “intuición visual” que le hace sentir quiénes pueden personificar los roles principales, tan buscados entre las primeras figuras de cada compañía y también solistas que se destacan por algunas cualidades específicas. Con un criterio que prioriza un carácter global, el physique du rôle de sus castings está basado en algo intangible. “Después de tres o cuatro días de trabajo, arriba del avión que me lleva a casa, hago una primera lista en lápiz, que puede borrarse y volverse a escribir”, admite.
Este montaje del 2025 en el Teatro Colón fue señalado por el supervisor como algo “inusual”. “Porque Marcia Haydee estuvo aquí montando su Carmen, entonces le pedí que hiciera el casting –explica–. Ella conoce a la compañía de cerca”. Luego de esa construcción de repartos, Victor y Agneta Valcu –una querida pareja de maestros que varias veces antes hicieron esta tarea en el Estable– trabajaron durante varias semanas en la reposición coreográfica. Y cuando llegó Anderson se hicieron algunos enroques de parejas hasta dar con la forma definitiva -en 2022, la última vez que se programó este título en el Colón, esta tarea quedó en manos de Tamas Detrich, director de Stuttgart Ballet-.
Su criterio personal e institucional busca balances de estilos, alturas, proporciones y combinaciones de personas. Para explicar estos procedimientos, Anderson-Gräfe se para, camina, realiza varios port de bras. Imita la corporalidad y gestualidad de cada uno de los roles. Cuando se refiere a Eugene Onegin, hay una dimensión del torso y un gesto caballeroso y seco. Cuando remite al joven Lenski, los brazos se van hacia la liviandad y las alturas. Aparece Olga, con las sonrisas y miradas coquetas. Para describir a Tatiana ordena los objetos dispuestos sobre la mesa y habla de foco.
“A veces cuando llego y veo los repartos y los veo ensayar, digo está bien… pero podría estar mejor de esta otra manera. Y los intercambio –sostiene–. Montar un ballet es algo muy subjetivo, no es como una fábrica de galletitas que tiene un molde y las saca todas iguales. Yo trato de que cada intérprete se apropie de los pasos. Que se encuentren a sí mismos en el rol. Eso lo aprendí de John”.
El otro componente inusual de este montaje, es que Anderson- Gräfe se quede tantos días trabajando en el mismo lugar. “Conozco a Marianela Núñez desde que tenía 18 años. Ya trabajé con ella muchas veces. Y conozco a Jakob Feyferlik, que será su Eugene. Pero ellos nunca trabajaron juntos, así que voy a ensayar con ellos para las funciones del 10 y 12 de octubre”.
Reid Anderson nació el 1° de abril de 1949 en New Westminster, Columbia Británica, Canadá. A los 17 años recibió una beca que le permitió estudiar en la Royal Ballet School de Londres y ya en 1969 se incorporó al Ballet de Stuttgart, cuyo director artístico en aquel momento era John Cranko. Bailó por primera vez Onegin a los 19 años, cuando fue seleccionado por el propio Cranko para encarnar el rol del sexagenario Principe Gremin, esposo de la protagonista en el último acto de la obra –en ese papel se lo vio también en Buenos Aires cuando, en 1979, la compañía alemana trajo por primera vez este título, quince años antes de que que lo estrenara e incorporara a su repertorio el Ballet Estable, en 1994–. Con el mismo criterio de no condicionarse por las edades, algunas de las parejas protagónicas combinan trayectorias diferentes, que deben encontrarse en un mismo punto.
El codiciado rol de Tatiana, que muchas bailarinas aman interpretar, implica una frescura adolescente en el inicio y una solidez para la toma de decisiones en el último pas de deux. “Yo creo que las bailarinas que mejor desarrollan su Tatiana son las que están en sus treinta años, porque desde ahí pueden evocar la adolescencia con facilidad –reflexiona-. Pero llegan a la emoción del final sumando capas sobre capas de aprendizaje. Y eso logra el dramatismo imparable de la última escena”.
Para agendar
Con dirección de Julio Bocca, el Ballet Estable del Teatro Colón comenzará su serie de presentaciones de Onegin este viernes, a las 20, con funciones hasta el martes 14. En el reparto del estreno, según la página oficial, el rol protagónico estará a cargo del solista de Stuttgart Ballet, el argentino Ciro Mansilla, con Ayelén Sánchez (3, 5 y 7). En las siguientes funciones, la pareja principal estará interpretada por Juan Pablo Ledo y Camila Bocca (4, 8 y 11), Federico Fernández y Natalia Pelayo (9 y 14), Jakob Feyferlik y Marianela Núñez (10 y 12, funciones agotadas). Entradas, desde $8300 (de pie) hasta $98.000 (plateas).
Con la colaboración en la traducción de Dolores Gallichio
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