Dino Saluzzi: "Lo importante es ofrecer el corazón, más que la inteligencia"
Conversar con Dino Saluzzi siempre tiene algo de especial. Conviene no planificar mucho las entrevistas con este notable músico salteño que cumplirá en mayo 83 años. Porque Saluzzi, fiel a su estilo, hablará casi siempre de lo que él quiere. De a ratos podrá aludir, directa o lateralmente, a lo que se le pregunta. Pero muy pronto, casi inevitablemente, habrá una deriva inesperada, una digresión que terminará encaminando la charla hacia sus propios intereses. Que, justo es decirlo, son en buena parte los mismos desde hace años: la honestidad intelectual, la búsqueda permanente de una identidad artística singular, la ética como hoja de ruta. Siempre.
Hay algo extraordinario en la personalidad de Saluzzi, como lo hay también en su obra, magnífica e imposible de etiquetar. Tango, folclore, jazz, música clásica... Saluzzi ha abrevado en distintas tradiciones para construir un discurso personal. Y así llamó la atención de Manfred Eicher, el fundador del prestigioso sello alemán ECM, que incluyó al músico argentino en su exquisito catálogo en el inicio de los años 80. "Gracias a ECM aprendí a no tenerle miedo a la libertad -dice ahora-. Yo soy un bicho raro. No ando atrás de la plata, como otros músicos. Y felizmente me ha ido bien así. Pude mantener mi familia, criar bien a mis hijos y darles la posibilidad de que estudien... Eso no es tan fácil para alguien que no transige con el uso bastardo de la música. A mí no me gusta mucho pedir ayuda. Las cosas logradas con ayuda no tienen el mismo valor que las que uno consigue con el esfuerzo propio".
El padre de Dino trabajaba en un ingenio azucarero de Campo Santo, el pueblito donde nació y se crió el músico. También tocaba el bandoneón, y en algún momento decidió regalarle uno a su hijo, que lo recibió y no lo soltó nunca más. En la década del 50, Saluzzi se instaló en Buenos Aires, fue parte de la Orquesta de Radio El Mundo, entró en contacto con Astor Piazzolla y el Gato Barbieri, y fue forjando un estilo único. Tocó con músicos de la talla de Charlie Haden, Enrico Rava y Al Di Meola. Y mantuvo siempre una identidad heterogénea, pero atravesada sin excepciones por los recuerdos de su infancia en el norte argentino y las tradiciones de su tierra. Por eso lamenta especialmente la noticia del despido de 730 trabajadores del ingenio azucarero San Isidro, que cerró sus puertas hace unos días. "Campo Santo es un lugar increíble. Cuando yo era pibe vivía una época de esplendor -rememora-. Me pone triste hasta las lágrimas lo que está pasando ahora".
-Usted ha enfrentado muchas adversidades y ha salido a flote. ¿Qué aconseja para los momentos difíciles?
-Toda adversidad provoca en las personas una reacción. Es como si te pusieran una inyección de calcio... Pero la desesperación hace que uno pierda el equilibrio. Y una vida hostil, demasiado adversa, puede producir eso. El objetivo que nunca pierdo de vista es la comunicación con los demás. Vivimos juntos, así que estamos obligados a entendernos. No hay nadie que no haya cometido algún pecado. Lo importante es ofrecer el corazón, más que la inteligencia. Porque hay muchos tipos de inteligencia, y algunos sirven solo para idear cosas malignas. Son tiempos difíciles en todo el mundo. Hay que aprovechar y convertir esa dificultad en una fuerza motora. Poner todo para armonizar con el otro. Vencer a los demás no es una buena meta. La vida es para vivirla juntos.
Entre mañana y el domingo, en Café Vinilo, al bandoneonista lo acompañará una formación muy familiar: sus hijos Félix (clarinete y saxo), José María (guitarra) y Matías Saluzzi (bajo y percusión), más Jorge Savelón (percusión). El repertorio del quinteto tiene una base bien ensayada, pero se puede ir modificando en cada velada, según el clima del concierto. Son todos temas escritos por Saluzzi, que tiene más de cuatrocientos rigurosamente registrados en "la Suiza", como le gusta decir a él. "Con Sadaic (Sociedad Argentina de Autores y Compositores de Música) tengo diferencias conceptuales", aclara. "Todo el tiempo compongo. A veces me pregunto para qué y para quién. Pero es una necesidad muy fuerte. La música no es una herramienta para hacerse rico, es para comunicarse con los demás desde lo posible, a través de una verdad que es casi una confesión".
