Dejaron Argentina por un paraíso, decidieron llevar una vida nómade, pero hoy buscan estabilidad: “Mis hijos necesitaban socializar”
Vivieron en Fiyi por dos años, donde aprendieron a vivir al estilo “Fiji time”; la pandemia los empujó a una vida nómade, que los llevó a abolir prejuicios y les dejó grandes enseñanzas...
Marzo de 2020 había arribado cuando, a Sebastián y Paola, la pandemia los sorprendió en el medio del paraíso. Hacía dos años que vivían en Fiyi, un lugar que al fin habían comenzado a sentir como un hogar, pero que ahora, ante las circunstancias mundiales, los obligaba a replantear su vida.
Hacía tiempo ya que Sebastián, ingeniero y paracaidista profesional, había puesto un freno a su carrera tradicional para dedicarse a vivir en la adrenalina de los saltos, algo que en Fiyi ejercía con éxito. Pero todo había cambiado, el mundo había cambiado y era tiempo de tomar una decisión: podían quedarse y resistir el mal viento, podían regresar a la Argentina o, tal vez, podían seguir viaje hacia un nuevo destino que presentara un mejor horizonte.
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De Argentina A Fiyi: “Fue una de las decisiones más duras”
Como paracaidista profesional, Sebastián había recorrido varios rincones de la tierra, pero ninguno lo había conquistado. A Fiyi llegó por primera vez en el 2016 por trabajo, y se enamoró de su atmósfera irremediablemente. A la Argentina regresó con la idea fija de armar las valijas y mudarse.
“Yo no quería saber nada”, confiesa su mujer, Paola, al recordar la insistencia y lo descabellada que le resultaba la idea. “Soy ingeniera en sistemas y trabajé dieciséis años en la misma empresa. Soy muy estructurada. Tenía un trabajo cómodo, mi casa, mi familia, mis dos hijos, mis dos caniches. Era un rotundo no”.
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Pero un día, ante un lamentable suceso de inseguridad, la idea dejó de ser tan alocada y, en apenas unas semanas, se transformó en una decisión. Ante su propia incredulidad, Paola despidió a su marido, que partió primero hacia aquel lugar remoto de la Tierra.
“Me tocó la parte difícil, vender todo, alquilar la casa que construimos con tanto sacrificio para que, finalmente, la habiten extraños, y dar en adopción a las perritas, ya que los costos y requisitos para la zona hacían el traslado casi imposible y temíamos que algo les sucediera durante el viaje. Fue una de las decisiones más duras, por suerte conocemos a la chica que las adoptó, nos envía videos y las visitamos cuando viajamos para allá”.
Renunciar a sus logros laborales, despedir a los tantos amigos que la vida le había obsequiado, a la familia y al sobrino en camino, significaron un sinfín de lágrimas compartidas. Para Paola, que siempre había sido de esas personas que se juntan todos los domingos en mesas largas, irse al Pacífico no equivalía viajar al paraíso.
Extraños hábitos y nuevas costumbres: “El cambio de vida es comparable a venir manejando un auto a 160 km/h y de repente no poder ir a más de 40″
“¿Dónde están los muebles? ¿Acaso no usan sillas o mesas?”, solía preguntarse durante el día Paola del Moral, entre tantas otras incógnitas que emergieron de aquella comunidad tan extraña como amable. “¿Qué hago acá?”, era el interrogante que la asaltaba una y otra vez por las noches.
Cada mañana y durante casi un año, despertó sin comprender bien dónde estaba. “Me tomó muchos meses asimilar que este destino en el mundo, Fiyi, era mi hogar. El lugar era hermoso, la gente era increíble, pero sentía que no era mi casa. Faltaba la rutina, faltaban las costumbres. Fue difícil”.
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En un comienzo todo fue “bula”, “bula”, ese saludo fiyiano acompañado por risas tan estruendosas, que a Paola le resultó imposible no contagiarse y reír a la par. Fue así que Nadi, su nuevo lugar en el mundo de aquel país del Pacífico Sur compuesto por más de 300 islas, amaneció agradable ante sus ojos, aunque foráneo para su alma. Todo, absolutamente todo a su alrededor se develó sorprendente.
