A fines de 2019 se cumplen quince años de aquella final de Palermo que marcó el fin de una era rutilante, dominada por los Indios Chapaleufú I y II, los primeros rockstars en la historia del polo. Corría diciembre, y con una formación incompleta, Chapa I se disputaba la gloria con Chapa II, el equipo de sus primos. "No me acuerdo mucho de ese día porque me fui de la cancha desmayado", cuenta Horacio Heguy (54), quien en uno de los últimos chukkers del partido, que terminó 15 a 11 en favor de sus contrincantes, fue cruzado por su primo "Nachi" y del porrazo terminó internado. "Fue una final rara. Nosotros jugábamos sin Gonzalo [el hermano mellizo de Horacio murió en abril de 2000, en un accidente en la ruta] y sin Marcos. Con mi hermano Bautista y mis primos [se refiere a Eduardo, "Pepe" y "Nachi"] sabíamos que esa iba a ser nuestra última final, el fin de una época", continúa "Horacito" –así le dice todo el mundo– desde Mala Pata, su chacra de 40 hectáreas en Intendente Alvear.
Nieto de Antonio Heguy, el primer polista de la familia, e hijo mayor de Nora Josefina Amadeo y Videla y de Horacio Antonio Heguy (una eminencia del polo como su hermano Alberto Pedro y como Juan Carlos y Alfredo Harriot, sus tres compañeros en el mítico Coronel Suárez), Horacio (h) se crió, junto a todos los de su generación, en ese pueblo de La Pampa, cabecera del departamento de Chapaleufú, donde todos se consagraron con diez de handicap.
UNA GRAN HERENCIA
–Con tus contemporáneos, integraron la tercera generación de polistas en la familia Heguy. ¿Cómo es ser parte de la historia del polo?
–Cuando pasa el tiempo, te olvidás. Eso que hiciste, o que fuiste, pierde valor. Lo bueno de las redes sociales es que reflotan la historia. Sentís que la gente empieza a valorarte otra vez. O quizás siempre te valoró, pero no lo sabías porque no tenías ese feedback.
–¿Qué hizo especiales a los Heguy?
–Somos una familia distinta, con nueve jugadores [Alberto, Horacio, su padre, sus hermanos y sus primos] que llegaron a 10 de handicap. Después, nosotros, Chapa I, fuimos el primer y único equipo de cuatro hermanos con handicap perfecto. Lo que nos pasó a nosotros es una ridiculez. No tiene explicación y no va a volver a pasar en la historia del polo.
–También fueron los primeros en cerrar un deal millonario con una marca.
–Sí, con Marlboro, que popularizó el polo y lo convirtió en un deporte conocido. Estábamos en carteles por la calle y en la televisión cuando no era normal ver polistas en la vía pública. [Se ríe].
–¿Qué recordás de esa época?
–Para nosotros lo natural era ser exitosos: papá había ganado dieciocho abiertos y mi tío Alberto Pedro, diecisiete. Ganar era lo lógico, llegar a diez goles era lo normal. Después, te das cuenta de que no era lo lógico. Mirás para atrás y pensás: "Fue magia".
–¿Funcionaban igual de bien en la vida como en la cancha?
–En la cancha teníamos una gran ventaja, que es que al ser hermanos, las puteadas no nos afectaban tanto. Nos podíamos decir cosas que, cuando sos un mero compañero de equipo, caen mal.
–¿Cómo te llevás con Bautista y Marcos hoy?
–Normal. No soy amigo de mis hermanos. Los veo, pero con ninguno tuve ni podría tener una charla profunda: lo que embocamos juntos en el polo no lo embocamos en la vida.
–¿Y con tus primos?
–No me llevo con ellos. No tenemos vínculo. No estamos en buenos ni en malos términos.
–¿Ser polista era un mandato?
–Casi que nos prohibieron dedicarnos al polo de manera profesional. Papá no vino y me dijo: "Te vas a dedicar al polo". Al revés, me dijo: "Estudiá". En esa época, si no llegabas a 9 o 10 goles no era una opción ser profesional. Hoy, sin tanto handicap podés dedicarte al polo.
