Héctor Alterio y su amor por Ángela, la mujer de su vida, madre de sus hijos y con quien atravesó el dolor del exilio
Recoleto en la exhibición de su intimidad, el prestigioso actor fue hombre de un solo matrimonio, conformado con la psicoanalista que lo contuvo siempre
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Ha sido un virtuoso del oficio del actor. Un juglar de la palabra bien dicha. Y también ha sido el hombre al que ninguna circunstancia de la vida, ni su nutrida trayectoria laboral ni lo funesto del exilio, le arrebataron su devoción por la mujer que fue su gran amor ni su debilidad entrañable por sus dos hijos. Si el escenario fue su baúl pletórico de poética, su familia fue su tesoro.
Héctor Benjamín Alterio Onorato, tal su nombre completo, mantuvo una vida personal tan coherente que se tradujo con igual certezas en sus elecciones artísticas. Ética. Para lo uno y para lo otro.
Héctor Alterio, fallecido este sábado, a los 96 años, en la ciudad de Madrid, donde residía desde la década del setenta, se ha ganado el respeto del medio artístico de aquí y de allá, y, sobre todo, del público.
Si verlo interpretar era una celebración del arte, tanto en cine como en teatro, escuchar su pensamiento en cada una de las entrevistas que realizaba era enfrentarse a las ideas lúcidas que siempre clarificaban. Y en ese decir siempre aparecían ellos, Ángela Bacaicoa, su mujer, y Ernesto y Malena, los herederos que también eligieron el camino del arte.
“Con eso ya estoy pagado”, solía decir cuando hacía el balance de su vida personal que jamás ocultó, pero de la que prefería mantener en un plano de reserva.
La discreción fue lo suyo. Elegancia de mostrar lo justo, entendiendo que los espectadores valoraban su trabajo, pero no tenían por qué ser obligados a ser partícipes de la algarabía personal.

Pudoroso a la vieja usanza. Caballero de la vida; con estirpe en la escena. Bonachón en sus modos y determinado en sus pensamientos.
Hasta que la muerte los separe
“Como un ángel, mi ángel. Y si el tuyo no está aquí, tenés que ir a buscarlo a otro lado, hasta que lo encuentres”. Las palabras de Nino Belvedere, su personaje en el estupendo film El hijo de la novia, dirigido por Juan José Campanella con extrema sensibilidad y puntillosidad, bien el caben al actor, quien halló en su compañera de toda la vida, a esa mujer que fue esposa, compinche, pasión, oído y guía. Acaso los mismos atributos que ella depositaría en él. Tal para cual.
Amaba el fútbol, ese otro amor que lo llevó del Obelisco y el fervor por Chacarita Juniors a adorar la Gran Vía y el Real Madrid.
En cambio, en su vida personal, Ángela Bacaicoa fue la mujer que conquistó más allá que su corazón, lo llevó a establecer con ella un juego de sabiduría dialéctica. Podían pasarse horas conversando sobre cine, libros, historia y la vida. Y recordando, siempre recordando, a una Argentina que los había expulsado en 1975, con las funestas amenazas de la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), uno de los tantos horrores que atravesaron la historia de nuestro país.
A Ángela Bacaicoa la apodan “Tita” y fue la esposa que lo acompañó en los laureles y en las opacidades de lo más oscuro de la vida. Siempre hay dos caras para una moneda.
Alterio tuvo algún amorío que otro, pero, desde 1969, fue Ángela Bacaicoia la mujer que ocupó la totalidad de sus sentimientos maritales.
Psicoanalista de carrera, el actor encontró en ella el equilibrio a la vorágine de una carrera artística sin horarios, pletórica de giras y sembrada por el bullicio, aunque Alterio siempre ha dado un paso al costado de lo rimbombante y superfluo que, a veces, acompañaba a su oficio.
Lo suyo no fue el mundo del espectáculo, sino el arte de la actuación, recoleto, sensible, profundo y siempre con algo trascendente para decir.
Héctor y Ángela se unieron en 1969, siendo él ya una figura respetada de nuestro país que había debutado hacía lejos y hace tiempo en Prohibido suicidarse en primavera, de Alejandro Casona, y que había formado parte del insurrecto y valioso Nuevo Teatro, el movimiento fundado por Alejandra Boero y Pedro Asquini.
Descendencia
Héctor Alterio y Ángela Bacaicoa tuvieron dos hijos, Ernesto y Malena, quienes nacieron en 1970 y 1974, respectivamente. Ambos son porteños, aunque siendo muy pequeños dejaron el país junto a sus padres, en aquel destierro obligado.
La primera morada de la familia Alterio en Madrid fue un hostal en la calle Bravo Murillo, en el barrio de Tetuán. Héctor y Ángela solían dar largos paseos por esas calles definidas por la diversidad cultural. Con sus hijos muy pequeños, los domingos daban unas vueltas por el mercado El Rastro y luego seguían viaje hasta el parque El Retiro, un divertimento gratuito en tiempos de vacas flacas.
No fue fácil el comienzo, pero el amor del matrimonio logró superar los obstáculos. Personalidades como Norma Aleandro y Marilina Ross, también exiliadas, ayudaron en el acompañamiento, en sentirse menos solos.
No llegaban a fin de mes, pero eso nunca significó un quiebre vocacional ni torcer el rumbo de sus caminos. Perseverantes. Si uno flaqueaba, al lado estaba el otro. Así fue siempre.
Ángela desarrolló su profesión con prestigio y Héctor, más pronto que tarde, se instaló fuerte en la escena española, convirtiéndose en un nombre convocado y convocante.
Ernesto y Malena Alterio son reconocidos actores del mercado español. Ambos han forjado carreras muy sólidas, destacadas por el público, la crítica y los productores del teatro y el medio audiovisual.
A pesar que cada uno conlleva una identidad propia en sus procesos creativos, hay mucho del acervo de su padre en su modo de construir ficción y, sobre todo, en la ética con la que encaran la tarea artística.
En sus últimos años, “Tita” fue una gran colaborada artística, responsable de la curaduría de textos y dirección de sus monólogos Como hace tres mil años y A Buenos Aires, donde en uno de sus parlamentos confesaba “he sufrido y sufro el destierro y soy hermano de todos los desterrados del mundo”. Su despedida reciente de la escena nacional fue gloriosa.
En el último tramo de su vida, incansable, también bajo la dirección de su mujer llevó a escena en España el espectáculo Una pequeña historia. “Soy psicoanalista, pero quise acompañarlo en el último tramo de su carrera, porque disfruto verlo actuar”, sostuvo Ángela a un medio español, dejando en claro que, a pesar de su inclinación por el arte, escribir y dirigir para su esposo fue un acto de fe y amor. Los resultados fueron excelsos y conmovedores.
Y siempre dando vueltas el tango y la poesía castellana. Carlos Gardel y León Felipe. “No, no, ni se me ocurre pensar en eso, que me despidan”, dijo en una entrevista en el histórico teatro Reina Victoria de Madrid, donde estrenó su última aventura. A su lado, siempre a su lado, lo consentía Ángela Bacaicoa. Falleció en paz, con las botas del teatro puestas. Ni siquiera la muerte significará su retiro. Y mucho menos el fin del amor.
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