La serie protagonizada por Hugh Laurie llegó a su fin con altura, gracia y algo de sorpresa, aunque no tanta; atención: la nota contiene spoilers
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Al final todo fue una ironía. Aquel "You Can’t Always Get What You Want" de los Rolling Stones, que tantas veces sonó a lo largo de las ocho temporadas de Dr. House, fue una puta y cruel ironía, un guiño para un final que pareciera haber estado pensado así desde un principio, sin una coma de más ni un minuto de menos. Pero puede que no, que esa doctrina del "everybody lies" haya sido el pie necesario para llegar al "everybody dies", la epifanía que le permitió a los creadores de House convertirla en un producto aún más perfecto. Dicho de otra manera, el final de House fue muy House: intrincado, sarcástico, no lineal, inesperado, dramático y divertido. Un House total, de principio a fin.
La ironía, entonces, radica en el hecho de que algunos sí pueden salirse con la suya, y el doctor Gregory House no sólo no es la excepción, sino que impone la regla. "No podés vivir tu vida basado en cosas que no creés", le baja línea a su amigo Wilson, el único que tiene declarado, aunque no el único que lo soporta. ¿Y en qué cree House (el personaje)? En su instinto, en sus métodos y en su propio mecanismo de reflexión, plantados sobre un ego indestructible e invulnerable. Las terceras opiniones o, mejor dicho, las mínimas dosis de moral que le quedan, estuvieron presentes en este final en la forma de esas personas que le dejaron una marca, pero que no pudieron evitar que un instante después House vuelva a ser el mismo de siempre: el suicidado Dr. Kutner; la perra manipuladora Amber, la novia muerta de Wilson; la copada Dra. Thirteen; y la siempre comprensiva Dra. Cameron. Todos y todas, menos Cuddy, la única que quizá podría haberle cambiado la vida miserable y solitaria hacia la que indefectiblemente se dirige. Pero no, House es House, y no lo que los demás pretenden que sea.
¿Y por qué House (la serie), a pesar de ser previsible, nunca dejó de ser buena? Porque aunque muchos digan lo contrario, nunca bajó la calidad, ni en su realización, ni en sus actuaciones ni en las historias corales que conformaron la gran trama global. Aún con los cambios de elenco el nivel se mantuvo, y sirvió para que el personaje central fortalezca aún más su personalidad. Él es así con todos, no sólo con los que conoce. Lo toman o lo dejan. Y cuando el tridente inicial (Foreman, Chase y Cameron) decide dejar de funcionar como tal, aparece otro equipo (Taub, Kutner, Amber, Hadley) que no hace más que justificar y complacer los caprichos de un tipo que no se detiene ante nada ni nadie, ni siquiera ante la pared de la casa de su novia, ni ante el cáncer que le regala cinco meses más de vida a su amigo. Tampoco pueden con él los doctores Masters, Park, Adams; ni la escort rusa Dominika, ni el detective Tritter ni el psiquiatra Nolan. Si nadie pudo, ¿por qué habría de poder un final?
Con House el drama médico encontró una nueva medida, quizá la única que sepa diferenciarse del resto, la que dentro de un mismo estilo que ya es todo un cliché en la televisión norteamericana, marcó un tono distinto. En una industria que tiende a explotar los productos hasta el desgaste y que finalizan con la inercia dada por su envión inicial, el final de House es una rara excepción. Sí, es cierto que las audiencias ya no acompañaban como antes, pero a esta altura eso es anecdótico. House tuvo el final que se merecía porque la gente no cambia, ni siquiera en un funeral. Ahí apenas se callan, por respeto o por la curiosidad que puede generar un sms que diga "Shut up you idiot".
Por Leonardo Ferri
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