No soy amigo de mis hermanos. Los veo pero no tenemos charlas profundas: lo que embocamos en el polo no lo embocamos en la vida
Extraño mucho a Gonzalo. Pero la muerte, al ser irrevocable, es más fácil de aceptar. Que te saquen un ojo, en cambio, es más difícil
UNA VIDA RETIRADA EN EL PAGO
Salvo cuando tiene que instalarse en Buenos Aires para comentar los partidos durante la temporada, por ESPN, Horacito vive desde hace dos décadas en Intendente Alvear, donde se dedica a criar caballos. "Este pueblo tiene algo raro, que es que cuando estoy, me quiero ir, y cuando me voy, quiero volver", confía "Buchaca" (así le dicen con cariño sus íntimos), que pasa sus días montado y atento a su caballada. "Para mí, andar a caballo es como caminar. Me da lo mismo: caminando estoy cómodo y andando a caballo, igual".
–Tu chacra lleva el nombre de una de tus mejores yeguas, Mala Pata. En la vida, ¿tuviste esa misma suerte?
–Y, sí. Tuve muy mala pata porque mi vida está marcada por desgracias. A los 30 perdí un ojo [por un bochazo que sufrió en un partido, afuera], a los 35 se murió mi hermano mellizo, dos años antes había muerto papá y hace cinco años murió mamá. Si bien no me siento un castigado por la vida, en líneas generales, no he tenido buena suerte.
–¿Cómo te llevás con el dolor?
–Supongo que la vida te va probando y si sos capaz de superar las cosas, crecés. El dolor es un gran maestro: te enseña que hay cosas más importantes que otras y te hace fuerte.
–¿Extrañás a Gonzalo? Cuentan que se llevaban bárbaro.
–Mucho. Pero creo que la muerte, al ser irrevocable, es más fácil de aceptar. Uno llega a aceptar grandes pérdidas. Que te saquen un ojo, en cambio, es más difícil…
–¿Qué disfrutás, hoy?
–Disfruto de estar conmigo. Estoy solo y en paz.
–Tenés fama de arisco.
–Si no ser careta es ser arisco, entonces soy arisco. A mí no me gusta decirle "Hola, ¿qué tal? ¿Cómo estás?" a todo el mundo.
–Como comentador generás polémica. ¿Qué te lleva a decir lo que otros callan?
–Haber sufrido en la vida. Lo pasé muy mal y por eso no me importa lo que digan los demás.
–¿Te gustaría dirigir un equipo de polo?
–No. Prefiero estar en la televisión. Dirigir es difícil porque hay pocos equipos buenos y todos sabemos quién va a ganar. Si no sos el DT de La Dolfina, estás frito.
Al no querer formar una familia, no tengo mucho para ofrecerle a una mujer. Las posibilidades de tener una pareja, hoy, son 0,2
LA POSIBILIDAD DE UN AMOR
–En Instagram tenés más de 39 mil seguidores y compartís fotos y stories todos los días.
–Para mí, estar ahí es ser parte del mundo. Si no, estaría solo como un loco… ¡Me internan! [Se ríe].
–¿Flirteás por ahí?
–En mi experiencia, las relaciones de Instagram quedan en Instagram.
–¿Hay espacio para el amor en tu vida?
–Las relaciones se sostienen con proyectos y, al no querer formar una familia, no tengo mucho que ofrecerle a una mujer. Las posibilidades de tener una pareja no diría que son cero, pero sí 0,2. [Se ríe].
–¿Por qué no querés tener hijos?
–Nunca sentí el deseo. Sería de una generosidad absoluta tener un hijo porque es una responsabilidad enorme que no me animo a tener. Cuidar un caballo ya me parece un laburo… ¡Imaginate cuidar a un ser humano! Siento que me quitaría mucha libertad, mucho tiempo que tengo para mí.
–En 2011 te casaste con Florencia Sobrero. Se conocieron en Tequila unos meses antes. Vos tenías 47 años y ella 22 y el matrimonio duró un año. ¿Por qué?
–Pasó lo que tenía que pasar: ella quería tener un hijo y yo no. Por suerte, nos dimos cuenta rápido de que no estábamos en la misma sintonía y nos separamos en buenos términos. Hoy, seguimos siendo amigos.
–¿Qué te llevó a dar el sí?
–Lo que lleva a la mayoría de las personas a casarse: la locura. Si uno no está loco, no está enamorado. Casarme fue un disparate, pero igual la pasé bien.
–¿Perdiste la esperanza de vivir una gran historia de amor?
–Ya estoy grande y no creo que exista la posibilidad. Realmente no imagino a alguien que quiera estar conmigo. Me resultaría un poco raro. [Se ríe].
–¿Qué es la felicidad para vos?
–Vivir en la verdad, que es lo que elegí hace muchos años, te aleja de la felicidad. Yo elijo no ser feliz, pero sí ser real.
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