Entre los almuerzos de Mirtha y los Sábados de superacción, arrancan Los Campanelli y Narciso Ibáñez Menta asusta, al menos, al televidente de 11 años que cuenta esta historia
Se despide una década y con ella se van algunos programas de mi más tierna infancia: La nena, Mis hijos y yo, La feria de la alegría y La familia Falcon. Se afirman en la programación los almuerzos de Mirtha Legrand, que arrancaron en la temporada anterior, y los certámenes de canto piloteados por Roberto Galán se convierten en un boom. Bernardo Neustadt, un señor de gruesos anteojos y frases cortas, pone en marcha su Tiempo nuevo, con "Fuga y misterio", de Astor Piazzolla como cortina musical. Y también salen del aire dos tiras románticas que hicieron suspirar a señoras y señoritas: Simplemente María y Estrellita, esa pobre campesina, pero llega Nuestra galletita, con Laura Bove y libros del prolífico Abel Santa Cruz. Cacho Fontana continúa con Odol pregunta, pero abandona La campana de cristal, que pasa a ser conducido por Héctor Larrea y desde exteriores por varias caras nuevas: Fernando Bravo, Julio Lagos, Leonardo Simons y Norberto Longo. La TV de 1969 se presenta muy activa y con ganas de dar varias sorpresas.
Tengo 11 años, me encanta Pepe Biondi, pero aún no puedo apreciar la calidad del nuevo programa de David Stivel, Cosa juzgada, por Canal 11, ni tampoco me intereso por otro ciclo también prestigioso de Canal 7, Las grandes versiones, que recrea títulos de la literatura universal bajo la batuta de Sergio Renán. En cambio me atrae el alarde de una bullanguera ficción dominguera en vivo como Los Campanelli, que viene a sumarse a la reina local de los géneros televisivos: la telecomedia familiar de elenco generoso. "No hay nada más lindo que la familia unita", remata cada emisión Adolfo Linvel, en la cabecera de la larga mesa a la que se sientan hijos, yernos y nueras.
Una palabra que nunca antes había escuchado empieza a colarse en la crónica periodística: inflación. En 1968 fue del 3,9% en todo el año, pero ahora va a saltar al 7,3. ¿Seguirá subiendo? Otro señor de gruesos anteojos, Adalbert Krieguer Vasena, dejará pronto de ser ministro de Economía.
Manda en el país un señor de uniforme: el general Juan Carlos Onganía que sueña con quedarse muchos años. Aunque creo que no serán tantos como él imagina, especialmente cuando a fines de mayo entra en las pantallas de nuestros televisores blanco y negro el alzamiento popular del Cordobazo, que Canal 13 cubre con tal detalle y minuciosidad que –algo que yo no sé todavía– con el tiempo esas imágenes nutrirán los principales documentales sobre el tema.
No es que la política me interese aún sobremanera, pero percibo cierta vibración en mí ante determinadas imágenes. Todavía recuerdo bien algunas postales de la revuelta estudiantil de París del año anterior y me doy cuenta solito de que tienen más de un punto en común con el levantamiento fabril cordobés. Canal 13 manda hacia esa provincia a uno de los conductores de Telenoche, Andrés Percivale, que había sido un gran corresponsal de guerra en Vietnam para la misma emisora. Allí apuntala al corresponsal local: un hombre de espesos bigotes y crónica precisa que se arriesga entre los francotiradores, la represión, las pedradas y los gases lacrimógenos. Retengo su nombre: Sergio Villarruel.
Soy un chico que se dirige hacia la adolescencia mirando noticieros en serio, como El Repórter Esso, en los que lo que pasa en el mundo tiene desarrollo constante, nos abre la cabeza y nos vuelve más cosmopolitas. ¡Y en solo 15 minutos! Me fascina la voz tan particular de su conductor, Armando Repetto.
Por suerte, en la tele no todas las informaciones son tan serias y preocupantes. Los chicos estamos entusiasmados y casi eufóricos con las noticias que vienen de Estados Unidos y los preparativos del primer viaje a la Luna con tripulación humana. La TV prepara a sus enviados especiales, Mónica Mihanovich y Roberto Maidana, para transmitir desde Cabo Cañaveral los prolegómenos de la extraordinaria misión Apolo XI, en tanto a Percivale esta vez le toca quedarse en Buenos Aires, al mando del noticiero estelar de Canal 13. Mónica habla con Wernher von Braun, el padre del ambicioso proyecto espacial que tiene a todo el mundo en vilo, mientras espera su turno para hacer lo mismo la gran diva del periodismo italiano, Oriana Fallaci.
Tengo la sensación de que el futuro ha llegado y que no habrá que esperar hasta el año 2000 para verlo. Colecciono religiosamente los fascículos Ayer, hoy y mañana que publica el vespertino La Razón y que me prometen fabulosos inventos como teléfonos sin cable, grabadoras de TV y extraordinarias computadoras personales, amén de la TV en color que, esperamos, algún día llegue. Pero con la inauguración en este 1969 de la planta satelital de Balcarce, que asegura transmisiones a distancia por cable coaxial, ya me parece tocar el futuro con las manos. Ahora sí que podremos ver el alunizaje en vivo y en directo.
