El arquitecto Carlos Galíndez lideró el proyecto de esta vivienda, que se alinea con varias pasiones de la familia.
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Los entrenamientos y partidos de sus hijas hacían que el ida y vuelta entre la ciudad de Buenos Aires y Villa de Mayo (y más allá) resultara una pesada constante. Entonces, como para probar, Hernán y Zapi decidieron alquilar una casa en la zona. La buena experiencia los animó a dar el paso definitivo: comprar un lote para construir su propia base de fin de semana.
La casa se construyó con exterior de chapa (Zinguería RG), enrejado metálico y una cámara de lana de vidrio de 10cm de espesor como aislante, a la que se sumó la capa interior de madera. Las ventanas tienen mosquitero, para dejar todo abierto. “Es como una carpa, pero más copada”, bromea Hernán.
Lienzo verde
En una zona de terrenos amplios, encontraron uno de un tamaño razonable (porque ya había sido subdividido) y, lo más importante: se destacaba de todos los demás por su añosa arboleda. Nunca dudaron que, para trazar el proyecto, convocarían a su amigo Carlos Galíndez, arquitecto y socio del estudio Alric-Galíndez. A él le pidieron una casa de chapa con las medidas justas para la familia, sin exagerar sus dimensiones para no ir contra la practicidad que buscaban ni competir con ese genial entorno verde.
"Yo tenía el berretín de la casa de chapa, y nos gustaba la idea de que saliera de lo esperado para algo de fin de semana, que fuera como un galpón que adentro esconde otra cosa. Cuando Carlos nos acercó la propuesta, un poco nos asustamos, pero enseguida todo cobró sentido."
Hernán, dueño de casa
Como detalle muy particular, también querían que de algún modo incluyera referencias al mítico “escarabajo” de Volkswagen, auto que apasiona a Hernán. Juntos, además, buscaron la manera de que fuera eficiente en términos de sustentabilidad y de gestión de recursos. Así tomó forma esta casa que los acerca a la agenda deportiva de la familia, pero que también cambió profundamente la vida más allá de sábados y domingos.
Enlaces
Además de espacio de encuentro junto a la parrilla y el bar, la galería funciona como articulador: se llega allí desde el módulo que contiene el lavadero y el garage o atravesando el jardín, y sirve de hall de entrada a la casa. El paisajismo estuvo a cargo de Clara de Elizalde que, entre otras cosas, propuso la reubicación de varios árboles frutales existentes.
“La casa es una secuencia de pasos lineales, desde el ambiente más social hasta el más privado, que se va articulando gracias a diferentes alturas y bóvedas que facilitan el ingreso de luz y la circulación de aire”.
“Como contraste con la chapa blanca, revestimos el cielo raso con pino brasileño, que hace muy cálido el interior. Transmite una sensación protectora, de cobijo”, comparte Hernán.
Todo en uno
Para la cocina integrada al living eligieron equipamiento blanco, muy discreto. El único acento lo pone la mesa con tapa de madera, que hicieron a partir de un ciprés seco que encontraron en el terreno.
Frescura natural
Con diferencias de altura entre módulos, cubiertas, techos abovedados y ventanas en la parte superior, diseñaron un sistema de ventilación cruzada para reducir el uso del aire acondicionado, algo que, tras habitar la casa, afirman que realmente funcionó.
Ámbito privado
En uno de los extremos se ubican los cuartos; la habitación principal disfruta de una doble vista hacia el jardín. “Cuando puedo, hago home office desde acá: es realmente distinto trabajar en este entorno”, nos cuenta el dueño de casa.
Orientación y espacialidad
“En general, es común que la casa esté paralela al frente, pero la pusimos transversal, lo que generó una situación de acceso diferente. Esa particular implantación tuvo que ver con cómo aprovechar al máximo la orientación dada y la vegetación existente”, revela el arquitecto Carlos Galíndez.
Al ser una casa de fin de semana, quisieron que fuera fácil de abrir y cerrar. “Para ello creamos un sistema de paneles corredizos que pueden funcionar como parasoles o cubrir por completo la fachada”, dice el arquitecto.
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