Por los espectaculares caminos de Mendoza, el hijo de Gregorio Pérez Companc y "Munchi" Sundblad manejó un "Alas de Gaviota", una de las joyas de la colección familiar. Sobrevivió a un terrible accidente cuando corría como piloto en Indy Pro Series y le cuenta a ¡Hola! Argentina su increíble historia de superación.
La cita era tentadora: 700 kilómetros por los caminos del vino, al pie de los Andes. ¿Cómo negarse? Los autos son la gran pasión de Pablo Pérez Companc (30) y, aunque hace un año dejó de correr profesionalmente, la 11a edición del Rally de las Bodegas se convirtió en la excusa perfecta para volver al ruedo por un rato.
En el hall del Park Hyatt Mendoza Hotel, Casino y Spa, mientras toma un café, Pablo Pérez –a secas, como él prefiere que lo llamen, en su afán por bajar aún más su perfil bajo– saluda amistosamente a sus compañeros de ruta. Su historia, en la que se destaca un terrible accidente que sufrió en 2007 mientras corría en la categoría Indy Pro Series, tiene mucho de inspiradora. No solo volvió a caminar y a las pistas en tiempo récord, sino que supo rescatar del dolor una nueva vocación: desde el año pasado es el responsable de la edición argentina de Evo, una prestigiosa revista británica dedicada a los autos de alta gama.
"Heredé la pasión por los autos de mi viejo, que es fanático. Y aprendí a manejar cuando apenas llegaba a los pedales", dice Pablo. Y resume el camino deportivo recorrido: "A los 15 empecé a en trenar en karting y a los 18, en Sport Prototipo. Después, entre otras categorías, pasé por la Top Race, la Fórmula 3, Indy Car, y hasta participé en algunas carreras de rally. De hecho, afuera corrí en la Ferrari Challenge", recuerda. Y enseguida agrega: "El año pasado, sin embargo, dejé de correr porque sentí que había perdido las ganas, hasta me costaba levantarme los fines de semana para ir al autódromo. Y si corrés sin ganas ponés en riesgo tu vida. Por otra parte, en Argentina no había categorías en las que me sintiera cómodo. Afuera era Pablo Pérez, simplemente. Y acá era el hijo de Pérez Companc…", dice.
"Heredé la pasión por los fierros de mi viejo. De él y de mamá intento aprender día a día"
–¿Te molesta que te miren como "el hijo de"?
–Sí. No es que tenga nada de malo, pero prefiero ser Pablo y no el "hijo de". Siempre fue así. Más allá de este tema, ya me había cansado de viajar. Lo que sí me divierte es venir a estos eventos, ver a amigos de tantos años y pasarla bien. Y Camila [Blousson, su mujer desde noviembre del año pasado, que tiene 21 años] fue mi copiloto por primera vez.
–Es increíble que no te acobardaras después del accidente que sufriste.
–Desde el principio quise atravesar el miedo. El accidente fue en 2007, en la primera carrera del Indy Pro, en Homestead, cerca de Miami. Faltaban cinco vueltas para el final, me topé contra un auto y volé hasta que frené contra un paredón y el auto se partió en dos. Casi pierdo una pierna y, además, tuve miles de complicaciones. Me salvó un médico americano-cubano, Enrique Ginzburg, que lo quiero mucho, hasta lo invité a mi casamiento… El fue quien insistió en que no me cortaran la pierna.
–¿Te habían avisado que existía esa posibilidad?
–No, porque en la primera semana estuve inconsciente. Recién me empecé a despertar en Indianápolis, del otro lado de Estados Unidos, que fue adonde me trasladaron. Yo creía que tenía fracturas de tobillos. No veía mis piernas porque las tenía siempre tapadas y pasaba de operación en operación sin entender mucho, ya que estaba altamente medicado, con mucha morfina. Tuve fracturas expuestas, una rodilla se invirtió y me quedó solo una arteria principal en cada pierna de las trece que tiene que haber. Este médico pidió tiempo para ordenar el caos que tenía de las rodillas para abajo y así fue como logró que reviviera la pierna.
–¿Cuántas veces te operaron?
–Unas 27. Pero hoy en día tengo la suerte de tener los tobillos fijos.
–¿Te quedaron secuelas?
–Solo pavadas, como una pierna más larga que la otra, en un pie calzo 43 y en otro 44, a pesar de que antes calzaba 46, y perdí cuatro centímetros de altura. [Se ríe].
–¿Cómo fue la rehabilitación?
–Me dijeron que me iba a llevar un año volver a caminar. Ahí me quebré por primera vez y lloré mucho, porque fue duro tomar conciencia. Estuve tres meses en el hospital, después pasé al Rehab Center y me ejercité intensamente. Al tiempito seguí en el Fleni de Escobar, donde di mis primeros pasos. Finalmente, a los nueve meses, estaba corriendo otra vez, aunque pisaba muy poco.