“En comparación con Argentina, el fiyiano es lento y a esto se lo denomina Fiji time, es el tiempo de la isla, tan particular”, cuenta sonriente. “Asimismo, los policías, los hombres del gobierno, y los que asisten a la iglesia los domingos visten zulu, que es una pollera. ¡Nadie usa zapatos en Fiyi! Van descalzos o con tipos de ojotas. Conviven varias culturas - la autóctona, la china, hindú y los musulmanes- todo en un marco de respeto y tolerancia. Los habitantes en este rincón del mundo son desinteresados, amables y muy religiosos”, continúa.
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Con el transcurso de los meses, ya enamorada de la belleza del puerto Denarau, hubo otras costumbres que a Paola le resultaron inesperadas. Le impresionó la gran libertad de elección sexual y el claro avance en relación al cuidado del medio ambiente. A pesar de ser muy antigua y tradicional en costumbres, y no estar habituada a los usos clásicos occidentales de la tecnología, Fiyi se presentó moderna en otros aspectos.
“Todas las casas tienen paneles solares y el 70% de los autos son híbridos. No se ven motos como en otras geografías similares: no les gusta ni las saben manejar. No se pasa hambre: si tiene el estómago vacío, el fiyiano pesca”, asegura Paola, quien allí, en aquel paraíso terrenal, descubrió otro nivel de alegría y a los seres más amables del mundo, tal cual dice Wikipedia. “El cambio de vida es comparable a venir manejando un auto a 160 km/h y de repente no poder ir a más de 40. Eso pasa cuando venís a Fiyi, las rutinas no se sienten”.
“Mis hijos adquirieron un inglés envidiable. A su vez, utilizan una plataforma llamada SEAD para argentinos que viven en el exterior. Si vuelven a nuestro país quedan certificados como si nunca se hubiesen ido de su escuela. Funciona, es gratis y es argentino”, continúa Paola con orgullo.
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“La playa y la diversidad, por otro lado, ya eran parte natural de nuestras vidas. Mis hijos surfeaban olas y hacían snorkel; también atrapaban cangrejos. Allí no miran el color de piel ni de dónde son sus compañeros de clase”, agrega. “Tuvimos la suerte de tener amigos indios, fiyianos y de China. Esas experiencias son cosas que quedan...”
Una vida nómade: “Lo que más nos sorprendió fue Camboya”
Pero la pandemia había azotado y era tiempo de dejar atrás aquel paraíso que Paola aprendió a querer. Con el paracaidismo en pausa, Sebastián supo que era tiempo de volver a sus actividades de ingeniero.
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Por fortuna, un nuevo empleo surgió. Sebastián, Paola y sus hijos armaron las valijas sin imaginar que, lejos de encontrar quietud, grandes aventuras se avecinaban: “No planeamos mucho, todo fue surgiendo. El trabajo de mi marido nos permitió recorrer varios lugares del mundo. Hicimos Estados Unidos, Jamaica, Camboya, Singapur, Tailandia, Italia, y ahora nos quedamos en España para poder hacer base y recorrer Europa”, revela. “Los chicos para no perder el inglés que aprendieron en Fiyi siguen con un colegio online de Estados Unidos y por supuesto con SEAD de Argentina”.
En sus tiempos nómades, los niños aprendieron de manera virtual por las mañanas y se dedicaron, junto a sus padres, a recorrer el destino del momento por las tardes. Fue durante aquellos viajes que Paola destrabó aún más sus estructuras de antaño, así como algunos prejuicios.
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“Lo que más nos sorprendió fue Camboya. No esperábamos una ciudad con gente tan agradecida y respetuosa. La creía una ciudad pobre, cuando en realidad es una ciudad en pleno crecimiento y llena de vida”, revela. “A los chicos fue lo que más les gustó, creo que por los templos y por los mercados”.
“En mi caso me enamoré de Tailandia, aunque no veo que sea un lugar donde los chicos puedan ir a la universidad, por eso nos fuimos. Pero me gustaría volver cuando ellos sean independientes. Amé Tailandia, la vida que llevan todos los días a toda hora. ¡Y sus aguas de color verde!”
