La población argentina en España aumentó casi un 50% entre 2021 y 2025
El análisis de LN Data sobre cifras del Instituto Nacional de Estadística español confirma una presencia argentina extendida y en aumento
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“Emigrar era algo muy impensado en mi vida”, dice Mónica Paredes a LA NACION. “Yo vengo de una familia de clase media trabajadora, nunca salimos del país ni tuvimos lujos, entonces pensar en irme a vivir a otro país era muy difícil”.
En los últimos años, esa decisión —que durante décadas pareció lejana para muchos argentinos— se volvió cada vez más frecuente. En apenas cuatro años, la cantidad de argentinos que residen en España creció casi un 50%, según datos oficiales del Instituto Nacional de Estadística (INE), procesados por LN Data.
La población nacida en la Argentina pasó de 302.594 personas en 2021 a 450.883 al 1° de enero de 2025, un crecimiento sostenido que convirtió a la comunidad argentina en una de las más numerosas entre las poblaciones extranjeras del país.
Ese aumento no ocurrió en un contexto aislado. España tiene hoy 49.128.297 habitantes. De ese total, 42.216.326 personas tienen nacionalidad española (86%), mientras que 6.911.971 tienen nacionalidad extranjera (14%), con un incremento interanual del 6,8% de la población extranjera. Si se observa el lugar de nacimiento, 39.664.087 personas (80,7%) nacieron en España y 9.464.210 (19,3%) lo hicieron en el extranjero.
Dentro de ese universo, los argentinos conforman una de las comunidades más numerosas. Con 450.883 personas, ocupan el sexto lugar entre las poblaciones nacidas fuera de España, detrás de Marruecos, Colombia, Venezuela, Rumania y Ecuador. Del total de argentinos residentes, 194.697 personas (43,2%) tienen nacionalidad española, mientras que 256.186 (56,8%) conservan nacionalidad extranjera.
Dónde viven
La distribución territorial muestra una fuerte concentración. Cataluña es la comunidad autónoma con mayor presencia argentina: 116.720 personas, lo que representa el 25,9% del total. Le siguen la Comunitat Valenciana (71.083), Andalucía (66.586) y la Comunidad de Madrid (65.320). En conjunto, estas cuatro comunidades concentran el 70,9% de los argentinos que viven en España.
Si se observa el mapa provincial, Barcelona aparece como el principal polo (92.897 argentinos), seguida por Madrid (65.320), Málaga (41.090), Islas Baleares (38.485), Valencia (36.379) y Alicante (30.028). También hay presencia significativa en Tarragona (11.731), Las Palmas (11.164), Santa Cruz de Tenerife (10.368), Girona (9.564), A Coruña (8.768) y Pontevedra (7.779). De todos modos, los argentinos están presentes, en mayor o menor medida, en las 52 provincias españolas, además de Ceuta y Melilla.
Edades y generaciones
Lejos de una migración homogénea, la comunidad argentina en España combina generaciones. Dos de cada cinco argentinos residentes tienen entre 20 y 39 años: 173.948 personas, el 39% del total. El segundo grupo en tamaño es el de 40 a 59 años, con 158.674 personas (35%). Hay además más de 42.000 menores de 19 años (10%), 66.721 personas de entre 60 y 79 años y 8.900 mayores de 80.
Si se analizan las edades por décadas, predominan los grupos de 30 a 39 años (23%), 40 a 49 años (21%), 20 a 29 años (16%) y 50 a 59 años (14%). El fenómeno migratorio incluye así jóvenes en plena edad laboral, familias con hijos y adultos mayores que deciden mudarse en otra etapa de la vida.
De un pueblo de Misiones a Barcelona
Mónica Paredes tiene 29 años, nació y creció en Puerto Esperanza, un pueblo pequeño del norte de Misiones, y vive en Barcelona desde 2023. A los 17 años se mudó a Buenos Aires, donde estudió la licenciatura en comunicación social en la Universidad Nacional de La Plata y vivió durante siete años. Luego regresó a Misiones, tuvo un breve paso por Estados Unidos en un intercambio y, finalmente, decidió emigrar a España.