No he decidido aún ser periodista (faltan todavía tres años para que lo haga), pero otra vez me asalta la sensación de estar viviendo grandes acontecimientos que quiero capturar de alguna manera para siempre. Por eso me dispongo a guardar cada uno de los ejemplares diarios de LA NACION que llega a casa desde el día del lanzamiento del Saturno V hasta la vuelta de los astronautas y su amerizaje sobre el océano Pacífico. También, dibujo y pinto con tal precisión el módulo lunar que mi trabajo resulta elegido como el mejor de mi distrito escolar.
La noche del 20 de julio, con mis padres y mi abuela frente a nuestro televisor Zenith miramos conmocionados las imágenes de los astronautas retozando en suelo lunar, con indefiniciones y fantasmas en la imagen que al principio nos hacen pensar si no serán problemas de nuestra antena. Me voy a dormir en esa trasnoche con la ilusión de haber visto todo y que ya nada más me sorprenderá.
Pero no todo es tan bello en la TV69: tampoco puedo saberlo, pero sin ser definidos como lo serán años más tarde como reality shows y programas de chimentos, aparecen sus antecedentes más directos: en el primer caso, Corazones solitarios, conducido por otro animador de anteojos de muy gruesos armazones negros, Osvaldo Papaleo. Se abre paso en la siesta de Canal 9 con casos personales que erizan la piel y que genera réplicas similares en otros canales.
En El juicio de gato, por Canal 13, una figura conocida es sometida todas las tardes a ponderaciones y a reproches diversos de un tribunal. Me divierte la maldad del fiscal, Lucho Avilés, y siento que Víctor Sueiro cumple muy bien su función de defensor almibarado. Al cabo de cinco días, sale el veredicto y el famoso del banquillo se lleva una estatuilla de un gato blanco, si es declarado inocente, u otra de un gato negro, si se lo considera culpable. Salen muchos trapitos al sol y también produce las consabidas copias que tienen los programas exitosos.
En ese sentido, no hay como los fines de semana para que los canales se parezcan más. Salvo las películas de Sábados de Superacción, de Teleonce, los otros canales se siguen llenando de esos programas que, por su largo, merecen el nombre de ómnibus. Siempre me atraen por su impronta periodística, mezclado con show musical y cuadros humorísticos, los Sábados circulares de Mancera, por el 13. Por el 9, en tanto, quedaron atrás los Sábados continuados, de Antonio Carrizo, y han llegado los Sábados de la bondad, con Héctor Coire, que recauda donaciones para entidades de bien público. En este 1969, ni el estatal Canal 7 se quiere quedar atrás en tan particular rubro y arremete, con Héctor Ricardo García y Pinky a la cabeza, con Siete y medio, otro ciclo de misceláneas de larga duración.
Los domingos son más tranquilos que los sábados, pero ya despunta un nuevo programa, ideado por los hermanos Gerardo y Hugo Sofovich, Domingos de mi ciudad, con Orlando Marconi, que se irá perfeccionando en el tiempo hasta desembocar en el Feliz domingo, de Silvio Soldán, que además de conducir El Special estrena este año Grandes valores del tango, un show de la música del 2x4 que perdurará muchos años en el aire.
En este 1969 todavía nadie habla de formatos, pero sin duda lo es, y muy original, Los doce del signo, con el célebre astrólogo Horangel en la conducción, y estrellas invitadas.
La pica entre la moderación exitosa del Canal 13 de Goar Mestre y sus gerentes cubanos, y el bullanguero Canal 9, del inefable zar de la TV, Alejandro Romay, se expresa con su máxima potencia en la noche del 27 de junio, cuando la emisora del barrio de Constitución presenta una versión muy elaborada del clásico shakespereano Otelo, protagonizada por Rodolfo Bebán, en tanto que a la misma hora la estación palermitana contraataca con El morocho de Venecia, parodia risueña de la misma obra, con Osvaldo Pacheco en el papel principal, Alberto Olmedo como Yago, y, créase o no, como Desdémona ¡Jorge Porcel! Prefiero ver la versión seria, pero ¿adivinen quién ganó?: ¡la versión cómica!
Así como la pantalla de Romay te hace reír, también sabe asustar. Mis padres no me dejan ver El hombre que volvió de la muerte, con Narciso Ibáñez Menta. Tienen razón: después me cuesta dormir o me tapo hasta la cabeza del miedo que me dan sus historias terroríficas.
Me alegra la vida saber que vuelven al aire los risueños actorazos uruguayos de Telecataplum, ahora en un nuevo programa que va por el 11, Jaujarana. Es que el género cómico está de moda y se suman Humor redondo y El botón.
Despunta una nueva década y yo ya cumplí doce. Orbito alrededor de mi televisor. Me preguntó qué nuevas sorpresas me deparará.
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