Murió el pintor de la cultura de masas
Arte pop: a los 73 años falleció el norteamericano Roy Lichtenstein, cuyas obras satirizaron el consumismo actual.

Como consecuencia de una complicación pulmonar, falleció en Nueva York el artista Roy Lichtenstein, el último gran representante del pop norteamericano.
Fue el primer artista en colgar sus obras en el Museo de Arte Moderno neoyorquino y en convertir la pintura de caballete en una técnica de cuño industrial que globalizó la cultura norteamericana.
Como Andy Warhol, Lichtenstein cauterizó con su trazo las imágenes de la sociedad de consumo hasta convertirlas en un icono de nuestro tiempo. Su pintura instaló definitivamente al arte norteamericano de los sesenta en la escena mundial y logró récords de precio en 1989, cuando "Torpedo" y "El beso", dos típicas pinturas con su firma, se vendieron arriba de los cinco millones de dólares.
Una complicación pulmonar terminó con la vida del artista que tres años atrás había deslumbrado al público con la retrospectiva de su obra en el Museo Guggenheim, una celebración que acompañó sus setenta años de vida. Se había casado dos veces y tenía dos casas, una en el Village y otra en Long Island, donde pasaba la mayor parte de su tiempo.
No era un hombre rico, pero sí uno de los artistas vivos más cotizados desde la muerte de Jasper Johns, figura emblemática de la action painting, corriente a la que Lichtenstein satirizó desde el pensamiento, con su obra fría, estructurada, que buscó inspiración en los cómics, en la publicidad y en la memoria icónica de la sociedad de consumo.
Su ingreso en el círculo de consagrados se produjo en 1962, cuando el famosísimo marchand y galerista Leo Castelli colgó una serie de cuadros entre los que se incluía una pintura con Mickey como protagonista.
Sátira calculadora
El estilo filoso y preciso de Lichtenstein, al igual que su técnica de puntitos y la incorporación de leyendas en sus obras, lo convirtieron en un artista inmensamente popular en los Estados Unidos.
Ayer, en la Casa Blanca, el presidente Clinton lamentó la desaparición del hombre que tuvo epígonos en todo el planeta, pese a haber ceñido su discurso a un estética absolutamente norteamericana. A pesar suyo, porque en el fondo su pintura es una sátira calculadora de lo que representa, sus cuadros han sido todos estos años la mejor propaganda de la cultura consumista.
De chico lo pasó mal y su gran compañía era una historieta llamada Flash Gordon. Allí, en esa realidad dibujada, se encuentra la fuente de muchas de sus mejores y más logradas obras. Representante del artista industrial por excelencia, Lichtenstein dejó siempre fuera de la tela los sentimientos: "Estilísticamente, mi trabajo carece de contenido emocional. Eso es lo que quiero". Lichtenstein dixit.