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Despojada de prejuicios, la ciencia avanza hacia el mayor conocimiento de las sustancias psicodélicas y un consecuente uso en terapéuticas contra la depresión, el estrés postraumático y conductas adictivas, entre otros desórdenes. Esa es al menos la tendencia que observan investigadores en el rubro, muchos de los cuales están estos días en Buenos Aires para la reunión llamada LaPsyConf, que comenzó ayer y terminará el viernes, planteada como una “conferencia regional sobre salud mental, longevidad y bienestar que articula ciencia, tecnología, regulación y plantas medicinales”.
El uso controlado de alucinógenos puede ayudar a la “liberación de facultades imaginativas y creativas del humano” en post del bienestar de las personas, dijo Christopher Timmermann, investigador del University College de Londres que expone en Buenos Aires, en diálogo con LA NACION.

Nacido en Chile, Timmermann cree que hay un camino de normalización de este uso terapéutico de sustancias habitualmente ligadas a rituales de pueblos originarios, como la ayahuasca. Pero agrega que aún hace falta investigación científica y definir cómo se pueden usar. “No son terapias clásicas con fármacos donde te vas a tu casa y tomás allá el fármaco y esperás que baje el síntoma: se consume con el terapeuta presente en sesión y él genera las condiciones adecuadas para que sea beneficioso”, dijo.
—¿Cómo se hace la investigación con sustancias psicodélicas? ¿Se las administra a un paciente con electrodos y se mide qué pasa en el cerebro?
—Tenemos una serie de contextos en los cuales realizamos la investigación. Uno es el de laboratorio, con la sustancia y electrodos o escáner de resonancia magnética funcional, donde vemos los efectos. Pero también completamos con investigaciones psicológicas: cómo pueden cambiar las creencias de las personas después de una experiencia con sustancias psicodélicas, cuáles son los aspectos éticos relacionados, beneficios y desafíos.
—¿Y el otro?
—El otro campo es entender cómo es que la gente tiene estas experiencias en contextos naturales. La gente que consume sustancias psicodélicas no lo hace en contexto de laboratorio o muy protegidos. Hay algo interesante que ocurre con las sustancias y es que sus efectos están mediados por el contexto en que ocurren: una experiencia en mitad de la ciudad no es lo mismo que una experiencia en el bosque, con una intención y una aproximación distinta. Entonces entender esa interacción entre droga y contexto es lo que hacemos por medio de estudios naturalísticos: vamos a lugares donde se consume.
—¿Cuáles son esas diferencias entre tomar la sustancia en la ciudad y en un contexto ceremonial?
—Lo que vemos en general es que en las experiencias en contexto de investigación la gente está orientada a la exploración interna, donde se busca sanar o bienestar. En contextos ceremoniales vemos que los efectos tienen que ver con la colectividad, donde la gente pierde los límites del ego o del yo, y experimentan mayor conexión con otros participantes. Es el efecto de “communitas”, estudiado por antropólogos, donde se pierde el yo y el estatus social baja, y empieza a haber situación de humanidad compartida.
—¿Qué es lo más sorprendente que viste, además de esta disolución del yo?
—Con dosis altas de DMT (el compuesto de la ayahuasca) con escáner de resonancia magnética funcional vimos un cerebro que se híper conecta, áreas que no suelen hablar entre sí, lo hacían. Particularmente lo más impactante que es esta híper conectividad emerge en estos centros cerebrales más asociados a nuestro desarrollo evolutivo como seres humanos, áreas del cerebro que tienen que ver con cómo empleamos la imaginación o los recuerdos de forma creativa. Pensando en efectos terapéuticos, la sanación tiene que ver con la liberación de facultades imaginativas y creativas del humano que lleva a mejoras en depresión, ansiedad y conductas aditivas.
—¿Hasta qué punto esto está probado? ¿Se usarán pronto?
—Los psicodélicos aún no son legales en gran parte del mundo. Existe algún viso de legalidad en lugares de Estados Unidos, como Oregon y Denver, donde se aprobó una ley. Australia también, para tratamiento contra la depresión y el estrés postraumático. Hay un uso compasivo en Canadá y Suiza. Estamos en un proceso donde las compañías farmacéuticas y las universidades están en fase tres de estudios clínicos para presentar ante mecanismos regulatorios, sobre todo en EE.UU. Estamos en proceso de recolección de datos para confirmar efectos y ver el perfil de riesgo para ver cómo aplicarlas a una población de gente que lo necesita.
—¿En qué tipo de población se usaría?