“Yo siempre tuve la idea de viajar, de poder conocer otros lugares, pero emigrar era algo latente y muy difícil de pensar por mis posibilidades”, cuenta a LA NACION. La muerte de su madre marcó un punto de quiebre. “Ese hecho hizo que empiece a pensar en otros lugares para vivir, también como una manera de desconectar y de poder sanar el duelo”.

La adaptación, dice, no fue sencilla. “No quiero romantizar emigrar porque es muy difícil, principalmente en lo emocional. Lo que uno extraña son los vínculos”. En términos culturales, el impacto fue menor. “La cultura española es muy similar a la argentina y el idioma ayuda mucho”.
En lo laboral, su recorrido fue progresivo. “Mi primera experiencia fue en un supermercado. Fue un trabajo muy demandante y no era lo que yo quería”. Luego dio clases de español como lengua extranjera —formación que ya tenía— y más tarde consiguió su empleo actual como creadora de contenido en un e-commerce español. “Este trabajo fue como una recompensa a todo el recorrido previo”.
Hoy viaja, estudia idiomas y volvió dos veces a la Argentina desde que vive en España. “Mi calidad de vida mejoró muchísimo”, dice. “No sé si España será mi destino final, pero hoy estoy muy cómoda acá”.
“Nunca es una decisión definitiva”
Fabián Amatti tiene 70 años, está jubilado y vive en Asturias desde agosto de 2023. Ya había residido en España entre 2006 y 2008 por trabajo. Luego regresó a la Argentina, donde cuidó durante años a su madre. Tras su fallecimiento, decidió volver.
“Después de siete años sin venir, regresé a visitar a mis amigos. Luego mi madre falleció y no tenía otra responsabilidad familiar, así que podía decidir lo que quisiera”, relata a LA NACION. Eligió Asturias porque el paisaje le recordó a su juventud. “Me hace recordar en parte a la Patagonia, donde viví siendo joven. Solo que acá llueve más y está el mar”.

La despedida fue intensa. “La partida fue muy emocionante porque tenía emociones encontradas: por un lado el deseo de venir y por el otro dejar a amigos que conozco desde hace más de 20 años”. Al llegar, compartió vivienda durante algunos meses. “Hacía mucho que no compartía casa y al principio me costó”. Hoy vive solo y construye vínculos de a poco. “Recién ahora, después de dos años, tengo amigos en esta ciudad”.
“Yo lo que siento es hacer lo que tenga ganas en mi vida mientras pueda. Hoy mi decisión es haberme venido a vivir acá, pero nunca es una decisión definitiva”, resume.
Migrar en pareja
Catalina llegó a España junto a su marido, Darío, y su perrita el 28 de junio de este año. Vivieron primero en las afueras de Valencia y luego se mudaron a El Puig de Santa María, un pueblo de unos 10.000 habitantes. “Planificamos el viaje con mucho tiempo de anticipación. Compramos el pasaje un año antes de venirnos”, cuenta a LA NACION.
La decisión no estuvo impulsada por una crisis. “En la Argentina estábamos bien, los dos éramos profesionales y económicamente estábamos mejor que nunca”. Buscaban otra cosa. “Buscábamos calidad de vida y la posibilidad de viajar”. La mayor dificultad fue la burocracia. “Extranjería estaba desbordado y los trámites tardaban muchísimo”.
El balance, por ahora, es positivo. “Al mes y medio ya estábamos los dos trabajando. Tenemos una buena vida y no nos falta nada”. No lo piensan como un punto final. “Nuestra idea no es decir que este es el lugar definitivo, sino vivir la experiencia y ver qué pasa más adelante”.
El máster, la despedida y empezar de cero en Madrid
La decisión de Florencia Da Silva fue rápida. “Fue bastante repentina, la tomé en un lapso muy corto de tiempo”, cuenta a LA NACION. Hacía tiempo que tenía la idea de estudiar un máster y el contexto personal terminó de empujarla. “Mi novio estaba viviendo en Europa, en Francia, y vimos la posibilidad de irnos juntos a España”.
Empezó a buscar opciones vinculadas a su formación en periodismo hasta que encontró un programa que la convenció. “Encontré un máster que me llamó mucho la atención, sobre todo porque tenía prácticas en un diario muy importante, que es El Mundo”. En lo económico, explica, contó con el apoyo de su familia. “Pesó mucho lo personal y lo profesional”.

