Denuncias por el recital de Gilmour

Ante 50.000 personas, David Gilmour dio su primer show en Argentina el 18 de diciembre pasado en el Hipódromo de San Isidro. Fue un concierto impactante de tres horas, pero un rato después de "Comfortably Numb", la última canción, surgió en Facebook un grupo llamado "Estafados en el recital de Gilmour".

Como ya había ocurrido en octubre con los shows de Muse y Sting, la performance musical fue muy diferente a lo que se vio debajo del escenario: desbordes en la entrada, acomodadores sobrepasados o ausentes, peleas en el público (gente con entradas VIP de miles de pesos enojada ante la imposibilidad de ver el escenario) y el estacionamiento cerrado, con la capacidad completa antes del inicio del show.

"Armé el grupo de Facebook en el auto mientras volvíamos del recital, porque me cansé del maltrato de las empresas que organizan recitales", dice Rodrigo Rolando, de 28 años, que tenía una entrada VIP de 2.500 pesos (y 380 de cargos de servicio). Su grupo hoy suma más de 2.000 miembros.

Twitter también se llenó de comentarios como los de Gonzalo Bonadeo ("Hay miles de testigos/víctimas de que fue una de las peores experiencias en recitales grandes en muchísimo tiempo") y algunos músicos. Al aire con Mario Pergolini, Ricardo Mollo se refirió a su propia experiencia: "El que lo organizó no debería dedicarse a eso: podría haber sucedido una catástrofe". El incidente llegó a Defensa del Consumidor con denuncias a Ake Music, la productora a cargo de la organización, y hubo audiencias de mediación en las que no se resolvió nada. Ahora, los damnificados deben decidir si avanzan con una demanda judicial.

"Las complicaciones se debieron a que la gente llegó tarde", dice Aquiles Sojo, el director de Ake Music. "Aparte, había mucho tránsito y eso fue ajeno a nosotros. Si la gente hubiera previsto llegar a las 6 o 7 de la tarde, como hizo la mayoría, no habría tenido problemas." Sojo niega que el estacionamiento estuviera cerrado o sobrevendido, y asegura que había 250 acomodadores, pero que al apagarse las luces su trabajo se complicó.

Por Javier Sinay