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En busca de la estabilidad: “Ellos ya no se aguantaban más entre sí”
Para el matrimonio, los aprendizajes en el camino valían más que cualquier escuela, pero, tras seis meses cambiantes, Paola y Sebastián comprendieron que sus hijos necesitaban ciertas rutinas, ante todo para poder entablar vínculos de amistad. Si bien en Jamaica habían asistido a clases de natación y en Camboya jugaban al fútbol, no era suficiente: “Ellos ya no se aguantaban más entre sí; mis hijos necesitaban socializar con sus pares”.
Fue entonces que probaron instalarse en Italia, ya que Sebastián y sus hijos contaban con el pasaporte. Recorrieron Roma, Florencia, Verona y Venecia y, finalmente, pagaron una estadía en un Airbnb en Padua, un contrato que rescindieron tres días antes de que finalizara: “No nos gustó la gente. Nos sentimos incómodos. Todo nos pareció viejo y caro”.
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La familia decidió entonces partir hacia España, más precisamente Murcia, el único destino con vivienda disponible en plena temporada. Desde allí recorrieron diversos rincones del país y quedaron encantados con la Playa San Juan, en Alicante: “Los españoles son muy amables. Conseguimos un lugar por la mitad de lo que pedían en Italia y mucho más nuevo”.
“Allí los chicos empezaron el cole y ya tienen muchos amigos. Ya están haciendo actividades y la idea es poder recorrer un poco más Europa”, continúa Paola. “Por ahora necesitamos estabilidad, pero la verdad es que aún no sabemos para dónde vamos a ir; confieso que el frío nos está echando de Europa”.
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Los regresos y aprendizajes: “No pierdo las esperanzas de que algún día las cosas en mi patria mejoren para que mis hijos puedan volver”.
Paola habla cada día con su padre, sin falta, sin importar la hora. En los regresos a la Argentina los reencuentros son indescriptibles, su papá llora, algo que su hija jamás había presenciado antes de su partida: “El costo de irse es alto”, asegura conmovida. “Los sobrinos crecen tan rápido, que uno teme que no te reconozcan, están los hermanos, mamá... Volver a verse con amigos es mágico, pero ya no es lo mismo. La lejanía te distancia de lo diario, del abrazo, entonces, a veces, se siente la soledad”.
Para Paola, una mujer arraigada a sus rutinas, dejar su tierra equivalía a un no rotundo, pero la vida y su costado trágico cambiaron el trazo de su destino. Ya hace más de cuatro años que dejó de trabajar como ingeniera, tras dieciséis años de esfuerzos y reconocimientos laborales. Hoy, alejada de su naturaleza estructurada, tiene tiempo para sus hijos y reconoce que lleva una vida privilegiada.
“Sin embargo, algo siempre falta. El desarraigo es cruel, aunque te vayas a vivir al mismísimo edén. Falta el mate en una reunión, el domingo en familia, el asado el finde con una pareja amiga. No es fácil dejarlo todo, incluso aquello de lo que uno a veces reniega”, reflexiona.
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“Fiyi llegó primero para enriquecerme. Allí aprendí a vivir despacio, a que la ropa no es importante; a que un mejor auto o una casa pasen a un quinto plano. Aprendimos a amar el mar”, continúa pensativa. “Camboya y Tailandia nos impactaron y esta experiencia por el mundo me enseñó que uno no dimensiona lo que tiene hasta que lo extraña. Pero, a pesar de todo, también aprendí a disfrutar un poco más del atardecer, a conectarme con la naturaleza y sentir dónde respiramos mejor. Pienso que soy muy afortunada, sin embargo, no pierdo las esperanzas de que algún día las cosas en mi patria mejoren para que mis hijos puedan volver”.
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Destinos Inesperados es una sección que invita a explorar diversos rincones del planeta para ampliar nuestra mirada sobre las culturas en el mundo. Propone ahondar en los motivos, sentimientos y las emociones de aquellos que deciden elegir un nuevo camino. Si querés compartir tu experiencia viviendo en tierras lejanas podés escribir a destinos.inesperados2019@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
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