—La población más extensa sería la gente con depresión. Se han visto resultados muy prometedores, gente con trastornos resistentes: los resultados hablan de efectos rápidos y duraderos. Estamos hablando de una o dos administraciones, lo que es distinto de la farmacoterapia convencional. Esa es la gran aplicación. También se avanza con otra sustancia para el estrés postraumático y se está avanzando su habilitación. Otra área es la adicción: se usa para la reducción del consumo de sustancias problemáticas. Esas son las tres grandes áreas mejor estudiadas. Después, hay casos incipientes como por ejemplo para el tratamiento del dolor crónico, para trastornos alimenticios, entre otros. Que actúe en tantos campos distintos tiene que ver con la liberación de esquemas rígidos de la mente asociados a la percepción de uno mismo y los otros.
—¿Cuáles son los riesgos asociados? Entiendo que los investigadores de esta área buscarán más que nada confirmar las hipótesis de que esto funciona.
—Se han realizado numerosos estudios y replicado. El perfil fisiológico es muy bueno; en términos de toxicidad, es casi inexistente, así que necesita dosis exorbitantes para generar daños. La mayoría de los riesgos son de índole psicológico, sobre todo ansiedad. Lo que coloquialmente se llama “el mal viaje”, o las experiencias desafiantes. Muchas veces son parte del aprendizaje por el que pasa el paciente, que se enfrente al problema, trauma, dificultad y al enfrentarlo en contexto terapéutico pueda atravesar ese problema para su beneficio y cambio de la conducta a largo plazo. Es el desafío de implementación que tienen las sustancias psicodélicas: no son terapias clásicas con fármacos donde te vas a tu casa y tomás allá el fármaco y esperas que baje el síntoma: se consume con el terapeuta presente en sesión y él genera las condiciones adecuadas para que sea beneficioso.
—¿Creés que esto será en breve algo cotidiano?
—Si seguimos la trayectoria, sí, se van a normalizar estas experiencias.
—También está la fantasía de que los propios investigadores usan la droga que prueban científicamente, desde Freud para acá. ¿Es tu caso?
—Hay un valor de la experiencia personal porque puede generar nuevas hipótesis, perfeccionar las medidas de precaución, eso tiene un valor. He sido participante en estos contextos legales bajo esta premisa para entender aspectos de seguridad y del contexto ético. Sin duda es muy importante.
—En la Argentina hay una moda del uso de microdosis de hongos para la vida cotidiana, todos los días. ¿Cómo lo ves, está extendido en otros lados también? ¿Es recomendable o mejor restringirlo hasta tener evidencia científica?
—Sí, se usa la microdosis de hongos, pero la evidencia no apoya que sean eficientes en muchos contextos. Es importante entender las limitaciones de cómo se estudian estos potenciales beneficios. Se abre la cuestión sobre la creatividad, pero es algo difícil de medir en laboratorio. La evidencia indica que no hay tantos beneficios, y no son para todas las personas, son para gente de ciertos rasgos o condiciones de salud mental, y podría haber riesgos. Es importante entender esto antes de hacerlo.

—Por último, está el tema filosófico: ¿cómo estas sustancias pueden cambiar la relación con la realidad?
—Una de las investigaciones que hice durante mi doctorado es sobre cómo las creencias sobre la realidad cambian con solo una experiencia psicodélica. Lo que vimos es que la gente deja de creer que la realidad es un proceso netamente material o físico, y pasa a apoyar la idea de que todo el universo es consciente, el llamado panpsiquismo. Lo que coincide con creencias indígenas o mestizas donde el animismo es algo central, donde se consume ayahuasca para estar en contacto con los espíritus que viven en la naturaleza. Vimos una asociación en ese cambio de creencia y el incremento en el bienestar de la gente después de una sesión. Se cambian creencias, y con efecto positivo, pero también puede ser negativo según la cultura, porque puede ser una creencia menos adaptativa, que puede alejar a las personas de sus seres queridos, por eso es importante lo ético y ver bien el consentimiento informado: vas a tener esta experiencia, y puede que seas otra persona después de tomarlo. Eso habla de la diferencia con otros fármacos, pero también del poder que tiene.
—Y las consecuencias sociales para el mundo occidental, que tiene otra matriz.
—Claro. Hay que ver hasta qué punto se puede usar. Es interesante pensarlo y es el trabajo de un antropólogo. Las drogas psicodélicas tuvieron un efecto importante en Occidente. Los emprendedores en Silicon Valley que las usaron y generaron cultura de híper conectividad, como es internet. Además del impacto en cine, música, arte.



