Preocupa una serie de suicidios de policías
Se argumenta que sufren "fuertes presiones"
MENDOZA.- Doce días atrás, cuando el auxiliar Walter García mató de un tiro en la cabeza a Franco Díaz, de 19 años, para terminar con una ruidosa fiesta nocturna en Godoy Cruz, las redes sociales se llenaron de acusaciones contra la policía de esta provincia.
"No creo en la Justicia ni en la policía", dijo después el padre de la víctima, a pesar de que el agente García quedó imputado por homicidio agravado y podría recibir una condena de cadena perpetua.
"Es un hecho aislado", afirmó el gobernador, Francisco Pérez, tras defender la represión policial. Todos los agentes del operativo utilizaron balas de goma. Menos García.
A la policía de Mendoza le cuesta salir de la tapa de los diarios. El año pasado se suicidaron ocho agentes uniformados: más que en ninguna otra provincia, y una tasa cuatro veces mayor que la policía de Nueva York.
Este año había comenzado mejor, pero el absurdo homicidio del joven Franco vuelve a poner de relieve la tensión interna de una fuerza que a duras penas contiene la escalada sostenida de inseguridad.
El barrio Villa Sardi, donde fue baleado Díaz, pidió "sumar personal policial y unidades móviles".
Los mandos son conscientes de que hay una "crisis" en la fuerza. "Los agentes soportan una tensión enorme y permanente", admite a este diario un alto responsable de la policía mendocina.
Hay un factor en el que están de acuerdo todos los actores consultados: la demanda política de "más policías" y la instalación de la seguridad como tema central de las campañas electorales posteriores al descalabro social de 2001 ha relajado los controles de entrada: hoy un joven puede convertirse en policía en 15 meses, cuando antes eran necesarios años de academia e internado. "La selección es inadecuada", explica a este diario una fuente médica que prefiere mantener el anonimato.
En Mendoza trabajan hoy 9000 policías. En los ocho últimos años, el porcentaje de nuevos agentes con poca o muy poca formación se ha multiplicado respecto a las décadas anteriores. "Nosotros vemos casos gravísimos", confirman especialistas consultados, que recuerdan que "una persona sin autoestima, o muy angustiada, puede terminar con su vida porque se le ha quemado la comida y siente que no sirve".
Según los mandos consultados, recibir órdenes el contacto permanente con la muerte y la violencia y la inestabilidad familiar son las principales causas de estrés policial.
El panorama se complica porque los policías suelen ser muy reacios a reconocer problemas psicológicos y solicitar ayuda. Primero, porque temen que sus carreras serán destruidas; segundo (y más importante), porque una eventual retirada del arma reglamentaria, además de su valor simbólico, le acarrea una pérdida salarial notable.
Según Martín Appiolaza, asesor gubernamental en seguridad, "la reiteración de muertes con armas, ya sean homicidios o suicidios, debe llevar a revisar si la escasa formación de un auxiliar es suficiente y adecuada para darle tantas responsabilidades, si quienes ordenan los operativos conocen cómo gestionar conflictos sin apelar sólo a la violencia o si la presión laboral es más fuerte que vocaciones muchas veces frágiles".
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