Cuando Daiana Cavallero tenía dos meses de vida a sus padres les dijeron que iba a morir. Al mundo llegó el 8 de marzo de 1990 en Maipú, Mendoza, con un cuadro de ictericia - usual en los bebés - pero que en su caso se presentó irrecuperable. Fue al momento de una cirugía exploratoria, que llegó el diagnóstico de atresias de vías biliares y el anuncio de que no había esperanza de vida. Graciela, su madre, jamás olvidará su desconsuelo.
Por aquellos días, desde Buenos Aires, comenzaron a llegar noticias acerca de los primeros trasplantes hepáticos del país y, en su desesperación, Graciela le preguntó al cirujano si, tal vez, por ese camino su hija tenía una posibilidad de salvación: "Con gran desdén, me dijo: `Ubíquese señora, el trasplante no es para pobres", revela.
Pero a lo largo de la vida aparecen ángeles terrenales, que hacen más que oír; ellos escuchan y empatizan, tal como sucedió con el Dr. Chala, que luego de que su colega se pronunciara, hizo lo imposible para trasladarlos a Buenos Aires, al hospital Ricardo Gutiérrez, donde la beba se sometió a otra cirugía que le dio la oportunidad de postularse para un nuevo traslado al Hospital Italiano y encender una luz de esperanza de la mano de un posible trasplante: "Estábamos muy angustiados, y se sumaba nuestra situación económica, que era precaria".
Una larga espera
Después de un año duro, signado por la lucha incasable de Daiana por vivir, finalmente llegaron al Hospital Italiano. Graciela, al frente y sin rendirse, peleó su propia batalla cada día, a fin de conseguir el dinero para la anhelada intervención. Logró recaudarlo mediante colectas en Mendoza y lo complementó con una muy bienvenida ayuda del gobierno provincial, que presionó para que su hija pudiera acceder a una obra social.
La espera fue muy larga. Eran tiempos de donaciones escasas, en especial, teniendo en cuenta que su hijita era apenas un bebé. "Fue muy difícil, durante todo ese período estuvimos alejados de nuestros seres queridos, por lo que se sintió más extenso aún".
Un 27 de abril de 1993, diecinueve meses después de ingresar al Hospital Italiano, llegó el llamado tan esperado a las 2 de la madrugada: "Nos dijeron que había arribado el órgano para Daiana y sentimos una felicidad indescriptible, acompañada de un miedo intenso. Por suerte nuestro amigo, Claudio Rigoli, nos ayudó siempre".
Para entonces, Daiana ya era una pequeña muy conocida en Buenos Aires gracias a los medios de comunicación, que pedían por ella. Ingresó a la intervención colmada de oraciones y energía positiva proveniente de todos los rincones del país. Pasó 16 horas en el quirófano, minutos por demás complejos, pero a los que pudo sobrevivir: "Salió adelante y nuestra felicidad fue inmensa", se emociona Graciela. "Fue inolvidable el día que le dieron el alta y nuestro regreso a Mendoza".
Los años felices
Los años que le siguieron al trasplante fueron hermosos. A pesar de los constantes viajes para realizar los controles, la medicación y los cuidados pertinentes, la vida de Daiana transcurrió normal. La niña creció y asistió a una escuela primaria y, luego, realizó el secundario en un colegio público en donde fue mimada por todos. "Pudo salir a bailar y a pasear con sus amigas, como cualquier adolescente", rememora Graciela.
Fueron 17 años muy felices hasta que, en el verano del 2009, sufrió un deterioro de la vía biliar, sin motivo aparente, y casi pierde la vida una vez más.
Volver a nacer
Fue un volver a empezar. Daiana tenía casi 20 y, hasta esa fecha, siempre se había tratado en la pediatría del hospital. "Por aquella época nos hablaron de un retrasplante, un procedimiento complejo y con elevados índices de complicaciones posteriores", explica la madre. "Fue muy duro porque ya no era un bebé. Todo lo que le había contado que tuvo que afrontar siendo tan pequeña, lo tenía que volver a vivir. Por suerte, tuvimos otro ángel que nos acompañó, la Dra. Alejandra Villamil".
A Daiana, que siempre había tratado de brindar esperanza a todos aquellos que aguardaban un órgano, le tocaba nuevamente estar del lado de la espera. Ingresó a la lista en marzo del 2010 en un estado crítico en extremo, y en mayo del mismo año, un nuevo ángel, pero con alas, donó sus órganos: "No puedo describir nuestras emociones al revivir todo nuevamente, aunque de forma tan diferente. Ella luchando otra vez y nosotros agradecidos al donante, una persona desinteresada que le regalaba la vida a mi hija".
A fines de aquel año revolucionario para el alma, regresaron a Mendoza. Daiana, recuperada, se recibió de chef e hizo un curso de diseño de indumentaria, su pasión desde niña. Al poco tiempo se enamoró y le dio inicio a un capítulo inesperado de su vida.
Daiana y un milagro inesperado
Daiana, en pareja con Germán desde el 2011, siempre había soñado con una familia. Su situación de retrasplantada, sin embargo, traía consigo cuidados extremos. Ante un panorama peligroso decidieron que, en el futuro, adoptarían para evitar los riesgos.
"Pero no era el plan que Dios dispuso para mí", dice la joven con una sonrisa. "En enero del 2018 me enteré que iba a ser madre en un control de rutina con la Dra. Villamil. ¡Estaba de cuatro meses! No puedo explicar mi felicidad. Nunca tuve miedo y siempre tuve mucha fe. La doctora también se puso muy contenta a pesar de los peligros. ¡Empezar los controles con obstetricia de alto riesgo era el único servicio que no conocía del hospital!", ríe.
El embarazo de Daiana fue muy monitoreado y fluyó magnífico. Un 25 de junio del 2018 llegó al mundo Benjamín, lo mejor que le pasó en su vida.
Un gesto de amor inmenso
A pesar de sus duras batallas, Daiana supo ser una chica feliz y hoy, a sus 30 años, se convirtió en una mujer luchadora.
"Estoy convencida de que soy una privilegiada en esta vida. Nací tres veces y de regalo llegó Benjamín", afirma conmovida. "Tenían mucho miedo porque con un retrasplante, no había referencia en Argentina de alguien que fuera mamá. Pero era tan grande mi emoción y mi agradecimiento a toda esta vida de lucha, que sentí que merecía esta felicidad. Tomo mis remedios, me cuido, tengo a quién cuidar y por quién cuidarme; disfruto a mi bebé y tengo una vida plena", continúa
"Cuando escucho a mi madre contar todo lo que pasó en estos años, pienso que no hay condición social, ni dificultad que uno no pueda superar con fe en el prójimo, en la medicina y, en mi caso, también en Dios. A su vez, ser donante es un gesto de amor inmenso a toda la humanidad que nos rodea. La vida es hermosa; siento que tenemos que luchar por ella siempre y dejar nuestro legado de amor al partir", concluye emocionada.
*
Si tenés una historia de resiliencia propia, de un familiar o conocido que quieras compartir, escribinos a GrandesEsperanzas@lanacion.com.ar .
Más notas de Grandes Esperanzas
Más leídas de Lifestyle
De propiedades únicas. Cómo se prepara el té japonés que previene el envejecimiento y desintoxica el cuerpo
"La Rosales". El naufragio olvidado que inspiró una película y terminó con un polémico juicio a los sobrevivientes
"Brilla". El curioso caso de Shamrock, el cachorro Golden que nació verde y cuya historia se viralizó en las redes
Sin dejar su trabajo ni su ciudad. Su rutina la agobiaba, pero halló la manera de reinventarse: “Encontré calidad de vida”