El 21 de junio, Netflix incorporó Neon Genesis Evangelion a su catálogo. El animé de Hideaki Anno, que debutó en octubre de 1995, se convirtió de inmediato en una serie de culto. De algún modo, también fue un éxito masivo a pesar de su reputación como obra controversial y cargada de profundidad teórica y resonancia emocional. Su furor no fue exclusivo de Oriente. En Argentina, la serie fue emitida por Locomotion en 1999 y re-lanzada en 2002. La juventud freak la vio antes de cenar, entre publicidades de Es Mentira, el debut de Miranda!.
No debería sorprender que la noticia haya generado repercusión: Evangelion nunca fue ajena al escándalo. En apariencia, es un show de robots. Bajo el mandato de un padre ausente y militar, el adolescente Shinji Ikari es elegido para pilotear la unidad EVA-01 y defender al planeta de invasores extraterrestres. Al igual que sus compañeras Rei Ayanami y Asuka Langley Soryu, lo hace desde una cabina inundada por lo que luce sospechosamente como líquido amniótico. En verdad, la premisa es un pretexto. Evangelion se sirve de las convenciones del género para deconstruirlo y ahondar en las inquietudes verdaderas del autor: filosofía, soledad y escapismo.
Poco después de que Kurt Cobain titulara su suicidio simbólico a partir del deseo de volver al útero, Anno escribió una historia sobre subsumir conciencias individuales en una única masa indolente. Estaba hablando de pulsión de muerte, y citaba a Schopenhauer al postular que el sufrimiento humano irradia de la imposibilidad de conexión real, inherente a existir como egos individuales. Evangelion distaba de otras distopías de la época. No ponía el foco en las ansiedades que suscitaba el avance tecnológico, como era el caso en Akira y Ghost in the Shell. Tampoco tenía un protagonista heroico como Cowboy Bebop. Shinji Ikari era un chico pasivo e inseguro, que buscaba suplir un hueco de carencias afectivas mediante complacencia y docilidad.
Lo era porque así se percibía Hideaki. A mitad de la producción, comenzó a interiorizarse en psicología y encontró un nuevo léxico a través del cual entender, verbalizar y tratar su propia depresión. Esto, junto a crecientes constricciones presupuestarias, condicionó el devenir de Evangelion. Prontamente, la estructura episódica del "monstruo de la semana" fue perdiendo peso, en favor de una narración cada vez más entreverada y oscura. Finalizados al borde de la bancarrota, los últimos dos capítulos terminan de degenerarse: son una sesión de psicoanálisis con animación minimalista, bocetos rudimentarios y fragmentos reciclados de escenas anteriores. El plot twist más grande, sin embargo, era otro: había optimismo.
El público lo odió. Anno recibió amenazas de muerte, lo que lo sepultó en una recaída todavía mayor. Comercializada como el final definitivo, la película The End of Evangelion (también disponible en Netflix) se estrenó en 1997. Es una afronta directa al fanatismo tóxico. El elenco de personajes que aprendimos a querer conoce un destino horrible. El mindfuck hegeliano culmina con la interpolación de material live action en el que la audiencia de un cine mira la misma cinta. En 2007, Anno volvió a la saga con una tetralogía de cuasi-remakes. La más reciente, Rebuild of Evangelion, salió en 2012, pero él volvió a deprimirse. La cuarta está estipulada para el 2020.
Incluso considerando semejante legado, mirar Evangelion ha sido históricamente difícil hasta ahora. Su licenciatario en inglés, ADV films, dejó el negocio y el show fue condenado a un limbo legal. Durante años, la única forma de verlo fue acudiendo al mercado de bootlegs ilegales. En suelo argentino, la ficción circuló doblada al español por cavernas mal ventiladas y ferias flojas de papeles. El contexto se yuxtaponía al del 2000, cuando el manga de Yoshiyuki Sadamoto podía adquirirse legalmente en kioscos a $3.50. Los tomos eran distribuidos por la editorial IVREA y traducidos por Agustín Gómez Sanz.
El actual revival de Netflix permite ver cómo la serie se sostiene en la actualidad. Aspectos como la sexualización de adolescentes están oxidados para los estándares morales del 2019, pero su autor ya se desentendía de ellos en 1997, atribuyendo la causa al marketing de la productora Gainax y a una tradición de fan service. Como expresó en una entrevista para AnimeLand: "La animación japonesa es una industria mayormente masculina, y es bastante evidente que todo está hecho para su gratificación… En cierto punto, es muy cercana a la industria pornográfica".
Pese a esto, Neon Genesis Evangelion dialoga increíblemente bien con el presente. El imaginario de Anno está mayormente poblado por femineidades, todas con personalidades marcadamente distintas pero siempre fuertes. Asuka, Rei, Misato y Ritsuko tienen motivaciones individuales a nivel narrativo, y un propósito funcional que no se reduce a hacer crecer al protagonista varón.
¿Por qué, siendo así, el público está disconforme? Hay tres motivos: la omisión de "Fly Me to the Moon" durante los créditos, la imposición de nuevos doblajes, y su resultante higienización de una relación canónicamente homoromántica. Donde Locomotion había traducido "Te amo", Netflix optó por un aséptico "Me caes bien". La cuestión puede problematizarse al tener en cuenta que el kanji original, suki, es una expresión ambigua y abarcadora de afecto. No obstante, hay un contexto que otorga más verosimilitud a la interpretación romántica que a la platónica. La contracara positiva de todo esto es que la banda de sonido de Shiro Sagisu está finalmente en Spotify. La canción de la apertura sigue siendo un temazo.
Es entendible, entonces, que el relanzamiento de Netflix haya sido recibido con tanto desdén. Ningún otro animé ha sido sometido a semejante grado de escrutinio minucioso. Esto se debe a que, a un cuarto de siglo de su estreno, Evangelion todavía importa. Que siga despertando un apego tan fuerte no es sólo en virtud de ser una meditación formalmente rupturista y temáticamente compleja sobre la condición humana. Neon Genesis Evangelion es la transmutación de una depresión personal en un fenómeno cultural que, lejos de romantizar la tristeza, argumenta a favor de la empatía y en contra del aislamiento humano. La epifanía que sucede en el último minuto de la serie, con el sonido de las barreras que se rompen, cierra un arco emocional digno de felicitación.
Bartolomé Armentano
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