-¿Va sumando temas a los conciertos de acuerdo con lo que le piden?
-Bueno, vamos cambiando algunas cosas, pero no tanto... La verdad es que el feeling que se produce con el público es un momento tan increíble que no se puede definir. Es una de las fuerzas que mueve los hilos de un concierto. La energía que corre cuando aparece el sonido es autárquica. Y cada velada es distinta, por suerte. Porque para mí, la reiteración implica falta de libertad, impide que se produzca el sueño de la música. Yo abogo por la libertad creadora. Si hay miedo, seguro hay fracaso. Lo que mantiene vivo a un artista es el riesgo de expresar su pensamiento. Si escuchamos todo el tiempo los mismos tangos, las mismas zambas, las mismas canciones, la misma música clásica tocada de una manera similar, llegamos a un punto de indiferenciación que achata todo. Ya no sabés ni quién está tocando. Tocar a la perfección lo que marca la partitura borra tu personalidad. Y cuanto menos personalidades haya, peor irán las cosas. Yo toco solo temas míos, pero no por egocentrismo. No me gusta usar la obra del otro para ganar dinero, me resulta incómodo. Prefiero componer y hacerme cargo de lo mío. Eso también ayuda a que la música se renueve constantemente. Cuando la música no se renueva y todos tocan lo mismo hay que ver una señal clara de decadencia.
-¿Qué rol cumplen los ensayos?
-Se ensaya para saber qué hay en el papel. Pero como dijo el maestro (Gustav) Mahler, en el papel se escribe de todo, menos las cosas importantes.
-¿Qué hace en un día normal?
-Escribo y pienso.
-¿Tiene rutinas?
-No, soy un tipo libre. O al menos trato de serlo.
-¿El bandoneón es un instrumento difícil?
-Más que difícil, segregado. Y son pocos los que saben hasta dónde puede llegar. Solo hace falta que esté en buenas manos. Pero es cierto que no es fácil tocar el bandoneón. Tal vez por eso no evolucione como evolucionó en su momento con Piazzolla.
-¿Es más importante la técnica o la intuición?
-La intuición es la madre de la sabiduría, eso decía Pascal. Sin la intuición, apenas está el libro, la ley.
-¿Valora el virtuosismo?
-El que lo valoraba era Paganini, que había hecho, según cuentan, un pacto con el diablo para tocar el violín como lo tocaba (risas). Escribir música que solo puede ejecutar un virtuoso tiene un valor relativo, porque se hace para gente especial, cuando lo mejor es que todo el que quiere pueda tocar. Ojo, también hay muchos que no conocen qué es lo que están haciendo en la música y sin embargo tocan. La música no es solo una forma. Tiene algo adentro que hay que descubrir. Y para descubrir eso hay que saber cómo percibirla, cómo pensarla, de dónde viene, en qué contexto se produce. No tiene leyes fijas.
-¿A qué músicos admira profundamente?
-A muchos... Bela Bartok y Atahualpa Yupanqui.
-Usted fue muy elogiado por Luis Alberto Spinetta y León Gieco. ¿Le interesa algo del rock?
-No considero al rock como una música ligera. Sé que tiene sus secretos y sus exigencias, pero me gusta lo que está más vecino a mí, lo que conozco mejor. Porque la música es, sobre todo, vivencia. Spinetta era un tipo muy sincero, un gran tipo. Un día llevé el bandoneón a un local de San Telmo que se llamaba Jazz & Pop. Estaban también otros amigos, como el Negro Jorge González y Néstor Astarita. Era la época en la que habíamos tocado con Litto Nebbia. Me di cuenta rápido de que no iba a ser fácil tocar ahí porque el bandoneón es más bien para una música íntima. Era difícil competir con la capacidad sonora de la batería. Spinetta me vio y me dijo: "Ponele un cable y enchufalo a un parlante".
-¿Y le hizo caso?
-Sí, por supuesto.
Dino Saluzzi
Composiciones propias
- Mañana, pasado mañana y el domingo, a las 21
- Café Vinilo, Gorriti 3780
- Entradas, $350
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