Llegó a España en septiembre de este año. Antes vivía en la ciudad de Buenos Aires, en Parque Patricios; hoy está instalada en Madrid, en el barrio de Hortaleza. El primer obstáculo fue el alquiler. “Fue medio caótico encontrar departamento porque acá hay una crisis de vivienda muy grande, hay pocos alquileres y son muy caros”. Finalmente, consiguió un lugar “en un barrio muy tranquilo, cerca de donde está el diario”.
El proceso de partida fue largo y emocionalmente intenso. Florencia pidió una licencia en su trabajo, dejó su departamento y pasó por varias casas antes de viajar. “Me fui casi un mes antes y primero viví con una amiga y después con mi mamá, que vive en Monte Grande”. Las últimas semanas las dedicó a despedirse. “Fue un momento muy tremendo, muy emotivo”, recuerda.
“Es como un velorio en vida: todos te están duelando porque te vas, con la diferencia de que no te morís y todos te muestran cuánto te quieren”, dice. Sus amigas la acompañaron incluso en la mudanza. “Cada una venía a ayudarme a embalar o descartar cosas y se iba llevando algo. Mis cosas quedaron desparramadas entre mis amigas y mi familia, como un souvenir para que no se olviden de mí”.
A la intensidad emocional se sumó un problema inesperado: la salud de su gata. “Me enteré de que tenía VIF y FeLV, algo así como la leucemia y el sida de los gatos”, explica. Como no podía dejarla con su madre, tuvo que iniciar los trámites para llevarla consigo. “Vacunas, microchip, SENASA, consulado… fue muy estresante”. Todo ocurrió al mismo tiempo. “Meter tu vida en una valija ya es agotador; hacerlo a nivel internacional, con varias mudanzas encima, fue muchísimo”.
En la Argentina, su vida era estable. “La verdad es que estaba muy bien, en una posición privilegiada: vivía sola, tenía trabajo, a mis amigas, a mi familia”. Aunque llegar a fin de mes no siempre era fácil, tenía respaldo. “Mis papás me ayudaban cuando no llegaba”. También reconoce que amaba la ciudad en la que vivía.
Hoy, su realidad es distinta. “Madrid me encanta, es una ciudad hermosa”, dice. Por ahora, se dedica exclusivamente a estudiar. “Son seis horas de cursada y después escribir notas todo el tiempo, es prácticamente una jornada laboral”. En los próximos meses comenzará las prácticas del máster. “Nos pagan poco, pero nos pagan”.
En términos de calidad de vida, marca algunas diferencias. “A la noche caminás más tranquilo por el tema de los robos; en Madrid no es tan normal”. Aun así, aclara: “Para mí Buenos Aires no tiene nada que envidiarle a ciudades como Madrid”.
Lo más difícil siguen siendo los vínculos. “Extraño un montón”, admite. En el máster convive con estudiantes de distintos países de América Latina, lo que facilita algunas conexiones. “Hay un argentino y con él compartimos códigos que otros no tienen”. Aun así, la diferencia cultural aparece. “Hablamos español, pero no siempre estamos hablando el mismo idioma”, dice, en referencia a modismos, metáforas y referencias culturales. “Para escribir fue un recontra desafío”.
Formar nuevas amistades también lleva tiempo. “Hacer amigos más grandes es más complicado que cuando sos adolescente”. Mientras tanto, sostiene el vínculo con quienes quedaron en la Argentina. “Hablo todo el tiempo por WhatsApp, hacemos videollamadas, nos mandamos mails”.
“Es medio mixto: vas armando vínculos nuevos, pero no es lo mismo que tus amigas de toda la vida”, resume. Y agrega: “De a poco se va formando algo nuevo, pero uno siempre extraña los códigos de su país”.
Entre la búsqueda personal y la idea de volver
La decisión de irse no estuvo marcada por una urgencia económica. “Yo estaba bastante solo, sin pareja, y no sentía que tenía nada que hacer en la Argentina”, cuenta Boli Lamoglia a LA NACION. “No fue ni tema económico ni nada, sino más que nada inquietud por explorar un poquito afuera”.
