El gran imán atrapa-viajeros de la provincia cuyana sofistica y expande su renovada oferta de hedonismos. Pasado y presente de un destino dinamizado por la irresistible ascensión de una vitivinicultura transformadora.
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Una escapada al oeste precordillerano depara un encuentro con el previsible entorno de los viñedos, en muchos casos frente al telón de fondo de los Andes. El paisaje descubre una sucesión de álamos y de aguaribays junto a las acequias, las nuevas arquitecturas en pleno campo (indicio inequívoco de hospedaje de nuevo cuño de algunas bodegas), la propiedad de un artista plástico, huertas privadas, y una trama de caminos que se antojan ignotos, con dos o tres referencias catastrales que tienden a desconcertar y sólo fáciles de captar al vuelo por los propios mendocinos. Un ejemplo: Agrelo es a la vez localidad y distrito y está en el departamento de Luján de Cuyo, que además es ciudad cabecera.

A la capital del vino argentino se llega con ánimo explorador para celebrar degustaciones y ritos gourmet; para andar en bici o a paso relajado entre viñas; para hacer fiaca en una reposera después de haber entregado el cuerpo a un masaje reparador; para amasar siestas gloriosas bajo un parral, y así, a lo que el ánimo inspire. Hoy Mendoza es tendencia: despedidas de soltero, cumpleaños y otros eventos sociales tienen un lugar ganado en este escenario.

Hasta hace unas cuatro décadas, en la capital mendocina no había vinotecas, ni wine bars, ni restós à la page; ni reductos donde ir a escuchar tonadas mendocinas. Las bodegas, salvo de manera excepcional, no recibían visitas y, mucho menos, en plena etapa de cosecha y vinificación. Para eso estaba –y sigue estando– la Fiesta de la Vendimia. Doy fe: así seguía siendo en 1986 la dinámica social, y recién en los albores del segundo milenio los templos sagrados de la vinificación y estiba empezaron a entender las ventajas de la hospitalidad. Abrir las puertas era abrir los brazos a un público ávido por recorrer los espacios umbríos de las cavas, hasta llegar a un presente donde cada bienvenida está al servicio de la vitivinicultura.

Haber vivido de espaldas al vino se explica por una realidad muy particular: este elemento compuesto por un 80% de agua vegetal y 14% aprox de alcohol fue, históricamente, un producto de traslado. Es decir que se elaboraba in situ, pero se fraccionaba en los centros de consumo. Es decir que, antes que un factor cultural el vino era un recurso económico al que se lo daba por sentado. En La Reina del Plata, los edificios que jalonan la avenida Juan B. Justo –hoy transformados en otra cosa–, fueron depósitos de los vinos a granel que hasta allí llegaban en tren: nada menos que el 90% de la producción de San Juan y Mendoza.

Haber vivido de espaldas al factor de mayor producción de la provincia, también explica por qué en la fachada del viejo aeropuerto mendocino hubo un tremendo cartel de bienvenida de Pepsi. Ese dislate fue objeto de protestas por parte de periodistas y cronistas especializados cada vez que aterrizaban en suelo mendocino. La reivindicación, por fin, un día llegó. Junto al edificio actual se luce un mini viñedo que valida el título conquistado de ser la capital del vino argentino.

Pasen y vean
Primero lo primero. Antes que nadie, están las herederas bisnietas del español Rito Baquero, Grisi y Marcela, dos personajes fuera de serie que abrieron al turismo su histórica propiedad de Coquimbito hacia el año 2000. La casa, también de época, a pasos de la bodega que hizo construir don Rito, “la primera que tuvo Mendoza” –decían ellas–, ahora sólo está en Airbnb. Otra de los albores del turismo, publicada en LUGARES 60, fue Finca Adalgisa.

Trapiche (Bodegas Peñaflor SA) es de las pioneras en el arte de recibir. Bajo la custodia de una azafata, el recorrido por una parte muy acotada del recinto, deparaba la sorpresa de conocer el emblema de la casa: un totémico tonel fuera de uso con capacidad para albergar un millón de litros de vino. El tour respondía a un tiempo prefijado y se daba por cumplido en el “jardín” de vides dispuestas en hilera, con su correspondiente identificación.

Le siguió Chandon, a finales de los 90, con un plus que fue novedad total: al “adiós, muchas gracias”, le sucedía una parada en la boutique de vinos y sus tentadores accesorios. Con el nuevo milenio recién estrenado, el número de bodegas hospitalarias fue en aumento; las nuevas apuntaron directo al objetivo turismo y los espacios se volvieron escénicos, se sofisticaron. Salentein lo hizo con una galería de arte donde se dignificaba la obra de plásticos locales, y además sumó un restaurante. Y tiempo después, le siguió la posada. Zuccardi, en la lista de los pioneros, inauguró con éxito sostenido su espacio gourmet en una de sus fincas; hoy es casi rareza de museo la bodega que no tenga, al menos, un espacio público dedicado a la buena cocina.

Mientras tanto, en el corazón de Mendoza ciudad, la figura de Francis Mallmann había llegado para sacar de la modorra a una restauración anacrónica, con su restaurante 1884 que inauguró en 1996 dentro de la bodega Escorihuela Gascón. Lo mismo pasó con los hoteles: el histórico Plaza cayó bajo la piqueta y en su lugar creció un Hyatt, que marcó nuevos estándares en el sector.
De vuelta al escenario de las bodegas, hay que anotar Luigi Bosca y la finca El Paraíso con su château de principios del siglo XX, donde la experiencia gourmet propone una feliz alianza con los vinos de esta bodega centenaria de Luján de Cuyo.

La oferta turística fue a más y así fue cómo despuntaron los wine lodges. La aparición de Cavas Wine Lodge, con spa y un carácter de exclusividad propio de la cadena Relais & Châteaux, hizo diana de manera certera. Lo abrieron Cecilia Díaz Chuit y Martín Rigal hace casi 20 años, y acaban de venderlo a la cadena Awasi. Sin renunciar al confort, al diseño ni a la calidad de la propuesta, se fueron sumando Casa Tapiz, el reinaugurado Antucura Wine Hotel, en Vista Flores, Tunuyán, con su impactante biblioteca (+ de ocho mil libros); Entre Cielos Wine & Wellness (Luján de Cuyo); un trío de Tupungato: Lodges Atamisque, Andeluna Winery Lodge, Domaine Bousquet –pionera de la enología orgánica–; Rosell Boher (Ugarteche); Casa Agostino, resort de Maipú, y la lista no se cierra. Susana Balbo, que se jacta de ser la primera mujer enóloga de la Argentina, no sólo hizo de su bodega Susana Balbo en Luján de Cuyo un templo de la calidad enológica: también apostó al confort irrestricto e hizo construir SB Winemaker’s House & Spa Suites, lujoso reducto que es hedonismo puro en Chacras de Coria.
En 2024 aterrizó en la Argentina la guía Michelin con sus estelares condecoraciones. Los restaurantes con una estrella de Mendoza son Casa Vigil, Brindillas, Azafrán, Zonda, Riccittelli Bistró y Angélica Cocina Maestra.

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