–¿No te retaron en tu casa?
–Sí, pero necesitaba hacerlo. Mi rehabilitación la encaré pensando en volver a correr, así que sentía que debía volver a subirme a un auto. Iba a Fleni de 8 a 12, en vez de una sola hora, como suele hacerse. Hasta el día de hoy camino con una valva de fibra de carbono, que quita la presión al tobillo. Pero no me quejo de nada, estoy superagradecido. Lo que siempre me empujó fue el amor de mi familia, mis amigos y mi mujer…
–¿Ya conocías a Camila cuando te accidentaste?
–Sí, pero éramos amigos.
–Esa es una historia de amor total.
–Siempre le digo que Dios hizo que me pegara el palo para poder estar de novio y casarme con ella. Y ella se enoja. [Se ríe].
–¿Qué sentiste el primer día que volviste a la pista?
–Tenía terror, en la primera carrera frenaba 20 metros antes por si acaso, pero con el paso del tiempo lo superé. Enfrentar el miedo te ayuda a empujar para adelante.
–¿Sos creyente?
–Sí, aunque no voy a misa tanto como debería. Cuando corría, en mi habitáculo tenía vírgenes, una imagen de Jesús y de todos los santos que te imagines. El día del accidente la Virgen me protegió. Cuando estaba en sillas de rueda fui a a Salta a agradecerle a la Virgen del Cerro que estaba bien y también le pedí fuerzas para enfrentar todo.
–¿Qué sentís que cambió después del accidente?
–Entendí que la vida te puede cambiar de un momento para el otro, así que hay que ser agradecido y disfrutar de todo lo que se puede hacer, no dar nada por sentado. Por ejemplo, a mí me ponía mal no poder ir al baño normalmente y tener que bañarme con trapitos, pero tuve la suerte de pasarlo solo por un par de meses. En cambio, hay gente que tiene que vivir así.
–¿El sueño de la revista propia tuvo que ver con el accidente?
–Sí. Cuando terminé el colegio me dediqué a trabajar en los negocios familiares. Entre otras cosas, estuve en la heladería, siempre aprendiendo de los gerentes, trabajé un tiempo en la bodega Nieto Senetiner, en la parte administrativa de Temaikèn… Después del accidente quise hacer algo por mi cuenta. Primero pensé en algo gastronómico, pero me di cuenta de que tenía la necesidad de estar cerca de los autos de alguna manera, aunque no tanto de correr. "Cami" me aconsejó escribir a Evo para ver si podíamos tener una licencia y nos respondieron que sí. La revista la hacemos entre los dos, yo escribo y ella saca las fotos. Vamos a sacar dos títulos nuevos antes de fin de año.
–¿Cómo es trabajar juntos?
–Buenísimo. Nos llevamos superbien y cuando llegamos a casa, para desenchufar del trabajo, cada uno se toma una horita para sí. Es muy lindo compartir proyectos.
"Pensé en editar una revista de autos porque tenía necesidad de estar cerca de ellos, pero ya no tanto de correr"
–¿Cómo seleccionás el material?
–La revista es bimestral, se vende en kioscos y por suscripción. El 60 por ciento del material lo elegimos de las mejores notas de las ediciones internacionales. Además, hay coleccionistas y automotrices que nos prestan autos que probamos. Y cubrimos eventos especiales, como este rally. Ahora buscamos crecer a través de internet y ampliarnos en Latinoamérica, ya que tengo la licencia para los países limítrofes.
–Sos el menor de siete hermanos. ¿Sentís que fuiste consentido?
–Soy el mimado y no tuve que pasar por todas las cosas que pasaron ellos. El que viene justo arriba me lleva ocho años y el más grande tiene casi 50. Siempre me gustó hacer la mía y me fui de casa a los 19. El tema del campo, que es en lo que más está la familia, no me divierte tanto. Igual, siempre traté de aprender lo máximo de papá y de mamá.
–¿Qué te gusta de ellos?
–Que empujan siempre para adelante, se llevan muy bien y se acompañan. Mamá es un fierro, el viejo se va meses a Santa Cruz y ella se va sola a hacerle el aguante. Es muy compañera de toda la familia, es una figura muy fuerte para todos. Cada vez que puedo me voy de viaje con ellos, por lo general al Sur. Yo no conozco Europa; por ejemplo, solo fui dos veces a probar un auto, y volví a los dos días. Nuestras vacaciones eran en Santa Cruz.
–¿Y tu papá?
–El siempre me aconseja. Me trae revistas de Europa o libros para que pueda perfeccionar mi revista. Es una pena que no lo pude aprovechar tanto en el sentido de que me tuvo de grande, a los 48. Pero los disfruto al máximo porque los quiero un montón.
Texto: Lucila Olivera
Fotos: Matías Salgado
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