La estrella de cine más sensual de todos los tiempos conquistó al mundo con su belleza, pero no pudo encontrar quién la hiciera feliz
Antes de que la fama la tocara con la varita mágica, Norma Jeane Mortenson, el verdadero nombre de Marilyn Monroe, ya era la mujer de James Dougherty, un policía de 21 años con el que se casó apenas después de haber cumplido los 16. Lo hizo para evitar que la internaran en un orfanato, ya que su madre, soltera e inestable mentalmente, no podía hacerse cargo de ella. Su enlace duró cuatro años. Terminó en 1946.
Más tarde, y ya inmersa en el mundo del espectáculo holywoodense, la leyenda del béisbol Joe Diaggio le propuso ser su esposo y ella se animó, con el corazón apretado y la ilusión de que esa vez, el vestido blanco significaría el deseado "vivieron felices para siempre" que rezan los cuentos de hadas. Tenía 28 años y brillaba, bella, joven y exitosa. No pudo ser. Se casaron en 1954 y se separaron 274 días más tarde. El deportista habría resultado demasiado celoso y controlador, algo con lo que la estrella no pudo lidiar.
El tercer esposo de la actriz llegó exactamente a diez años de su primer boda. Se trató del escritor y dramaturgo Arthur Miller, autor de La muerte de un viajante y ganador de un premio Pulitzer, que también era una celebridad y solía participar de cenas, encuentros y galas junto con las estrellas de cine más renombradas de la década del '50. El dejó a su esposa e hijos para entregarse al amor de la espectacular rubia pero, aparentemente, pertenecían a dos universos incompatibles. Con él estuvo casada cuatro años y medio, aunque su relación fue tormentosa desde un inicio. Todavía unida legalmente a él se enamoró del actor Yves Montand, aunque aquello no pasó de ser algo pasajero, la pareja con el intelectual se disolvió en 1961.
En busca del amor verdadero
Fuera de sus enlaces, los romances más resonantes de Monroe fueron los que matuvo a lo largo de diez años con el actor Tony Curtis -la pareja sufrió la pérdida involuntaria de un embarazo-, la relación con el guapísimo Marlon Brando - a quién conocía desde antes de que los dos fueran famosos - y la tórrida aventura que la unió a Frank Sinatra hacia fines de 1961, quién la describía como una mujer fascinante, frágil pero a la vez inteligente y excitante.
Por supuesto, merece un capítulo aparte su fugaz cercanía con los hermanos Kennedy, John y Robert, en ese entonces, presidente y fiscal general de los Estados Unidos. Jamás se comprobó romance alguno con Robert, pero sí con John, con quien compartió al menos un fin de semana en Palm Spring. Poco antes de su misteriosa y trágica muerte, tuvo lugar la memorable gala por el cumpleaños del presidente demócrata John F. Kennedy, en la que la enigmática blonda casi susurró el Happy Birthday Mr. President, hipnotizando al género masculino para siempre.
Para ese entonces, a nadie le resultaba un secreto que la diosa del lunar sexy y las pestañas tupidas padecía de una gran inestabilidad emocional. El fantasma de terminar como su madre en un neuropsiquiátrico sumado a una tristeza que parecía crónica se sumaban para exacerbar un malestar que compensaba bebiendo constantemente y tomando gran cantidad de pastillas y somníferos. Sus continuos fracasos amorosos no la habían ayudado a menguar un dolor que traía de niña, con una infancia difícil, sin figura paterna y criada fuera del seno familiar.
Décadas después de su desaparición física, las versiones sobre la vida amorosa de la diva son incesantes. Lo cierto es que la mujer más deseada de Hollywood y tal vez del planeta, nunca se quiso y buscó consuelo en una multitud de hombres que no la comprendieron ni pudieron rescatarla de su tristeza. Pero acaso ellos no sean responsables. Porque, como escribió Miller "¿Puede un hombre sonreír cuando contempla a la mujer más triste del mundo?".
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