Billy Idol: con el carisma intacto y con los clásicos que todos querían escuchar
El veterano músico británico concretó su tercera visita al país con un enérgico y demoledor concierto en el Movistar Arena
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A tres años de su último desembarco y cumpliendo con su promesa de retornar, el veterano artista británico de 69 años regresó a Buenos Aires a bordo de la llamada It’s a Nice Day To… Tour Again.
Billy Idol recaló en un Movistar Arena colmado y expectante montado a la archiconocida, aunque siempre atractiva y explosiva, propuesta musical por el patentada a principios de la década del ochenta. Esa misma en la que la fuerza y la energía del punk se fusionaron magistralmente con el melodismo del pop y la new wave, dando como resultado una fórmula irresistible, bailable, lúdica, cien por ciento entretenida y sin dudas efectiva.
Si bien el concierto se apoyó fundamentalmente en los infaltables clásicos que todos ansiaban escuchar, lo cierto fue que el exvocalista de Generation X aprovechó para dejar en claro que su intención no se basa en descansar sólo sobre su glorioso pasado. Y de hecho, el contagioso puntapié inicial vino de la mano de “Still Dancing”, un tema con el indiscutido “sello Idol” perteneciente a Dream into it, su más reciente álbum de carácter conceptual y autobiográfico y en el que amplía sus horizontes hacia los terrenos del rock, el country y la música electrónica, tal como destilaron “77” (grabada a dúo con Avril Lavigne), “Too Much Fun”, “Gimme the Weight” y “People I Love”, los otros estrenos de la agitada noche.
Una dinámica puesta en escena conformada por atrayentes visuales, que viraban entre edificios de una ciudad abandonada y monitores con el rostro del cantante, sumada a un ingenioso juego de luces aportaron la atmósfera ideal para un espectáculo que fue elevando su temperatura a medida que se fueron desencadenando las primeras muestras de un extenso listado de hits, como “Cradle of Love”, “Flesh for Fantasy”, “Mony Mony” y la muy celebrada “Eyes Without a Face”.
La interpretación de “Love Don’t Live Here Anymore” bajó un tanto los decibeles y permitió un sensual juego de voces y de movimientos entre Idol y una de sus dos coristas. Acto seguido, el “olé, olé, olé, olé, Bi-lly, Bi-lly” que descendió desde las ubicaciones más elevadas para replicarse en todos los rincones del estadio caló hondo en el protagonista estelar de la noche. Fue así que antes de atacar con los veloces acordes de “Ready, Steady, Go” se miró sorprendido con uno de sus músicos para luego girar su vista hacia el público y exclamar sonriente: “Ustedes están absolutamente locos”.
Luciendo su habitual cabellera rubia platinada, su look de cuero, cadenas, anillos y pañuelos y varios cambios de vestuario que respetaron siempre el riguroso negro, Idol desgranó todas sus dotes de showman recorriendo el escenario de una punta hacia la otra, arengando a la multitud en cada estribillo y, más allá de bajar algunas tonalidades y agregar algunas pausas, denotando un saludable estado vocal. Stephen McGrath (bajo), Billy Morrison (segunda guitarra), Erik Eldenius (batería), Paul Trudeau (teclados) más dos coristas integraron una sólida banda comandada por la siempre filosa, inspirada y pirotécnica guitarra de Steve Stevens.
“En 1983 coincidí en una fiesta con los Rolling Stones. Mick Jagger, Keith Richards y Ronnie Wood estaban bebiendo un whisky cuya nombre yo desconocía. Me acerqué a ellos, les pregunté cómo se llamaba eso que estaban tomando y Jagger me contestó: ‘Rebel Yell’. Entonces pensé: “¡qué buen título para una canción!”. Esta anécdota relatada por el propio Idol sirvió de preámbulo para la furibunda versión de una de sus canciones más exitosas y emblemáticas que no sólo hizo estallar al público sino que culminó con el cantante en cueros tras arrojar su remera a las primeras filas.
“Oooh Billy Idol, es un sentimiento, no puedo parar”. El clásico cántico futbolero de una multitud totalmente entregada recibió a Idol para los bises. Y él no defraudó: el estadio se transformó en una pista de baile al ritmo de “Dancing with Myself”, “Hot in the City” y “White Wedding”. Fue el inmejorable epílogo que alguien con mucho oficio como el “viejo” Billy pudo haber hilvanado para culminar una noche plena de hits que maduraron muy bien. Pero también fue una velada en la que a través de su más nuevo material confirmó que no desea vivir de la nostalgia.
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