La idea empezó a tomar forma en 2019 y se concretó a comienzos de 2020. “Junté mis papeles y me fui para Italia con la idea de conocer otros países, explorar un poco más y estar un poco más cómodo”. Salió de la Argentina el 28 de febrero de 2020 y llegó a Italia al día siguiente, con un objetivo claro: hacer la ciudadanía. Pero el contexto cambió de golpe. “A la semana nos encerraron por el COVID”, recuerda. “Todo se retrasó y los primeros meses fueron de mucha incertidumbre: me comí los ahorros, no podía trabajar, no podía aprender el idioma, no podía hacer nada”.

Estuvo en Torino, en el norte de Italia, donde la partida empezó a pesar. “Uno deja muchos seres queridos, familia, amigos, deja todo en busca de algo distinto, no sé si mejor o peor, pero distinto”. Con el tiempo, la situación se fue acomodando y su recorrido continuó por distintos puntos de Europa. Tras un año en Italia, pasó 15 meses en Mallorca, luego dos años en Gran Canaria, volvió a salir y se instaló en Madrid a comienzos de 2024, con la intención de retomar el periodismo.
Ese intento no prosperó. A partir de ese momento, decidió cerrar definitivamente esa etapa. “Ahí se me cerró la puerta del periodismo”. Desde entonces, trabaja en gastronomía. Tras un paso por Barcelona, regresó a Gran Canaria, donde vive desde hace tres meses. “Es un lugar totalmente paradisíaco”, describe. Su rutina es particular: “Vivo y trabajo en un camping, apartado de la civilización, a cuarenta minutos del pueblo más cercano, que tiene unos ocho mil habitantes”. El ritmo, dice, es relajado. “Bastante lindo, bastante tranqui, no me puedo quejar”.
Los vínculos, sin embargo, siguen siendo un eje central. “Lo más difícil siempre es encontrar tu círculo de gente”, afirma. En Italia, ese proceso fue más sencillo. “Conseguí un grupo muy copado, todos haciendo la ciudadanía. Hoy estamos distribuidos por el mundo, pero seguimos siendo amigos”. En otras ciudades de España no ocurrió lo mismo. “No lo tuve en Madrid ni en Mallorca”. En cambio, en Canarias encontró algo distinto. “Con la gente con la que trabajo somos como una familia”.
“Canarias es muy latina, la gente es más cálida, más como nosotros”, explica. Ese clima ayudó a sentirse más contenido, aunque las pérdidas personales marcaron su experiencia reciente. “En los últimos dos años perdí a mi viejo y a mi vieja estando acá, y eso fue muy difícil”. A partir de eso, empezó a replantearse prioridades. “Ahí uno empieza a valorar otras cosas de la vida”.
En lo económico, su situación es estable, pero sin grandes diferencias. “Vivís bien, capaz te podés dar unas vacaciones, pero no hay una diferencia económica que justifique el desarraigo de no estar con mis hermanos, mis primos, mis amigos”. Por eso, la idea de volver nunca se fue. “La idea de volver siempre está presente y nunca se descarta”, dice. “Si tenés un vínculo muy grande con tu gente en un lugar y en el otro lado no lo estás teniendo, es difícil sostenerlo”.
“Nunca me importó el dinero por sobre las relaciones”, resume. “Quiero vivir tranquilo, no andar llorando a fin de mes, pero prefiero estar con mi gente”. Hoy está en Canarias y se siente bien, pero el futuro sigue abierto. “No sé qué va a pasar, pero la idea de volver siempre, siempre está”.
Un cambio demográfico que se refleja en todo el territorio
Más allá de las motivaciones individuales, el crecimiento de la población argentina en España se expresa hoy en una presencia extendida y sostenida en todo el territorio. Los registros oficiales muestran que ya no se trata de un asentamiento concentrado en unos pocos puntos, sino de una comunidad distribuida en las 17 comunidades autónomas, las 52 provincias y las dos ciudades autónomas, con peso tanto en grandes áreas urbanas como en ciudades medianas y pequeñas.
Esa expansión territorial, combinada con un aumento continuo en los últimos años, marca un cambio respecto de etapas previas del vínculo migratorio entre ambos países. Los datos del INE permiten dimensionar el fenómeno; las historias personales ayudan a comprender cómo se construye. Juntas, cifras y trayectorias delinean un proceso migratorio que se consolida y redefine el mapa demográfico entre la Argentina y España.
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