Luego de su paso por el Lollapalooza Chile, la banda dio el primero de sus dos shows en Buenos Aires
Matt Berninger tiene la capacidad de hacer del dolor una experiencia celebratoria. Si padecés – en el sentido más amplio del término – la necesidad de un otro, tenés canciones como "Lucky You" o "90-Mile Water Wall" del segundo disco de The National, Sad Songs for Dirty Lovers, donde sólo parecía existir un hombre, una guitarra y una voz que se desnudaba frente a esa mujer perdida. Con High Violet, su quinto álbum – el que le trajo el reconocimiento siempre merecido y tan peleado -, la banda de Ohio con devoción por las referencias locativas repite los tópicos de esos temas, cambia los violines por las trompetas y puede convertir a "Bloodbuzz Ohio" en un himno épico en el que también se vuelve a ahondar en la vulnerabilidad de alguien que se saca la ropa frente a los pies de un observador.
El show de anoche en La Trastienda (ámbito que implicó una vuelta a las fuentes para el grupo, experto en pagar derecho de piso) fue el testimonio de dos cosas. Por un lado, que Berninger es uno de los frontman que mejor hace uso de su carisma casi sin quererlo. Su ya clásico recorrido entre los espectadores visto en Glastonbury y Lollapalooza es una herramienta de la que puede prescindir. Estamos, más allá de un vocalista cercano, al que literalmente se pudo tocar con las manos, ante un lirista que sabe poner en palabras una fórmula que nos es secreta a todos: cómo huir de nuestros propios pensamientos. Berninger canta sobre eso en "Anyone's Ghost", ese lamento trasnochado de alguien que se sabe engañando pero que se convierte en dependiente; canta incluso sobre cómo la mente nos juega una mala pasada al ir en contra de lo que creemos correcto ("Sorrow") y canta, también, sobre el deseo más desesperado y enceguecedor ("Terrible Love"). Amor terrible. Sí, esas palabras casi siempre van juntas cuando se trata de The National. Y desde que Berninger fue padre, sus letras pasaron de un amor con foco individual e idealizado a un amor devenido en preocupación por la familia como institución, por el futuro de sus hijos. Nada puede sintetizar esto mejor que "Conversation 16", donde la primera frase, un microrelato mundano sobre la crianza de los chicos, también es una lupa puesta sobre una pareja que se desquebraja en medio de la cotidianeidad y con él como figura central, siempre intentando escaparse de sí mismo. "You never believe the shitty thoughts I think" o el grito de "I'm evil" lo terminan de configurar como un narrador que, luchando contra sus demonios (como el no poder dormir sin pastillas), no deja nunca de preocuparse.
Además del recorrido obligado por High Violet, y deteniéndose mucho en Alligator y Boxer (sin obviar el motor del hype que fue "Fake Empire", uno de los instantes más pedidos y festejados por la gente), The National conmovió con esas canciones absolutamente desesperanzadoras con la fuerza de quienes encuentran consuelo en ellas, fuerza que se contagió a una audiencia que gritaba a la par del barítono en cuestión.
Por eso, cuando en el comienzo de la noche se apagaron las luces y las palabras de Berninger antes de pisar el escenario fueran precedidas por las de Dylan con "A Man in Me", estaba más que claro que, aún con los coros tan imprescindibles de los hermanos Dessner, Berninger es el verdadero señor noviembre al que le encanta escarbar y autoexaminarse. Ese que solía ser llevado en los brazos de las porristas y que hoy se lamenta, mediante el hermoso cierre a capella con "Vanderlyle Crybaby Geeks", sobre lo inútil que resulta no querer sucumbir al amor. Definitivamente hay un hombre en él. Un hombre al que se lo escucha – no sin antes pensar en Nick Cave o en Stuart Staples - y se lo observa porque parece tener la verdad absoluta sobre la tristeza, muchas veces traducida en la pictórica imagen de una Abbey Lane lluviosa ("England"). Berninger es el hombre quien, como supo decir Dylan, gusta a veces de esconderse y quien, consecuentemente, siempre será confundido por extraños.
Por Milagros Amondaray
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